Al día siguiente, cuando llego a mediodía a casa del trabajo, abro lo más silenciosamente posible la puerta de mi apartamento, y la cierro de la misma manera, por si al vecino la da por estar pendiente de mis entradas y salidas, y quiere ajustar cuentas conmigo. O a lo mejor no, oye. Tal vez se quedó igual de avergonzado que yo, puede que incluso más, porque fue a él a quién pillé en mitad de la faena. Las imágenes llevan pululando por mi cabeza desde ayer, y estoy hasta el mismísimo, porque por lo visto, se han hecho un hueco permanente en mi cerebro, y no logro expulsarlas de ahí. He rezado un Padre Nuestro, y dos Ave Marías, pero nada. Creo que si de aquí a un par de días no desaparecen, llamaré a un exorcista.
Dejo la chaqueta y el bolso en el perchero de la entrada, y cuando voy a deshacerme de los tacones, descubro en el suelo un folio doblado en dos.
Lo agarro con el ceño fruncido pensando que se me ha caído del bolso esa mañana, pero me quedo ojiplática cuando al abrirlo, me encuentro con una letra que no es la mía, y unas palabras que me provocan instantáneamente un súbito calor por todo el cuerpo, especialmente, en cierta parte baja de mi anatomía.
"¿Para cuándo otra visita, querida vecina?"
Los ojos casi se me salen de las cuencas, y mi mandíbula a punto está de rozar el suelo, como si fuera un personaje de dibujitos. El momento de combustión espontánea desaparece de manera fulminante, y es sustituido por la sorpresa, el enfado y la irritación.
—Pero bueno, ¿será desvergonzado el tipo? Y yo sintiéndome mal pensando en el apuro que pasaría al pillarle con la chorra en la mano —gruño mosqueada. Menudo descarado.
Lo siento por la señora Amelia, y es cierto que ni siquiera conozco a su nieto, pero me está tocando bastante los ovarios.
Molesta, hago una bola con el papelito, y lo tiro a la basura.
Por dentro me hierve la sangre, pero no tengo muy claro, —tampoco me apetece ahondar más en ello—, si es porque me he tirado toda la noche dándole vueltas a la escenita porno de ayer, o porque su chulería me gusta y me repatea a parte iguales.
Sulfurada, me quito los zapatos, me dirijo a la cocina, y saco los restos de la empanada de la noche anterior del frigorífico. Los meto en el microondas, y los caliento mientras me cambio de ropa.
Por cierto, no os he contado en qué trabajo. Que mala cabeza la mía. Pues llevo prácticamente tres años, —desde que acabé la carrera de económicas,— trabajando en una sucursal bancaria; primero en Sevilla, y ahora aquí. Hay días que disfruto de lo que hago, aunque mucha gente cree que trabajar en un banco es de lo más aburrido. Admito que hay jornadas que se me hacen eternas y tediosas, como la de hoy, por ejemplo, en la que me he dedicado solo a tramitar papeles, y poco más. Pero otros días, disfruto hablando de fondos de pensiones, o préstamos. Me gusta estar de cara al público, interactuar con la gente, aunque también recibo de vez en cuando, un par de insultos o malas caras. A ver, no es el trabajo de mis sueños. Preferiría estar en alguna empresa importante, sobre todo cuando la sucursal está hasta los topes, como lleva estando toda la semana, —principio de mes, no digo más, —y no me da tiempo ni de aburrirme ni de tomarme un descanso. Y para rematar la jornada, llego a casa buscando calma y tranquilidad, y me encuentro con la nota barra invitación ¿sexual? de mi vecino.
Resoplo fuertemente y me quito el traje pantalón azul marino entallado que llevo, el sujetador, y cambio mi coleta tirante por un moño despeinado sobre la cabeza. Me pongo unos pantalones cómodos de algodón que apenas me cubren el trasero, —estamos a principios de junio y el calor empieza a hacer acto de presencia, —y una camiseta de mangas cortas de una marca de bebida que tiene más años que el baúl de la Piquer. Después vuelvo a la cocina, saco el trozo de empanada ya caliente del microondas, me sirvo una copa de vino, pongo la televisión, y como distraída con la Doctora Polo y su hilarante barra surrealista programa, Caso Cerrado.
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Yo solo iba a regar las plantas... (A la venta en Amazon)
RomanceCuando la vecina de Elena se va de viaje, le encomienda la tarea de regar sus plantas y cuidar de Pepito, un canario que canta como Montserrat Caballé. Para más inri, también le advierte que su nieto pasará unos días en el piso. Un nieto al que ella...