Capítulo 1 - Astrid y Marlena

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Futuro ya trazado e irreversible.

Esa es la definición de destino, aunque más bien es una corta y significativa definición de lo que dicha palabra es. A parte de lo que quiere decir, están las personas que creen, o que no creen en él, o bueno, también podríamos decir que hay otro grupo de personas que, en definitiva, nunca se han planteado si su vida está ligada a un cierto destino, simplemente no es un hecho al que le dediquen mucho tiempo a pensar.

Otra forma de definir lo que el destino es sería como una fuerza superior que controla inevitablemente a hombres y hechos, por lo que no podríamos cambiar lo que el tiempo futuro nos depara, estamos todos unidos a una fuerza que nos ha estado asignada desde el momento en el que nacemos y que nos acompaña hasta el último de nuestros días. Pero, ¿cómo podemos saber si de verdad estamos ligados a un futuro inevitable si no sabemos qué va a ocurrir?

Es imposible saber si podemos cambiar nuestro destino si no hemos visto nuestro futuro, dado que estaremos viviendo una serie de acontecimientos incesantes sin ser conscientes si estamos cambiando nuestro inevitable final. Aunque en ocasiones es distinto si se trata de algo a lo que has estado ligado durante un tiempo y, tras una etapa en la que has estado separado de aquello, termina volviendo a ti. Aquí tal vez podemos ver cómo el destino no falla, y no sigue poniendo delante de nuestros ojos, en el camino de la vida, a eso a lo que una vez pertenecimos.

Everwatch era un lugar increíblemente enorme, donde cualquier persona podía creer en aquello que quisiese. Estaba repleto de asombrosos prados en los que la hierba parecía un brillante y aterciopelado manto verde en el cual poder tumbarse para mirar el cielo mientras que se colaban unos rayos angelicales de luz entre las nubes.

Era precioso en todas las estaciones del año, cada una tenía su propio encanto. En primavera empezaban a brotar las primeras margaritas, y la hierba empezaba a coger un verde más puro y claro De esta salían unos brotes de amapolas, y hacía que ese manto verde se tiñera de un rojo fresa, en ocasiones un rojo escarlata, y estas se esparcían y se hacían un hueco entre ambos lados de los caminos que conducían a las casas. En verano ya había culminado todo en una explosión de color, los árboles irradiaban vida, y la gente pasaba más tiempo en las calles que en sus propias casas. Y en otoño todo se teñía de colores dorados, todo lo que había cobrado vida durante unos meses caía al suelo como quien cae abatido tras una derrota. Y los inviernos eran fríos, demasiado fríos como para poder pasar más de quince minutos fuera de casa sin sentir que te estabas convirtiendo en un pedazo de hielo andante. Pero aunque hiciera tanto frío, nunca se había visto nieve por esos lares, nunca había caído ni un mísero copo de nieve en Everwatch desde que se tiene consciencia, nadie lo había presenciado en cientos de miles de años.

Y sí, era un lugar enorme, un lugar del que era difícil escapar, pues estaba rodeado de un océano apenas inexplorado. Cada año se organizaban partidas de voluntarios para salir a una expedición e ir a explorar lugares cercanos a Everwatch, pero todo lo que encontraban era solo agua y más agua, nadie podía divisar más allá de kilómetros de inmenso Mar Martium.

Lo poco que se conocía de ese océano tan grande era el mar Martium, y una isla de pequeño tamaño que, podría decirse, parecía que contenía todos los males que una persona podría ver. Estaba llena de animales excesivamente peligrosos, y sobre todo de serpientes, de todas clases. Y aquellos que habían logrado ir más allá de lo que los demás habían alcanzado no volvían jamás, ya las semanas siguientes la marea arrastraba los cadáveres a las orillas de la parte sur del poblado.

No es que las aguas fueran estrictamente peligrosas, nada que ver con eso, las personas siempre se daban baños, largas horas metidos en el agua hasta que los dedos de sus manos parecieran pasas. Lo que causaba terror era adentrarse más allá de la costa, pues ahí se habían divisado terribles criaturas que apenas se habían identificado, y podían resultar peligrosas. No es que se trataran de seres mágicos ni nada semejante, pero podían llegar a ser un obstáculo para aquellos que se adentraba en el ojo del mar, y esas criaturas podían llegar a arrancarle la cabeza, o incluso medio cuerpo, a cualquier persona que se acercase gracias a su afilada fila de dientes.

Sangre y destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora