XLIX. Madre mía

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Me volví a tus pasos un imitador,
aprendiendo de tu sonrisa.
Camine pocos metros
a tus brazos y fueron tus manos mi socorro seguro,
mi lugar y mi calor.

Fue tú trabajo y tú esfuerzo.
las infinitas veces en que te pusiste delante de mí cubriéndome del fuego.

No hay cabida en mis fuerzas para darle lo que le debo,
no hay caricias que pagen su dolor y paciencia,
mucho menos riquezas que cubran su amor por mi,
no hay madre como la mía,
una verdadera flor
que arranca sus espinas para no herirme,
una nube que me tapa el Sol.
Es ella todo en mi, soy yo todo por ella.

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