Parte 2. Maya

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Hoy he hablado de nuevo con él nuevamente, esos tipos hacen que te escuchan, pero solo lo hacen porque es su trabajo, no les importas, solo te escuchan y supongo que yo solamente, necesito hablar. Me ha dado un cuaderno, raro pero tengo con que escribir, algo que aquí poco dejan hacer. Estoy en la sala, es grande, tiene ventanas, cosas para jugar, me siento como me sentía en esas clases donde iba con un montón de gente solo para hacer algo, me siento por encima de ellos, no es porque sea altiva o tenga arrogancia o pecar de...ahora mismo no recuerdo ese pecado de la gente que mira por encima del hombro a otras personas, pero no soy así, me siento por encima, porque al mirar sus caras veo la degradación del ser humano, la ignorancia de sus problemas, de su vida, lo que ve la gente desde fuera y ellos por dentro no pueden ver, quizás por eso están aquí. 


No se realmente lo que espera que escriba en este cuaderno, recuerdo que he tenido miles, pero mi constancia es nula, simplemente garabateo en las esquinas, tampoco soy buena dibujando, siempre admiré a esa gente que se pone a dibujar y sacan mundos hermosos de su propia imaginación, yo lo hacía escribiendo, pero mis mundos no eran la belleza que la gente esperaba encontrar cuando leía alguno de mis escritos. 

Sabía lo que me pasaba antes de aquel día, lo intenté tantas veces que era imposible que cayera donde ahora estoy, pero en esta vida nunca hay nada imposible, incierto, pensaba en ese día y me aterraba, buscaba ayuda en cualquier parte, me hice dependiente de tantas cosas, de tantas personas, luego me hice dependiente de mi misma, luego de la comida, pasé a soltar todo, a no querer depender de nada, con el tiempo vino la dependencia que todo el mundo tiene, dependencia a tener el físico que todos quieren ver cuando te miran, dependencia alguna sustancia que te haga estar despierta durante el día, dependiente incluso a esos sentimientos que tiene que tener la gente. 

Intenté pedir ayuda, pero creo que nadie supo como hacerlo, las cartas para aquel día llenaban mis cajones, ninguna de ellas salió nunca, aquellos sobres se quedaron ahí llegando, con los años, a ponerse amarillentos a rasgarse por el movimiento de un lado a otro.

— ¿Qué haces ehh?

Levanto la mirada del cuaderno observando aquella intrusa que cortaba no solo mi inspiración, sino mis pensamientos, mi instante de recuerdos, como me pasaba en aquellos momentos donde estaba centrada en algo interesante y tenía que dejarlo a grito de otra cosa que hacer, algo banal, algo que odiaba. Siempre he odiado que me dijeran lo que tenía que hacer cuando sé perfectamente lo que tengo que hacer, con madre tenía más de un problema con ello, creo que ella en parte me entendía, pero vivía dentro de un armario, no como los armarios donde vive la gente por su orientación sexual, sino que ella quería ser como todo el mundo, encerrando en una parte de su psique lo que era en realidad. 

Me tiré unos instantes observando el rostro de la recién llegada hasta que me digné a responder a su pregunta, nunca he sido buena conversadora, nunca he sido de grandes o largas respuestas que dar a la gente así que simplemente contesté 

— Escribo...

Para volver a bajar la cabeza a la hoja, buscando nuevamente en el punto que me había quedado para volver a retomar mis escritos, pero la vigilante seguía delante de mi, me miraba como si quisiera descubrir ese espejo en mi interior y verme de verdad, pero eso solo estaba nuevamente en mis pensamientos, pues cuando elevé nuevamente mi cabeza, vi lo perdida que estaba la suya.

— Él me ha dado un cuaderno, dice que saque todo lo que pienso, las voces de mi cabeza hablan, así que yo escribo lo que ellas dicen.

 En ese momento pareció entenderme, pues su mirada se abrió un poco más como sorprendida por mis palabras y se sentó a mi lado. Miró las letras de mi cuaderno que al instante le retiré de forma posesiva, alejándome un poco.

