2.1 LA REVELACIÓN DE QUMRÁN

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Guillermo Estrada

Al morir su madre, Guillermo quedó solo y desamparado. Tenía doce años. Hijo de una sirvienta tuvo la fortuna de ser acogido bajo la protección de Pedro Camps, para quien su madre había trabajado toda la vida, un rico y viudo empresario afín al régimen franquista. La condición cristiana de su tutor hizo que se apiadara del pequeño Estrada y que lo educara al igual que a su hijo Juan, unos años mayor que él. Camps los instruyó con las premisas que regían su vida: austeridad y esfuerzo. A los catorce años lo puso a trabajar en la compañía como aprendiz de contable, dispuesto a darle una profesión por la que se pudiera valer. Durante toda la adolescencia mantuvo su aspecto enjuto y débil, cosa que propició que fuera víctima fácil para el resto de los niños de su barrio. Aun así, lejos de amedrentarse se forjó un carácter firme y seguro de sí mismo para orgullo de su padre adoptivo. Eran los años setenta cuando todo cambió repentinamente al fallecer el primogénito de Camps por culpa de una enfermedad. Aquella desgracia hizo que el empresario centrara toda la atención en Guillermo, para mitigar así el dolor de su pérdida. En aquel momento era un chico desgarbado de dieciocho años, que había desarrollado una ambición sana y una personalidad que bien podría servir para dirigir su empresa. 

Poco después del fallecimiento del dictador Francisco Franco, los negocios de su protector empezaron a decaer lentamente pero de forma constante. Por aquel entonces el joven Estrada ya había empezado a despuntar como un brillante director financiero, aun así no pudo evitar que a principios de los ochenta la sociedad entrara en quiebra y sucumbiera el pequeño imperio de Pedro Camps. Viéndose en la ruina, Camps decidió poner fin a su vida colgándose en su despacho el día antes de que ejecutaran el embargo. El cadáver no fue descubierto hasta el día siguiente, cuando Guillermo entró en la habitación para darle los buenos días, ya que suponía que su tutor se habría pasado toda la noche despidiéndose de lo que había sido su razón de ser. Fue un duro golpe, había muerto el que siempre había considerado su padre. El orgullo había podido con él. 

Después de aquel suceso, se encontró totalmente solo, sin amigos y sin familia. Lejos de rendirse, cogió los pocos ahorros que había conseguido reunir después de pagar los gastos del funeral y los invirtió en un local, una mesa y una máquina de escribir. Así empezó su gestoría. Ofreció los servicios a todos los contactos que pudo de su anterior vida, y poco a poco, con mucho esfuerzo y dedicación, consiguió arrancar el negocio en el cual aplicó la máxima que había aprendido de su progenitor: la austeridad. 

Los éxitos fueron llegando con el tiempo, y la asesoría fue creciendo y haciéndose un hueco en el sector.

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