Una aventura espacial. Encuentro con el Magnífico y Magia: rescate y persecución

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27 julio. Diario de sueños. De la noche y alba del martes al miércoles cuartanos del julio dap.

El primer sueño que recuerdo, de la noche espesa, a eso de las tres de la madrugada, es éste: andábamos mi avatar y un grupo de gente en unas cavernas. Parecían no muy altas, pero eran inmensamente vastas, pues no se podía percibir sus paredes, si acaso, algún pilar natural de piedra que unía techo y suelo. Perseguíamos o íbamos en busca de algo. Algo que sólo nos podía otorgar una especie extraterrestre en concreto. Estábamos en otro planeta, eso desde luego. Nos topamos con unos seres, que no sé yo si eran los que buscábamos: una especie de escarabajos caracoles que expulsaban ácidos y demás líquidos viscosos corrosivos. No tenían enorme tamaño, pero su caparazón y la furia de sus pistolas de ácido nos hicieron salir huyendo desesperadamente, dejando atrás a los desafortunados que habían sido alcanzados. Alguien del grupo repetía a voces: "ya os lo advertí. Si me hubierais hecho caso, no estaríamos condenados." Se trataba de una mujer alienígena (como todos los presentes), de una raza distinta a la que estaba organizando dicha búsqueda. Era alta, sin pelo, con ojos expresivos, más parecidos a los humanos. Su piel era de un oscuro gris y de constitución un tanto reptiliana; reptiliana tirando a draconiana. Parecía la única sensata de aquella expedición, o a lo menos, la única que veía con lógica la locura del plan. Sin embargo, algo de aquel líquido de los escaracoles le dio en un brazo. Aunque herida fatalmente (pues aquel líquido contendría letales venenos corrosivos y paralizadores), podía caminar y huir, aunque no a nuestro paso. Con ésto, logramos salir de aquella cámara subterránea. Daba la entrada a un paraje rocoso abierto a la luz de la noche y de las estrellas. Entre los peldaños rocosos habíamos situado nuestro campamento, iluminado por antorchas de llama naranja. Nada más salir nos esperaba una gran tropa que se había colocado estratégicamente, rodeándonos sin escape posible. Parecían humanos pertrechados en portentosas armaduras, con intimidantes armas de fuego. Al verles, inmediatamente alcé las manos para indicar que estaba desarmado y exclamé: "¡No disparéis! Estamos en el grupo de... De... La Chica que lleva el Diaktar" No podía acordarme del nombre de aquella chica, el cual era la clave para que no nos pulverizaran sin mediar palabra. Era como que los conocía, sabía incalculablemente cuál era su modus operandi. Viendo que me prestaban atención, miré a mi compañero de al lado, para que hablase y me echase una mano. Él pudo decir el nombre de aquella susodicha Chica, que ahora no recuerdo. De repente, un hombre de aquéllos portadores de tan preparado equipo de combate, empezó a disparar a las paredes rocosas. Solté entonces que también conocía a la acompañante de la Chica Diaktar, a la cual nombré. Con ésto, la tropa bajó las armas. Me fijé en que aparecía la "Mujer Dracónida" en la puerta de la caverna. Apenas podía ya con su vida, y seguía diciendo "les advertí. Les dije que no lo hicieran" mientras jadeaba y caía al suelo. No conocía a aquella mujer, pero me inspiró gran fortaleza. Me importaba salvar su vida. Así pues, me dirigí a uno de los médicos sacerdotes de la tropa, que iba ataviado con una túnica ocre. Su cara, ciertamente, no era muy humana. Tenía el pelo gris y la frente de calva abierta. Su cabello se unía a la barba, que salía trenzada de los pómulos de su cara, de color ocre también. Su piel no era humana, aunque se pudiera parecer. Sus ojos eran algo más grandes y abiertos que los humanos, levemente ovales, con iris de un intenso verde botella. Intercedí por la Mujer Dracónida suplicándole que la sanara. El médico sacerdote me respondió sin hablar, con la mirada, triste y comprensiva: podemos salvarla, y lo haremos, pero sabes lo que éso implica. Ahí acaba el fragmento. Supongo que la Mujer Dracónida se salvó, y aquella gente toda encontró otras cosas que hacer y a las cuales seguir.