— Yo también tengo voces en mi cabeza, hay una niña que llora, está don gruñón y Billy, ese chico me cae bien, por cierto soy Sofia, Sofía M, no me dejan decir mi apellido, dicen que es peligroso. 

Elevé una ceja negando para descubrir el mal de esa chica, estaría seguramente en aquel lugar por un problema similar al mío. Volví a mirar una vez más al cuaderno para darme cuenta de que ya había rellenado por completo aquella primera página con todos mis pensamientos en aquel rato, así que volteé la misma y me dispuse a volver a escribir.

 — Podemos ser amigas, ambas tenemos pasajeros, él los llama pasajeros y a mi conductor

— Lo que tienes es TID, trastorno de identidad disociativo creo que se llama, no son voces, se crearon para desfragmentar tu mente y aislar traumas en tu interior, conozco sobre ello.

— ¿Qué coño estás diciendo puta? ¿Me estás llamando enferma? ¿Qué estoy trastornada? 

Su mirada había cambiado de la inocencia y divagación del principio a una mirada de ira y odio, seguramente esa parte de ella, ese "pasajero" era el que más había sufrido. Me levanté del sofá en el que me encontraba cerrando la libreta guardando la misma entre mis manos para con cuidado ir alejándome poco a poco, pero ella se dio cuenta. 

— ¿Dónde vas? ¿Huyes de mi? Oh, no claro que no vas a huir

En ese momento salí corriendo, joder que no iba a huir, no quería morir a manos de una loca, no loca por su situación sino por esa rabia contenida que había en su interior. Ella corría tras de mi gritando cosas que ni siquiera me paré a pensar, no quería que otras voces me hicieran salir de mis propios pensamientos y sentimientos. Hasta que algo me hizo frenar, era uno de los hombres que trabajaban en el lugar, caí de espaldas haciéndome un daño considerable en el culo soltando un quejido por ello, él me ayudó a levantarme, parecía agradable, pero claro en este sitio lo son por miedo, si te ponías tonto aquel tipo no dudaría en clavarte un tranquilizante, incluso atarte si fuese necesario 

— ¿Te encuentras bien? No se puede correr por los pasillos, anda sube

Me dio la mano y yo se la tomé para levantarme tomando el cuaderno del suelo ya que el lápiz lo llevaba atado con un corto cordel de la muñecas, de esa manera ni me lo quitaban ni lo intentarían usar contra mi, era complicado porque era uno de esos lápices para niños que era de goma ni siquiera tenía sacapuntas, cada vez que quería hacerlo me acercaba a la ventanilla de las enfermeras y me lo cambiaban por otro, ni ellas tenían aquel objeto peligroso. Le tomé la mano como iba diciendo y me levanté mirando a mi espalda por si aquella chica me seguía, estoy intentando por todos los medios borrar la palabra loca o loco de mi vocabulario, en este lugar esa palabra desquicia a más de uno. 

— Soy Fran, tienes suerte de que él te haya dado un cuaderno y un lápiz, eso quiere decir que eres buena escribiendo 

Me aferré a la libreta como si formase parte de mi misma y me la quisiera robar o descubrir lo que escribo en ella y este mostró una sonrisa. Esperaba alguna palabra por mi parte al parecer, pues se quedó esperando alguna reacción así que sin más le dije.

 — Será eso... — Ambos sabíamos que no era para nada eso — Hola, Paco yo soy Maya

— ¿Como la abeja?

— Gilipollas...

Dije para darme media vuelta dispuesta a marcharme, cuando este puso una mano en mi hombro y me retiré al momento, no me agradaba el contacto físico, se puso ante mi y bajó la mirada.

— Lo siento solo quería parecer simpático, no pareces tan agresiva como los demás

— Se nota que no eres de trabajar aquí, que pases buen día, Fran

Cuando volví a dar varios pasos alejándome de aquel chico escuché por una de las ventanas como la furgoneta volvía, traían a alguien en su interior, me asomé por esta y juro que conocía a esa persona, era idéntico ¿Cómo era posible que él también estuviera en aquel lugar? Vivía lejos demasiado para haber llegado aquí...

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2021 ⏰

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Mundos Cerrados, Heridas AbiertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora