UNO. La vida perfecta con Edward.

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La sangre sabía a metal, y se escurría por su frente. El sabor era reconfortante y aunque dolía, de alguna forma era un recordatorio de que una vez hubieron mejores días. Los días antes de conocer a Edward. Pero ahora estaba ahí con la frente abierta en un estúpido accidente de jardín por jugar a ser ama de casa.

—Scar! Estás bien? - Preguntó su esposo entrando en la sala buscándola con afán hasta encontrarla quejándose siseando en el baño.

—Estoy bien Eddy, está bien, sólo fue un accidente. — Respondió con cariño, mientras limpiaba la herida con el algodón en su caja de primeros auxilios que ahora duraba mucho más tiempo llena. Aunque había sangrado, la herida era una pequeña cortada que concordaba con el filo del cartel de "Welcome" que intentó colgar en la entrada, se puso una curita y miro hacia la puerta del baño donde estaba Edward frente a ella, cómo siempre sus ojos chocaron con su pecho antes de subir hasta sus grandes ojos negros rasgados. Las cejas gruesas y muy negras de él se acercaban con el ceño fruncido con preocupación.

— Segura que estás bien? - Insistió dulcemente intentando descifrar la mirada cansada en los ojos marrones de Scarlet, Ella asintió rápidamente mostrándole una sonrisa con los labios cerrados y él acariciándole el rostro cerca de la herida sonrió de vuelta. —Ese fue un mal golpe. Espero que la cena te haga sentir mejor.

Scarlet se dio cuenta de que estaba usando el delantal de conejo que ella le había regalado, sobre su camisilla blanca dejando sus hombros anchos y tonificados expuestos. En el hombro derecho colgaba un paño de cocina, y con la mano que llevaba vacía peino su cabello negro, liso y brillante hacia atrás. Edward emprendió su camino a la Cocina y Scarlet lo siguió.

No existía un mejor momento sin Edward, era mentira. Una mentira que a su cerebro le encantaba reproducir cuando saboreaba la sangre, cuando recibía un golpe, cuando el viento le pegaba duro en la cara sobre su motocicleta. Era un recuerdo distorsionado de la vida de peligro que tuvo antes de ver a Edward llorar.

La cocina olía a estofado de pollo olía tan bien que Scarlet inspiró cerrando los ojos con placer, las hierbas aún estaban esparcidas en el mesón junto a la estufa, volvió a abrir los ojos y se acercó para lavar los trastes mientras Edward la miraba con orgullo ella se recogía el cabello en una cola de caballo para luego ponerse los guantes de goma amarillos.

— Creo que me lastimé las encías de nuevo. - Se quejó un poco mientras enjuagaba el cuchillo con el que Edward había picado las verduras. La mirada del él se apagó con preocupación pero no dijo nada. Ella intentaba encontrar con su lengua de dónde había venido la sangre. — Tendré que cambiar mi cepillo de dientes.

— Es por los exámenes, no es así? - Preguntó él mientras le daba vuelta al estofado con la cuchara de madera. — ¿Eso es lo que te tiene ansiosa? Sólo te haces daño en las encías cuando estás ansiosa. — Añadió con un tono suave de ternura antes de tomar algo del estofado en la cuchara y soplar con cuidado antes de probarlo. Hizo una mueca, tenía que ponerle algo más de sal.

— ¡Claro! Ahora todo tiene sentido. — Suspiró Scarlet echando la cabeza atrás con realización en sus ojos, dándose cuenta que está era la semana donde apenas había dormido tres horas cada noche. — Y mi Madre vendrá el domingo. — Señaló, su mirada brillante se apagó por un instante y miró a Edward buscando consuelo.

— No estaré de guardia el domingo.- Prometió él.— Está planeado. Así como está cena! Está lista. — Celebró apagando el fuego de la estufa.

Edward servía en la academia de policía, pero estando en casa era un esposo dedicado. Le gustaba cocinar y armar muebles para la casa, le encantaba reparar tuberías o instalar electrodomésticos y por sobre todas las cosas amaba a Scarlet. Scarlet miraba a Edward cómo si fuera la única estrella en el universo mientras cenaban, los detalles en su risa o la forma en que la miraba. Cuando tomaba su mano sobre la mesa era cómo si cada momento cerca de él fuera una cita. Se había casado con un hombre adorable y bueno, la dejaba estudiar y seguir sus sueños, la complacía y la consentía. Su madre lo adoraba, su familia lo aceptaba de la forma más noble que había.

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