Prólogo

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El rey Katsuki observó el cuerpo de la reina. Su cabello castaño que hace un tiempo había sido largo, ahora estaba cortado en partes desiguales. Su rostro estaba pálido. Sus manos frías.

Había perdido toda vida.

-Anuncien que la reina Ochako está muerta -dijo, sin apartar la vista-. El templo estará abierto con su cuerpo dentro del féretro de la consorte. Todo el día será dedicado para dejar ofrendas y pedir por su alma. Luego de eso, será enterrada.

Eijiro bajó su cabeza, apretando sus puños con frustración. No podía dejar de mirar el menudo cuerpo, delgado y lejos de estar en buen estado, lleno de sangre.

-¿Se les informará que la mataste? -dijo, con la voz quebrada. Era insoportable aquel ardor en su alma.

Ella era su amiga.

Y no quería ni pensar cómo iba a estar su Denki cuando se enterara.

El resto de los guardias esparcidos por la habitación estaban casi en la misma situación que podrían hacer para vengar esa muerte injusta.

Katsuki soltó su espada. El metal chocando con el suelo hizo un sonido estridente, al mismo tiempo que una carcajada salía de sus labios.

Atónitos, todos escucharon la confesión tan ligera y alejada de toda culpa que el cenizo dijo.

-Anuncia que fue asesinada por mi propia espada.

-Rey...

-Y que disfruté cuanto gritó -finalizó, dando la última mirada a su esposa muerta y caminó fuera de los aposentos de la reina consorte, donde ella había pasado sus últimos momentos de vida.

Ese día, Hima se tiñó de gris. La lluvia no cesó, acompañando las lágrimas del pueblo por su amada reina Ochako, cuya sangre estaba en las manos del tirano rey Katsuki.

El deseo del rey (Katsudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora