Capítulo uno
Era una noche de verano. La lluvia caía a cántaros, golpeando con furia el cristal de su coche mientras él dormitaba. El asfalto estaba inundado por charcos que reflejaban la luz que desprendían las maltrechas farolas. Eran las dos de la madrugada y no se veía ni un solo transeúnte. Las casas, sombrías, hacía rato que habían apagado su luz interior. Catorce horas después de que ella entrara, aún no había detectado ningún movimiento. Sus huesos estaban entumecidos por el frío; los riñones, doloridos después de tanta espera, se estaban empezando a notar. «Después de este servicio tendré que tomarme un buen baño caliente», se dijo.
Él era alto y corpulento, sus rasgos rudos le hacían parecer más viejo. A sus treinta y cuatro años era aún un lobo solitario; prefería que las cenas estuvieran acompañadas por una buena cerveza y un interesante partido de baloncesto, y no aquellas maravillosas, enternecedoras e ilusas comidas familiares que celebraban con tanta frecuencia sus compañeros de departamento. Su pelo negro hacía juego con los ojos verdes, aunque en aquellos momentos estaba revuelto y sudoroso, y le confería un aspecto más bien decadente. El hecho de que las ojeras fueran pronunciadas y que la barba le hubiera crecido en aquellos días de vigilancia, no favorecían en absoluto a su ya de por sí descuidada imagen. Su vestuario se basaba únicamente en unas botas negras con hebillas, un descolorido pantalón tejano y una camiseta blanca y ajustada que dejaba entrever los musculosos pectorales acompañados de velludos y poderosos brazos.
Por la radio habían dicho que el tiempo inestable se mantendría durante el resto de la semana, para augurarle de esta manera que, como no resolviera rápidamente el caso en el que estaba trabajando, lo pasaría mal los siguientes días. De hecho ya lo estaba pagando desde hacía tiempo, desde la vez en que vio cómo un hombre maltrataba a su hijo después de que le volvieran a conceder la custodia que había perdido por malos tratos. No había podido soportarlo y le dio tal paliza que tuvieron que hospitalizar al padre. Sus compañeros intentaron justificar su comportamiento, de hecho todos sentían repulsión hacia aquel hombre que ya había sido detenido varias veces y que siempre había sido absuelto por falta de pruebas; pero el capitán, aunque lo salvó de que lo echaran del cuerpo, se lo hizo pagar. Le dijo que no podía aplicar su propia ley, y que volvería a sus inicios en la policía para que recapacitara sobre su futuro. Estuvo varios meses entre los papeleos de la oficina y las patrullas por la ciudad, para después empezar otra vez con casos de investigación de poca monta. Y ahí estaba, una húmeda noche estival, vigilando a una mujer que se dedicaba al robo y esperando a que le dieran casos de mayor envergadura. Estaba releyendo por centésima vez la definición del crucigrama que se había llevado para la espera cuando de repente le pareció percibir la apertura de la puerta.
-Por fin un poco de movimiento -masculló incorporándose-. ¡Pensaba que no saldría nunca!
Y se abrió. Al principio solo vislumbró una sombra, pero por su silueta no parecía ser ninguna mujer. Vio cómo un hombre miraba a ambos lados de la calle como si quisiera pasar desapercibido, y empezó a caminar rápidamente por la acera. Al pasar por debajo de la luz mortecina de la farola vio sus rasgos, y exclamó al reconocer al maltratador de niños:
-¡Mierda! ¿Pero qué coño hace este maldito cabrón aquí? Perfecto, ahora solo me faltaba esto. Estoy con un puto caso de mierda vigilando a una ladrona de la que solo sé su descripción y me encuentro con el capullo causante de mis desgracias. ¡Me cago en la leche que mamé! ¿Por qué tengo tan mala suerte?
Vio cómo la puerta se volvía a abrir y salía otra silueta, esta vez femenina, y se iba en la dirección opuesta. Aguardó un poco hasta que observó que la mujer subía a un coche y se iba hacia el centro de la ciudad. Entonces arrancó su Golf GTI 16 válvulas y la siguió sin encender las luces.
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LA REVELACIÓN DE QUMRÁN
AdventureOscar García era un chico normal y corriente, con un trabajo rutinario repleto de números y facturas. Todo seguía su monotonía habitual hasta que se cruzó en su camino Helena, la rica heredera de una de las mayores y más exitosas cadenas de perfumer...