Parte 5

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Salgo de la ducha y me sitúo frente al espejo.

—¿Qué me pongo? —me pregunto—. No puedo vestirme de manera formal porque no voy a una entrevista... formal, y el puesto tampoco lo es. ¿Vaqueros? —Me quedo pensándolo durante unos instantes pero finalmente rechazo la idea. Niego con la cabeza.

Me dirijo al armario, lo abro y me quedo mirando la fila de ropa sin encontrar nada que me parezca apropiado. Paso la mano por la barra y saco algunas prendas sin que me convenzan.

Resoplo entre dientes.

—¿Qué le gustará al señor Jeon? —digo—. Un momento... ¿Qué le gustará al señor Jeon? —repito, frunciendo el ceño.

No debería interesarme qué es lo que le gusta al señor Jeon, sino qué es lo que le parecería más apropiado que llevara. Pero en mi intento, la idea de ponerme algo que le guste no deja de acompañarme en cada trapo que me pruebo.

Al final, y tras darle muchas vueltas, he decidido ponerme un vaquero y una camisa de manga corta de color naranja claro y unas sandalias planas. Necesito sentirme cómodo, aunque no sea el atuendo más adecuado para llamar la atención del señor Jeon. Bien pensado, eso solo lo lograría si fuera una despampanante rubia de metro ochenta, y estoy muy lejos de serlo.

¿Qué se le va a hacer?

Me acomodo el pelo con ayuda de una bandana, suspiro frente al espejo para tratar de relajar los nervios que tengo en el estómago, —lo cual es imposible—, y salgo de casa dispuesto a conseguir ese puesto que va a ofrecerme el señor Jeon. ¡Yo puedo! ¡Yo puedo! ¡Yo puedo!, me repito como un mantra. Básicamente porque lo necesito. Necesito desesperadamente un trabajo, tanto como respirar.

Me subo al metro y, como todas las veces que lo cojo, que son unas cuantas al día, no consigo un asiento y me toca quedarme de pie, agarrado como puedo a la barra para no caerme, al lado de un hombre que pasa los setenta años y al que le huele el sobaco una barbaridad.

En ese lapsus de tiempo me pregunto en qué vagón irán esos tíos que salen en las fotos de Facebook leyendo en el metro. No tiene que ser en el metro de Seúl, porque yo no tengo nunca la suerte de encontrarme uno. Una pena, la verdad. Nunca está de más deleitarse la mirada con alguno de los poemas visuales que, aunque parecen estar en peligro de extinción, existen, aunque no sé exactamente dónde. Pero entonces me viene a la cabeza el señor Jeon... Pensar que voy a estar en su despacho y que voy a tenerlo lo suficientemente cerca como para que se me corte la respiración, me revoluciona de nuevo los nervios.

Tengo que tranquilizarme, o haré el ridículo delante de él, me digo, casi como si fuera una orden, y entonces solo me dará un puesto como payaso.

Saco el IPod de mi bolso, me pongo los cascos, busco la canción Yellow de Coldplay, subo el volumen cuando las notas empiezan a expandirse por mis oídos y me dejo llevar por su ritmo.

Me apeo un par de paradas antes de la mía. Necesito que me dé un poco el aire y prefiero caminar un rato mientras observo el incesante trajín de la ciudad que nunca duerme: autobuses, coches, bicicletas, peatones...

Cuando llego al Holding empresarial en el que trabaja el señor Jeon, no puedo evitar que mi vista de un repaso al edificio de abajo a arriba. Durante un instante tengo la sensación de que es un enorme monstruo negro dispuesto a engullirme. Lo he visto centenares de veces porque está frente al Wooga Coffee, sin embargo, desde que sé que el señor Jeon trabaja en él, para mí ha adquirido una dimensión diferente, una perspectiva que hasta ahora no tenía, o había pasado desapercibida.

Suelto el aire que tengo retenido en los pulmones y enfilo los pasos hacia las enormes puertas giratorias que me dan la bienvenida. A la derecha está la recepción. Detrás del mostrador de madera negra lacada, hay una chica de unos veinticinco años pelirroja y con el pelo liso como una tabla de planchar, tan erguida en la silla que parece que se ha tragado un palo.

La proposición de jeon junkook |ADAPTACIÓN|[KOOKV]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora