Prólogo

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Ser hija de uno de los mediadores entre el mundo humano y el mundo sobrenatural, nunca fue fácil para mí. Debido al temor que sentía al oír a papa hablando de aquellos seres que habitaban ese mundo paralelo que la mitad del planeta desconocía, había crecido como una persona muy tímida, asustadiza y temerosa. Mi apariencia no llamaba la atención y tampoco tenía amigos.

Corrían muchos rumores sobre el trabajo de mi padre, ya que había sido visto en situaciones bastante incómodas y eso evitaba que mis compañeros de clase aceptaran mi compañía. Se burlaban, me ignoraban o conseguían correr una y mil veces un palabrerío barato que solo me hacía querer desaparecer de la escuela.

A pesar de todo, lo amaba. Por ser el excelente hombre que era, un padre viudo que, con toda la tristeza por la muerte de su esposa, realizó con total éxito el trabajo de mantener una familia estable y unida. Realmente estaba muy orgullosa y admirada de mi progenitor.

Mi hermana Daiane, por su lado, era una joven extravagante, sociable. Al ser ella un poco más agradable, había mantenido a sus amigas a su lado enfrentando a quienes hablaban mal de él y luchando por mantener su vida normal. Además ella tenía algo a favor que impulsaba sus argumentos a la hora de la defensa: amaba el trabajo de nuestro padre.

Tras la muerte de nuestra madre, se interesó de lleno en su labor.  He de admitir que durante ese tiempo me sentí abandonada. Se trataba de una escena típica que se repetía constantemente: mi padre atravesando la puerta, Daiane corriendo a preguntarle cómo había sido su día, que tal estaban los ministros vampiros, el comité de las brujas y las juntas de los lobos. Yo quedaba al margen, debido a la depresión interna que estaba pasando por la falta de la figura materna que había perdido. Durante esos momentos, prefería callar.

Con el tiempo su afán por saber absolutamente todo sobre el mundo sobrenatural empezó a disminuir, dejó de acosar a papá y con un poco de dificultad logré restablecer la relación que tenía con él. Lo que nunca dejó de profesar fue su deseo de algún día conocer ese mundo. Un deseo imposible, ya que no se admitía la entrada de humanos a sus terrenos, pero ella aún hablaba sin parar sobre ser la primera en lograr entrar, haciendo caso omiso a las palabras de mi padre sobre las reglas y todo lo que él sabía sobre los permisos de paso de un mundo a otro.

En fin, todo lo relatado anteriormente, me llevó a pensar si mi padre estaba totalmente cuerdo cuando tomó esa decisión que hizo que mi vida cambiase para siempre.

Para siempre.

Mi preciosa sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora