1-Noche de Alcohol

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Era una noche fría. Fría así como a ella le gustaba. El aire invernal golpea el rostro de la joven que caminaba por la vereda hasta llegar a su bar preferido. El lugar parecía algo lleno, muchas mesas ocupadas por más de dos personas. Había personas riendo, otras besándose, otras charlando en vos baja y los solitarios de siempre…en la barra charlando con el bartender.

Como todo viernes, la joven Saya, iba al mismo bar, a la misma hora y se quedaba hasta tarde ahogándose en alcohol.

Se sentó en la barra y pidió lo mismo de siempre…Vodka.

—¡Esto sabe asqueroso!

—¡Pero aun así te gusta! —comenta el camarero detrás de la barra preparando tragos.

—¡Tienes razón! —dice asintiendo. Aunque no le gusta por el sabor, sino por la cantidad de alcohol que tiene.

—¡Siempre la tengo! —afirma él sonriendo y volviendo a sus quehaceres.

“Parece un psicólogo más que un bartender. Siempre escucha nuestros problemas y nos da consejo. Ariel es una buena persona y un buen amigo de viernes”

Aunque el alcohol quemaba su garganta, aún seguía tomando. Ella estaba consciente de que beber no era lo suyo, de que no le gustaba, pero bebía para borrarla de su mente, y a sus palabras falsas de cada rincón de su memoria.

—¡Otra! —dice al terminar el trago y dejando el vaso sobre la barra.

Bebía para olvidar a la mujer que la dejo, de forma cobarde. La odiaba y se odiaba ella misma por haberse enamorado. Por saber que era una mujer peligrosa pero aun así no seguir a sus instintos. Se odiaba por atarse en las garras de su sensualidad y cegarse por su belleza. Creía que la amaba, creía que era la única en su mundo capaz de provocar esos sentimientos...creía que lo que sentía era amor.

Mientras que Ariel vertía el vodka de la botella al vaso, la joven giro su rostro, encontrándose con una mujer sola, en una esquina, algo oculta y levemente oscura. Sola con un vaso en su mano bebiendo de forma lenta. Sola, meciendo el vaso y mirándolo fijo. Sola y melancólica. Sola, perdida en sus pensamientos.

“Supongo que estamos en la misma situación”

Como si la gravedad de la mujer la llamara y la atrajera, la joven toma su vaso y camina, por el corredor que parece alargarse mientras más se acercaba, hacia la fría, y solitaria esquina donde se encontraba la mujer.

Sus ojos se veían cansados, era fácil distinguir sus ojeras debajo del leve maquillaje. Su cabello suelto y algo desaliñado cae por sus hombros decaídos. Sus manos inquietas, mecen y giran el vaso, como si así pudiera encontrarle algún sentido a sus problemas. Su colgante, de una pareja con un niño en el centro, llama la atención de la joven.

“¿Por qué razón una mujer con familia está bebiendo sola y a esta hora de la noche?”

—¡Hola! ¿Puedo sentarme? —la mujer tarda en reaccionar.

—Si, claro—dice sin siquiera molestarse en levantar la mirada.

La joven se sienta, apoya el vaso en la mesa y le ofrece un trago, la mujer solo asiente y la joven le hace señas al camarero.

—Traenos una botella de lo más fuerte que tengas.

—¿Estás segura? —pregunta indeciso él, observando a la mujer.

La joven mira al camarero, luego a la mujer y luego al camarero.

—¡Traelo! Ambas necesitamos algo fuerte para el dolor—dice y el camarero se retira.

Enamorarse de lo ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora