| One shot |

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Manjiro acababa de ser rechazado en la facultad de artes y letras de su ciudad. En su desbordante confianza, había cometido el error de aplicar en una sola universidad, por lo que, una vez fallado su intento de entrar, las opciones por delante eran nulas. No había hecho planes alternos, tampoco estaba preparado mentalmente para fallar, así que el joven estaba más frustrado que nunca. Se sentía estúpido y vulnerable, era la primera ocasión en la que su propia convicción no le daba resultados deseados.

"El invencible Mikey", "el increíble Mikey", era bien conocido de esa manera entre sus conocidos, pero también por todos los demás estudiantes de su escuela, y de escuelas vecinas; tenían en cuenta la increíble habilidad de la cual estaba dotado en la mayoría de las ramas. No tanto intelectualmente, pero cuando se trataba de deportes, nadie lo podía superar.

Aunque existía una única pasión que los demás ignoraban, y era su gusto por dibujar.

Cuando niño solía garabatear sus libretas, hacía trazos vagos, reutilizaba colores viejos de su hermano mayor, nada realmente serio, sin embargo, existía una pequeña chispa en los ojos de Mikey cuando conseguía plasmar en el papel un personaje o lugar que él tuviera en la cabeza. Le fascinaba la idea de inmortalizar su imaginación a través de lápiz, plumones, o pinceles. Más se quedó como un pasatiempo, dado a que estaba dedicado, en gran medida, a las artes marciales teniendo a su abuelo como instructor.

Entonces, a nada de tomar una de las decisiones más indispensables para el rumbo de su vida, conoció a Takashi Mitsuya. Si no hubiera sido porque lo descubrió debajo de un puente vial impregnando las desgastadas paredes grises con aerosol, hubiera seguido la vía lógica: tomar la beca de una universidad con uno de los mejores equipos de karate del país. Si no hubiera presenciado ese mural espectacular que exponía un dragón de colores fantásticos, jamás se iba a dar cuenta de lo mucho que en verdad amaba el arte.

—¡Enséñame! —le pidió entusiasta al que luego de unos pocos días se tornaría uno de sus grandes amigos.

El mismo que lo apoyaría en su decisión de ingresar a una institución que pudiera explotar sus habilidades: — Tienes talento, Mikey. Debes tratar para evitar arrepentimientos a futuro —le había comentado dándole ánimos. Así ambos, de maestro a alumno, se convirtieron en uña y mugre. Pintando paredes por los suburbios, corriendo de la policía por cometer una infracción, pero llenándose el alma mediante sus obras.

Por lo tanto, leer una y otra vez el documento que indicaba su derrota era inaudito. Se había esforzado: estudios, prácticas, dedicación. Hasta se había mudado a un departamento para vivir solo y no ser molestado en lo absoluto. Se encontraba lleno de indignación, se negaba rotundamente a creer en ese resultado.

¿Cómo iba a mirarle la cara a Takashi? Pero, sobre todo, ¿cómo le iba a informar a su abuelo de eso? Seguramente le iba a dar el sermón más cruel en sus dieciocho años. Estaba en contra de que Mikey se dedicara a "dibujar", por supuesto estaba convencido de que no el traería nada bueno en la adultez. Fue inevitable para el muchacho pensar que su abuelo tenía razón.

¿Debía abandonar? ¿Qué haría durante un año entero?

Se sentía un tonto que se confió de más.





El colmo estaba en que debía soportar media hora, o más, de un viaje en metro para retornar a casa y dar la mala noticia. Detestaba el hecho de que debía mantenerse sentado por tanto tiempo, eso solo serviría para que sobre pensara cualquier pequeño detalle, que al final de cuentas, incrementaría el ardor en la herida hecha en su orgullo. Como fuera, lo único rescatable era que el vagón estaba vacío; seguramente el bullicio de varias personas juntas lo habría irritado.

El chico que hizo un retrato en el vagón del metro |doramai - ドラマイ|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora