Me sentía asustado con frecuencia. Era un terror extraño, cuando alguien tocaba debajo de mi piel, para ver lo que ocultaba detrás de ella.
Vacíos, saliva, puertas abiertas y recuerdos inconclusos.
Takuya.
La vida necesitaba un cambio, todos lo sabíamos, pero nadie estaba dispuesto a levantar un dedo. Excepto esa persona, que no solo dio sus dedos, sino la conciencia entera.
Aunque me parecía respulsivo lo que hizo, pues arrastró a todos consigo. Una persona que se ocultaba como Dios o demonio, lo más parecido a ambos.
—Oye, le tocaste la teta, ¿verdad? —Infló sus cachetes como si la pregunta me hiciera reír igual de tonto que él. Rodé los ojos y negué—. ¿Los interrumpieron? El cliente masculino que viene los lunes también decía que le tocaste el chinchin.
Miré a los alrededores, observando las cabezas de colores que se volvían una multitud en el interior. Los colores neones les empañaban, encerrándonos a todos en una burbuja lejos de la noche cálida donde se paseaban estudiantes o familias. Suspiré de el cansancio, levanté una mano y escupí con una sonrisa:
—A ti qué te importa. —Mostré la lengua, estirando mis pasos mientras los botines negros me creaban cierto eco.
Apestaba a alcohol el suelo, estaba pegajoso así que me sentía asqueado de caminar allí. Solía sentir que soñaba despierto, un sueño que se repetía numerosas veces, golpe tras golpe, algo que buscaba escupirme en el rostro. Me retorcía, estiraba el cuello, abría los ojos y miraba las luces en el techo que tocaban cada parte de mi piel hasta desmantelarme y dejarme caer en el suelo.
Mantuve la mirada perdida, se me había olvidado a dónde iba. Me sentí tonto en las ropas caras, en los espejos de cada esquina que me rendían culto.
—¿Estás bien? —James, o al menos el sobrenombre que usaba, tomó mi muñeca hasta lograr que me centrara en su cabello castaño que estaba de puntas como personaje de Jojo's. Tenía el brazo recargado en el hombro de una mujer negra que miraba al suelo mientras tarareaba una vieja canción.
—Quiero llorar como no tienes idea. —Expresé, sacudiendo la mano alrededor de mi rostro. Sentía mi esclera enrojecerse y ya no veía nada con claridad—, al menos ya me voy.
—De acuerdo, levantan el servicio en una hora así que vete antes de que te agarren como empleado de la limpieza. —Me dio unas palmadas antes de apartarse; le haría caso, era el más experimentado al ser el número uno y mi mayor competencia. Sus ojos rasgados de gato se cerraron hasta volverse una fina línea que ocultaba sus ganas de llorar también.
Observé mis manos blancas que se enrojecían de los nudillos por el maquillaje. Estiré mi columna, echando un último vistazo hacia el gran salón de el club donde ya varios yacían borrachos en sus cubículos, con chicas dormidas en sus regazos. La máquina de humo estaba apagada pero los restos se esparcían como si estuviéramos en ultratumbas.
Éramos un club Host en el distrito de kabukichō, Shinjuku. Después de las 3 am todos queríamos llorar porque no soportábamos el ardor de las lentillas, el hígado también dejaba de funcionar.
Se sentía de la mierda, al igual que el maquillaje. Abrí la boca para pegar un grito que no fue expulsado, me aferré a mi suéter blanco y me dirigí al área de producción para sacarme todo el vestuario de idol fracasado que no tiene ni dónde caerse muerto. Al menos le agradecía a los K-dramas poner de moda a los chicos lindos, porque cada día era más solicitado para interpretar el papel.
Me arrojé frente al espejo rodeado de luces naranjas, presionando mis ojos para tratar de picar el maldito pupilente que hacía de mis pupilas algo lindo en lugar de solo un punto. Con la otra mano comencé a quitarme el pegamento para el doble párpado, mientras me tragaba las lágrimas de todas las noches.
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Cuídate de la víbora S.
Fiction générale"La víbora S se pasea por los pasillos de la universidad. Cuida que no te muerda, pues una vez sus colmillos suelten el veneno te convertirás en lo que ella desea". En una prestigiosa universidad de Japón, Amer, una mujer afroamericana que reside en...