CAPÍTULO II

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Dazai había llevado y presentado como su hijo al pequeño Atsushi, quien se mantenía muy cerca suyo y abrazándolo, algo avergonzado.

— Dices que el mocoso es tu hijo, Dazai. ¡Que horror! Otro idiota como tú.

Comentó Kunikida con desprecio. Atsushi se asustó un poco y se aferró más al único joven adulto que conocía y que era su padre.

— Kunikida-kun, asustas al niño. Mi Atsushi-kun no será como yo. Será mucho mejor que yo.

Respondió con una sonrisa, sentando a Atsushi sobre su regazo.

— Espera... ¿Qué edad tiene Atsushi?

Interrogó el rubio de los ideales.

— Ocho.

— ¡¿OCHO?! ¡¡¿ESTUVISTE DE CALENTURIENTO A LOS TRECE, DAZAI?!! ¡¡¡ERES UN...!!

Gritaba Kunikida. Antes de que pudiera perturbar la mente del niño, Yosano decidió actuar.

— Ven, pequeño. Ya que tienes puesto tu pijama, seguramente tienes sueño, ¿verdad?

Tomó a Atsushi en brazos y le pareció bastante liviano, a pesar de que ya tenía ocho años de edad.
Caminó con él hasta la habitación para enfermos que había en la Agencia de Detectives.

— No tengo sueño.

Musitó, exigiendo bajar de los brazos de la desconocida mujer.

Ranpo los había seguido.

— Bien, entonces, ¿quieres dar un pequeño paseo allá afuera, niño?

Intervino el Detective, siendo amable y gentil, lo cual le brindó confianza al albino.

— Sí. Quiero conocer las calles de la ciudad. Yo... Siempre estuve encerrado por ser un mal niño. Pero ahora que papá me rescató, seré buen niño y quiero conocer los tigres.

Dijo entusiasmado. Sus ojitos brillaban de emoción, ni siquiera tenía sueño, pues dormir era lo que más hacía estando encerrado y encadenado en esa habitación del Orfanato.

Ranpo sonrió y miró a Yosano.

— Oye, Akiko.

Pronunció juguetón. La doctora volteó al llamado, ambos sujetaban una manita de Atsushi.

— Dime.

— En el futuro, tengamos un niño tan maravilloso como Atsushi-kun.

Respondió soñador. Yosano se sonrojó por el comentario. Si bien, habían contraído matrimonio desde hace dos años, en sus planes nunca estuvieron el tener hijos. Pero ese momento con Atsushi de paseo y en medio de ambos, era muy agradable y los hacía sentir de una manera especial, imaginando su vida como padres.

— Por supuesto que sí, cariño.

Respondió con una sonrisa. Atsushi se detuvo, haciendo que ambos se detuvieran también.

— ¿Sucede algo, Atsushi-kun?

Cuestionó Ranpo enseguida. El niño miraba la Luna con la cual sus ojitos bicolor brillaban cada vez, y parecían cambiar de tono.

— Dicen que si miro la Luna, un tigre aparecerá. Yo... Quiero conocer a ese tigre que decían en el Orfanato.

Dijo serio. Ranpo lo entendió de inmediato, tomó una de las muñecas de Yosano y la alejó del niño.

— ¿Qué sucede, Ranpo?

— El niño es el tigre. ¡Ve y llámale a Dazai!

Ordenó preocupado.

Atsushi empezaba su transformación de niño a tigre cachorro.

No alcanzaron a llamarle a Dazai, cuando éste, suponiendo lo que sucedería, los siguió poco después dejando a Kunikida hablando solo.

— ¡Vaya! ¡Que tigre tan bello! ¿No es así, Ranpo-san?

Comentó con orgullo, mientras que el cachorro rugía con furia.

— ¡¡Anula su habilidad!!

Gritaron al unísono.

— Bien, bien, lo haré.

Se acercó a él con mucha confianza, y sólo bastó con tocarlo y...

— Ningen Shikkaku.

Dentro de segundos, el tigre volvió a ser un niño, que cayó dormido al suelo.

Dazai lo levantó en brazos al estilo princesa para llevarlo dormido.

— Aún así. No sé qué le espera a esa pobre niño con un suicida como tú.

Kunikida llegó a ellos.

— Le daré todo mi amor, cariño y comprensión. Todo lo que necesite, y seré el mejor padre de Yokohama. Atsushi-kun estará agradecido cuando crezca.

Respondió seguro de sus palabras. Observaba a Atsushi y sólo podía sentir un gran amor y ternura en su interior. Atsushi no era un hijo que estaba esperando, ni mucho menos fue planeado como le hizo creer con "la cigüeña", pero aún así, estaría dispuesto a todo por hacerlo feliz y darle lo mejor con lo poco que tenía.

Besó una de las mejillas de Atsushi, y lo acomodó de mejor manera en sus brazos.

— ¿No te importaría ser padre soltero con tantos prejuicios, Dazai?

— Para nada. Quizás resulte ser mejor padre de lo que creen. No me subestimen. Ahora si me disculpan, mi razón de vida y yo nos tenemos que ir a casa.

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