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R A F A E L A



[ACTUALIDAD]

En aquel momento en el que decidí irme de la vida del Cristóbal fue donde mi mundo se vino abajo. Dejé de comer, lloraba todas las noches, mañanas, días completos, semanas y hasta meses. Mi corazón no paraba de doler. Sentía arrepentimiento a cada segundo, me comía viva la culpa de sólo saber que le había hecho daño a la persona que más amaba en la vida. Pero a pesar de eso, sabía que también lo había hecho por su propio bien y futuro, y de alguna manera ese era mi consuelo, sin embargo el egoísmo siempre terminaba apoderándose de mí, porque mi único deseo y anhelo es y era vivir toda mi vida y las que me quedaban junto a él, a su lado.

Pero lo irónico de esta historia, es que al parecer sí resulté ser más generosa de lo que creía.

Y me fui, dejándolo completamente solo.

¿Me arrepiento? Todos los días de mi vida. Jamás me lo perdonaría el Cristobal, ni mucho menos yo.

De eso estaba más que segura...

Pero yo sólo tenía dieciocho años, ¿Qué se supone que debía hacer cuando estaba cagá de miedo porque estaba embarazada? Lo único que quería era que la tierra me tragara y desaparecer. No quería saber de la existencia de nadie, ni ver a ninguna persona, me aislé completamente. Me aterraba todo, me sentía mal conmigo misma y cargué con ello porque sentía que nos habíamos cagado la vida y todos nuestros planes. Yo quería que el Cristóbal cumpliera sus sueños, que fuera a la Universidad y disfrutara su vida, y cometí el gran error de creer que yo estaba en lo cierto y que lo mejor para él y para mí era que le escondiera mi embarazo. No podía mirarlo a los ojos, me sentía mal ante todos porque pensaba que los había decepcionado, incluyéndome.

Mi vida había tomado un vuelco repentino de un momento a otro.

Y rompí mi promesa, desapareciendo de la vida del hombre que más amaba, pasando mi embarazo sola y extrañándolo cada día de mi vida.

Los llantos de la Abril resonaron en mis oídos con fuerza ocasionándome unos nervios de punta. Ya había revisado que su leche estuviera en la temperatura justa, también le había cambiado los pañales y chanchitos ya no le quedaban, porque me había dado el tiempo de sacárselos, precisamente para evitar esto.

Pero no había caso, lloraba como si le estuvieran haciendo algo malo.

Me angustiaba verla tan mal, sus mejillas estaban rojas y por más que la meciera en mis brazos su llanto no cesaba.

—Una cuncuna amarilla...—Empecé a cantar, aunque ya estaba empezando a odiar a mazapán pero a ella le encantaba, así que no tuve más remedio que probar suerte con la cancioncita—, debajo de un hongo vivía...

Me quedó mirando con sus ojitos miel de par en par, pero a los segundos volvió a hacer un puchero y siguió llorando mientras apuntaba una fotografía que tenía en su manito.

—Papa—Susurró inflando sus cachetes. Me quedé en blanco sin saber que decir. Desde que nació que la había criado con el conocimiento de que el Cristóbal era su papá, jamás se lo oculté, incluso llevaba su apellido. Pero cada vez se me hacía más difícil explicar el por qué él no podía verla.

Era una tortura.

Mordí mi labio inferior sin saber qué más hacer.

—A ver, déjame tomar a esta hermosa bebé—Dijo mi mamá apareciendo de repente, tomó a la Abril y comenzó a sobarle la espalda, haciéndole muecas y mostrándole un chanchito de ule, que era su favorito, ocasionando que soltara una pequeña carcajada y su llanto cesara por fin.—. ¿Quién es la regalona de la abuela? —Comenzó a mimarla mientras depositaba un beso en su mejilla.

No me olvides #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora