Capítulo 3

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A medianoche, como de costumbre, mi hermano, sigilosamente, se metió en mi dormitorio. Como está vez no me encontró leyendo, esperó, sentado en una silla, frente a mí, observándome dormir. Me desperté al escuchar el sonido de la madera crujir y, sorprendido, miré a Billy. Tenía una expresión un tanto extraña. Me miraba con una cara de culpabilidad y, casi automáticamente, mi expresión de confusión paso a ser una de burla.

– ¿Me estabas espiando? – le pregunte con un deje divertido mientras observaba su reacción.

– ¡¿Qué?! ¡Claro qué no! – Se puso a la defensiva.

Su actitud me hizo gracia. Por supuesto, no me importaba en lo más mínimo que me observara, aunque sonara un poco extraño. Me parecía que lo hacía porque estaba preocupado y, en cierto modo, me parecía bonito que por una vez hiciera de hermano mayor. Me dio la sensación de que no se sentía muy cómodo en esa situación, por lo que decidí cambiar el tema de la conversación.

– ¿Y qué hacías aquí? – Su expresión cambió drásticamente a una de completo horror -¿Por qué me buscabas?-

–Simplemente quería ver como estabas– me respondió lentamente, avergonzado.

Sonreí ante su sinceridad. Normalmente nuestra relación no era tan abierta. Si nos hablábamos, era para insultarnos entre nosotros, por lo que aproveché ese momento y lo aspiré como si fuera valioso como un tesoro, aunque para mí lo era.

Pasaron lo minutos y Billy abandonó la habitación alegando que estaba cansado. No puse ningún inconveniente, así que cuando se fue, traté de dormirme de nuevo, aunque no me fue muy fácil, pues no paraba de darle vueltas a lo que acababa de pasar. Miraba a las estrellas, que se dejaban ver a través de la ventana, emocionado, casi con lágrimas en los ojos. Para mi hermano, ese momento solo habría sido una conversación normal, o simplemente el instinto de protección de hermano mayor hacia su hermano pequeño, pero para mí, para mí había sido más que eso. Había sido una muestra de cariño de parte de mi hermano, de ese chico que vivía en la misma casa que yo y que solo me hablaba para decir estupideces, y pensando en ese emotivo momento mientras lágrimas traicioneras recorrían mis mejillas, se me fueron cerrando los ojos.

Cuando me desperté, por la mañana, y miré el reloj, sus agujas apuntaban a las once y media. Casi me alarmé por lo tarde que era, pero apenas me preocupé, pues por lo ocurrido la pasada noche (tanto el momento emotivo con mi hermano como los golpes que recibí de parte de mi padre), no muchos se dejarían ver. Lentamente, para no hacerme daño, fui saliendo de la cama y me planté frente al armario. Me vestí con casi la ropa de siempre, pues era muy neutro en ese sentido, y me arreglé un poco. Cuando llegué al comedor mi desayuno me esperaba en mi sitio habitual. Dispuesto a empezar a devorar la comida, pues estaba hambriento, cogí el tenedor, pero antes de que pudiera meterme un trozo de fresa en la boca, apareció ella. Como siempre bien vestida, mi prima llevaba un vestido blanco que le llegaba hasta las rodillas tapándole la mitad de las piernas, cubiertas por una fina tela del mismo color blanquecino de su piel. Al verme me dedicó una amplia sonrisa y se fue acercando hacia donde yo me encontraba.

–Te he estado buscando. – Me dijo finalmente –Ayer no te pude dar las gracias. De verdad, siento mucho lo que pasó- bajó la cabeza, arrepentida.

– ¡No tienes qué disculparte! – Exclamé, casi gritando – ¡Fue él quien no pudo controlarse y nos pegó a ambos! – Ante mi reacción de rabia, Elisabeth me miró asustada, temiendo que pudieran oírnos. –Por cierto, ¿Cómo te encuentras? – fui bajando el tono de voz al notar esto.

–Bien– su respuesta fue seca y cortante. La expresión que puse la incitó a hablar –Bueno, me duele, por supuesto, pero ya se me pasará–

La impotencia y convicción con la que decía las cosas me fascinaba. La habían pegado sus propios familiares, varias veces, incluso habían llegado a abusar de ella, pero nunca se rendía, y eso me hacía verla como una persona muy interesante.

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