Capítulo 9 parte A

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Un poco más de cinco años habían pasado; y durante todo ese largo tiempo, Terruce nunca, nunca derramó lágrimas por la pérdida de aquellos seres. Ahora, acabado de revivir el crudo momento, lo hacía con la vulnerabilidad de un niño.

Eleanor, quien desde la muerte de Susana, evitaba dejarle a solas, salió a toda prisa detrás de él, divisándole cuando se dejaba caer sobre el fresco césped.

Con silenciosos pasos, la madre fue hasta su hijo; y Terry, al reconocer una parte del vestido que se le puso enfrente, se aferró de las piernas de su madre, la cual, conforme lo oía sollozar, comenzó a pedirle.

— Llora, mi corazón; llora y saca así todo lo malo que tu pecho ha retenido. Ataduras, odios, venganzas, miedos y frustraciones, échales fuera de ti para que puedas empezar desde cero. Llora, Terry, llora todo lo que quieras que aquí está tu madre para consolarte, hijo.

Éste así lo hizo por varios minutos. Y cuando al fin pudo articular palabra, Terry decía de Susana:

— Aunque a los periódicos declaraba todo lo contrario, fue un infierno lo que viví a su lado.

— Lo sé, cariño.

— Lo extraño, es que ahora que ya no está, siento que la necesito para yo poder vivir.

— Terry...

— El estar peleando día a día con ella, me daba el coraje para olvidarme de mis dolores y seguir adelante con la lucha. Hoy, sin su presencia, me siento perdido en medio de esta tranquilidad para mí ya desconocida.

— Te irás acostumbrado.

— A mi libertad. ¡Tanto que se la pedí y ella...!

— ... lo mismo que te la negó.

— Y aumentó lo doble su capricho, porque después de aquella caída, jamás de la cama se levantó.

— Sí, lo hizo —; Terry borrosamente la miró para escuchar. — para ser llevada a su nueva y eterna morada.

De alguna forma, Eleanor debía hacerlo calmar y lo logró al observarle él:

— ¿Estás segura que de ti no saqué el humor sarcástico?

— Al contrario, tú me lo contagiaste.

La suavidad de sus finas manos él las sintió en su rostro; y secando él mismo sus lágrimas apreciaría:

— Gracias, madre.

— Gracias a ti, hijo, por haberme perdonado y permitido estar a tu lado.

— Y como quiero que sigas estándolo...

Un Terry prontamente recuperado se puso de pie; se acomodó hacia atrás el cabello y arregló sus ropas para luego tomar la mano de su madre y sugerirle:

— Regresemos a casa e iniciemos un viaje tú y yo, solos. ¿Quieres?

La bella diva asintió dando pauta a ser cuestionada:

— ¿Adónde te gustaría ir primero?

— A Chicago.

— ¡¿Chicago?! ¡¿por qué precisamente allá?! Mamá, yo...

La actriz le puso un alto a su histeria.

— Porque allá necesitan nuestra ayuda; y porque sé que podemos, es mi deseo que contribuyamos.

— Pero...

Terry se detuvo para resoplar fuertemente y después, rendido, preguntar:

— ¿Dónde justamente hay que dirigirse?

CAPRICHOSO ES EL DESTINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora