Volar Juntos

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Sirius Orión Black no era ni remotamente el reflejo de lo que Walburga soñó que sería su heredero. Era un muchacho problemático, que no le importaba romper con las tradiciones y lo que su familia consideraba correcto. Aunque había que admitir que la mujer le había tenido mucha fe. Aun después de ver como, siendo un niño, había convencido a su hermano menor Regulus para llenar las escaleras de la casa con nieve y arrojarse por ellas sobre una de las costosas alfombras persas que Orión Black tanto apreciaba.

Tampoco era el más brillante, su hermano había demostrado tener una mente más ágil y eficiente; no podía estar más orgulloso de él. Este y algunos otros deslices académicos habían ocasionado que Sirius fuese expulsado de cada colegio e internado al que sus padres le inscribían. En un par de ocasiones llegó a llevarse a Regulus por delante, haciendo que Walburga los enviase al mismo instituto.

El enfado de Regulus por separarle de los pocos amigos que lograba hacer le duraba hasta que Sirius sacaba a relucir su gran habilidad para ordenerle a Kreacher, el anciano mayordomo que hornease las galletas favoritas del menor de los hermanos; para luego hacerlas pasar como propias. Ninguno de los dos creía las palabras de Sirius, pero tampoco hacían comentarios al respecto.

Su vida escolar fue como caminar descalzo sobre vidrios con algunos breves interludios para ponerse tiritas en en las heridas, que después se volverían a abrir.

Al menos así fue hasta que Orión decidió enviar a ambos hermanos a un internado en Escocia, en la movida ciudad de Hogsmeade.

El Instituto Hogwarts para Caballeros tenía todas las papeletas para ser el peor lugar en que Sirius jamás estuvo— sin contar Grimmauld Place —. Sólo que entre más lo pensaba menos terrible se transformaba la situación. Allí no estaban sus padres, pero sí su hermano, también estaban los que serían sus mejores amigos para toda la vida: James Potter, Peter Pettigrew y, quien hacía que cualquier clase de matemáticas avanzadas pareciese un paseo por el campo, Remus Lupin.

Sirius no podía verbalizar lo mucho que le gustaba Remus, ni lo culpable que llegó a sentirse por eso.

Mucho tiempo se guardó sus sentimientos para no perjudicar al cerebro del grupo que los cuatro denominaron «Los Merodeadores», que nada tenía que ver con el hecho de que, en múltiples ocasiones, se saltaban el toque de queda para explorar la estructura antigua de piedra que se complementaba con el edificio más moderno del instituto que se construyo después.

Hasta que, poco antes de verse obligados a volver a casa por las vacaciones de verano, Remus le pidió a Sirius que le hiciese compañía para explorar un ala nueva del envejecido edificio.

Fue inefable aquel sentimiento que se instaló en su corazón cuando Remus le acorraló contra una columna de piedra para besarle y acariciarle el largo pelo negro, al son de palabras tiernas y llenas de "me gustas".

A la mañana siguiente, James tendría que inventar una de sus mejores excusas con los profesores para justificar la ausencia de Lupin y Black, mientras Peter se escabulliría en silencio para buscarles. Quién le diría al más tímido del cuarteto que encontraría a sus dos amigos dormidos en una pose ortopédica sobre una mesa de la polvorienta biblioteca antigua; rodeados de libros abiertos y muy juntos.

Sirius no podía ser más feliz, irradiaba la alegría que le causaba Remus con tal intensidad que Regulus le golpeó pensando que se le había ido cabeza.

Hablando de hermanos menores tan amables como el suyo, Sirius recordaría siempre con una sonrisa toda la conversación de él contándole su situación sentimental a su hermanito.

Abordó a Regulus en su habitación y le dijo:

—Soy gay, muy gay, homosexual, homo-lo-que-quieras. Ah y tengo novio.

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