El segundo fragmento que recuerdo, el cual es breve, es éste: estábamos en mi Pueblo haciendo cola en la intersección de la Carretera con la calle Santa Ana, en la acera del (ahora más que extinto) Videoclub. La cola atravesaba la carretera hasta la siguiente esquina. No la de enfrente, la de al lado. Allí estaba alguien el cual te concedía cosas, pues todos los presentes ansíabamos algo de él. Se trataba ni más ni menos que del Diablo, o con esa copla me quedé yo. De lejos se le veía como un ser de oscuridad impenetrable, o como una sombra corpórea, alada y cornuda. Sin embargo, cuando me acerqué a conversar con él tomó el aspecto de un señor mayor vestido con una estrafalaria y colorida túnica. No me acuerdo ya de lo que le pedí. Recuerdo que caminamos unos veinte metros por aquella acera dirección la Farmacia. Era una tarde soleada. Me da la sensación que serían las cuatro de la tarde en un tórrido día de un verano profundo. No había ningún alma en la calle más que aquella extraña cola de gente inexpresiva e inmóvil salvo cuando caminaban robóticamente para su turno con aquel Señor vestido de Diablo (o al contrario, o ninguna, a saber). Estábamos en nuestra conversación, de la que como normal es, no recuerdo nada, pues las conversaciones, nombres, diálogos, etcéteras, son la fruta más fresca, y como no lo anotes en alguna parte es la que más rápido se pierde, y difícil, muy difícil y sesgadamente se recupera. No sé si fui yo o él, que nos percatamos que teníamos que poner fin a nuestra charla, pues la cola estaba paralizada. Así pues, me acomodé en la esquina de enfrente donde estaba el Señor recibiendo su curiosa clientela, esperando a que finalizara la cola. Creo verme desenfocado (esto es, fuera de mi propio punto de vista) en dicha esquina, mirando a la gente ser atendida por el Señor Demonio, y yo convirtiéndome en una débil y tenue sombra. Ahí acaba el recuerdo de ese fragmento.

El último fragmento, ya más fresco a ninguno, del amanecer entrado, es éste: guiaba a un grupo de chicas que habíamos escapado de un tipo de mafia y/o secta de ser maltratadas y cosificadas. Estábamos en una caverna de piedra ocre suave, como con luz propia, pues se podía percibir perfectamente la constitución de la misma. Llegábamos a una trampilla, la cual abríamos y ascendíamos. Al llegar al siguiente nivel nos emboscaban dos seguidores o contratados de la sectafia. A diferencia de ellos no teníamos armas. Estábamos con miedo y pánico. Yo intenté mantenerme firme ante la situación. Recurrí a las artes que en estos casos desesperados me surgen, y telepáticamente, le aplasté con mis manos los ojos a uno de los seguidores. No era una magia súper poderosa. En comparación a otros Viajes, era un tanto decepcionante, como limitada y poco letal. Mantuve mis puños cerrados cuando el seguidor cegado intentó asirme colérico, mientras yo sorteaba al otro seguidor, esquivándolo. Finalmente acabé desmayando o matando al primero. Y con el otro obré de igual modo, por lo que logramos escapar exitosamente. El ambiente de la escena era un tanto raro: parecía un campo abierto pero cubierto por una niebla o un cielo ocre. No había apenas luz, ni noche, ni luna, sol o estrellas, y si brillaban los astros, estaban cegados por aquella polución de color tierra. El siguiente escenario donde me sitúo es en mi Casa. Andaba tranquilo por ella cuando las alarmas de mi intuición golpearon mi consciencia informándome de que un sectario o sicario me estaba dando caza desde mi Jardín, también nombrado como Reino de las Leyendas. Salí entonces al patio, e inspeccionando los tejados le vi venir. Tras el Ciprés de Las Arpías estaba el seguidor vestido con pantalones negros, camiseta interior blanca y camisa hortera de rayas granates y ocres. Éste se avalanzaba sobre mí, sorprendido de que le sorprendiera. Le esquivé, y quedó de rodillas en el suelo. Aproveché mi turno para efectuarle un ataque de rayos (rayitos, más bien). Los veía salir de mis manos, pero como decía, parecía ser un poco... mierdecilla aquel ataque, o al menos esa era la sensación que tenía en el sueño. Aún así, era lo suficientemente efectivo como para mantenerlo a raya. Sin embargo, el sicario hizo un contrahechizo para elaborar un escudo contra los rayos, de forma que quedaban capturados en dicha barrera. Era como una pantalla plana transparente (de unas 23 pulgadas) donde se veían los pequeños relámpagos atrapados. Inmediatamente reaccioné, levantando agua con mi mano izquierda de la alcantarilla del jardín, conduciéndola hacia el sicario y empapándole. De esta forma la electricidad le sacudió por todo el cuerpo, inutilizando la maniobra del escudo pararrayos. Logré electrocutarle lo suficiente para que echase humo de su cuerpo y cayese rendido al suelo, abatido pero todavía vivo y semiconsciente. Intenté hurgarle en los bolsillos, cosa que le hizo poca gracia, pues se sacudió tan violentamente como pudo. Entonces me levanté, y decidí que la única y mejor forma de atajar la situación era matarle. Y no iba a usar más hechicitos de calambres; lo que iba a hacer era clavarle un puñal en la cabeza. Al final no lo hice, pues me desperté, pero con la sensación aún latente de querer apuñalarle decididamente.

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