El botín de guerra.

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Dedicado a: Isa, de cuyas maravillosas historias nació está idea.

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Odin se tambalea mientras el viento helado de las altas dunas congeladas de Jötunheim resopla fuertemente. La guerra, que ha durado eones, ha finalizado en una noche sin luna y Asgard ha ganado, pero las pérdidas, incluso para los Æsir, no han sido pocas ni de lejos.

Presiona la palma de su mano contra la protuberancia inflamada y sanguinolenta que alguna vez fue su ojo izquierdo, sin embargo, el conocimiento y la fuerza obtenida en el pozo de Mimir parece poco en comparación. Ha perdido parte de su visión, pero, al mismo tiempo, ha ganado un panorama más amplio.

Ironías de la vida.

Él se ríe vagamente mientras el viento aúlla, silbando contra las agrietadas paredes del templo destruido y saqueado de Ymir.

Sus dedos, gruesos y callosos, recorren los dibujos con relieve que se asemejan mucho a los que los mismo Jotuns llevan sobre su piel. Él se desliza entre los muros derrumbados. Está buscando algo, aunque no sabe qué. Haber tomado del Mímisbrunni le ha dado el don de ver los hilos que entrelazan los telares de los seres vivos.

Odin está siguiendo uno en particular. Un cordel de color verde intenso que brillaba en sub tonos dorados iridiscentes, como las mismas ramas de Yggdrasil.

Una magia profunda y poderosa que él deseaba poseer.

¿Quién era? Se había preguntado en medio de la aguerrida batalla, cuando había visto por primera vez el hilo. ¿Quién sería el poseedor de ese poder que acentuaría los cimientos del gran reino dorado?

Odin lo tomaría, sin importar qué.

Giró dos veces más entre los intrincados pasillos, canturreando suavemente alguna canción de batalla que había escuchado en medio de las trincheras.

—Se abrirán las puertas del Valhalla
para recibirme en todo su esplendor—Sus botas crujen a medida que se acerca al salón ceremonial: aquí el daño es incluso más evidente, con las paredes descascaradas y las estatuas rotas sobre el piso que alguna vez debió tener joyas preciosas. Ahora todo eso está siendo llevado hacia las galerías subterráneas de Asgard—Me uniré a mis antepasados,
valerosos guerreros de antaño, y el Ragnarok aguardaremos cuando se desgarren los cielos...

Oh. Y allí está. En medio de la mesa de sacrificios, un pequeño bebé azul que yace llorando suavemente. Odin se acerca y no duda cuando alarga su mano para tocar la frente del niño.

El don de la revelación, obtenido del manantial, se activa mientras el recorre con sus ojos los caminos del Yggdrasil cuyas raíces le enseñan cada pequeña cosa sobre el origen del pequeño bebé que lo mira con sus impresionantes ojos rojos.

Odin sonríe. No lo hace con un rostro amable o benevolente, sino una mueca viciosa y sarcástica.

— Eres el hijo de la fallecida Laufey— La sonrisa se extiende más, estirando la piel crujiente por la sangre y suciedad — Farbauti siempre fue un hombre estúpido, por eso, cuando la reina y legítima dueña del trono de Jötunheim murió, supe que habíais perdido.

Odin presiona los dedos contra la frente del niño, buscando el núcleo vital que se esconde entre sus ojos. Luego baja para encontrar el del pecho, el vientre y— Odin sonríe una vez más cuando descubre que esta criatura tiene más de un secreto escondido dentro suyo — su pequeño e insignificante útero.

— Fuiste dejado aquí, porque creyeron que eras una carga: un Jotun mal formado. Un enano. — La risa vuelve a salir a borbotones mientras los dedos de Odin crepitan con su propia magia— Pero no. Tú no eres nada de eso. Farbauti ni siquiera sabía que la gran reina de Jötunheim en realidad no era totalmente una Jotun, sino una mestiza. Su padre, el gran Thrym, se enamoró de una Vanir a la cual robó de una caravana de Vanaheim y obligó a tener a su hija. Tanto la amaba, que incluso creó una ley para que la única descendiente que pudieron tener fuese la reina. Nadie más.

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