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La lluvia golpeaba con fuerza el carruaje y no le daba tregua a los fatigados caballos, cuyas huellas marcaban el barro, seguidas de los surcos que trazaban las ruedas. Era una noche fea, espantosa, horrible. Y para Xingqiu era, sin duda, la peor de todas.

Dentro del carruaje, no podía apartarse de la cabeza el rostro del soldado de la Geoarmada que había irrumpido en sus aposentos, exhausto, jadeando, preocupado. Con el corazón en un puño, el joven señor del clan Guhua se esforzaba por apartar todas esas ideas fatales que se le pasaban por la cabeza, pero las palabras que había pronunciado el soldado no daban lugar a muchas esperanzas:

¡Señor Xingqiu! ¡El señor Chongyun...!

Las manos le temblaron por enésima vez y entrelazó sus propios dedos para disimularlo. Las apoyó sobre su regazo, y entonces fue cuando se dio cuenta de que también le temblaban las piernas.

Había crecido junto a Chongyun, su querido Chongyun. Ahora los dos se habían convertido en un par de jóvenes hombres con futuros brillantes y cada uno con una reputación maravillosa. Lo quería con todo su ser, con toda su alma y con todo su corazón. Él, que solía pensar que el amor solo existía en los libros, no podía plantearse ahora qué haría si le había sucedido algo a Chongyun.

—¡Más rápido! —ordenó. Quiso sonar decidido y fuerte, pero la voz le tembló incluso más que las manos.

Los caballos marcharon más rápido y junto a ellos, el carruaje. La lluvia seguía cayendo sobre ellos como flechas lanzadas desde las nubes, grises y negras, feas manchas oscuras que hacían que la noche fuera incluso más apagada. Un cielo desolador que iba acorde con el ánimo del joven señor del clan Guhua.

Sin embargo, poco después el carruaje frenó poco a poco hasta detenerse y Xingqiu se impacientó, bajando y pisando el barro sin preocuparse de lo caros que eran sus zapatos.

Una apurada sirvienta se apresuró a bajarse inmediatamente después de él, abriendo el paraguas con el que debía evitar que su señor se empapara con la lluvia. Xingqiu apenas le prestó atención y ni siquiera la esperó, pues no le importaba mojarse. En ese momento lo único que quería era encontrar a Chongyun.

—¿Por qué nos detenemos? —preguntó Xingqiu al cochero, casi gritando para hacerse oír sobre el chapoteo de la lluvia.

El hombre no fue capaz de hablar, ni siquiera fue capaz de abrir la boca como amago de querer decir algo. Lo único que le salió fue señalar un cuerpo a unos veinte metros del carruaje y a Xingqiu se le cayó el alma a los pies.

—¡Chongyun! ¡Chongyun, por Los Siete! —gritó, sintiendo que el pecho se le encogía.

Echó a correr hacia el cuerpo de su amigo dejando atrás a la sirvienta que sostenía el paraguas para proteger a su joven señor de la lluvia. Se tiró de rodillas sobre el barro sin pensar ni un momento en lo caras y exquisitas que eran sus prendas y abrazó a Chongyun.

—Yun... —susurró, refiriéndose a él con ese apelativo tan cariñoso.

Se le mancharon las pálidas manos con la sangre de su propio compañero, mezclada con el agua de la lluvia, y no quiso aceptar el innegable hecho de que había llegado tarde.

—Yun... —volvió a decir sin fuerzas—. Yun...

Y entonces lo estrechó con más fuerza y hundió la cara en su hombro. Los gritos de angustia y los sollozos desconsolados de Xingqiu le removieron las entrañas a todo aquel que llegó a oírlos. Incluso la lluvia pareció callarse por un momento, conmovida por los chillidos de dolor que se le escapaban de entre los labios al joven.

Xingqiu no había perdido a su media naranja; había perdido a su naranja entera. ¿A quién iba a abrazar ahora por las noches? ¿A quién iba querer hacer reír a toda costa? ¿A quién iba poder amar tanto como había amado a Chongyun?

No quería que acabara así. No tenía que acabar así. Todavía tenían muchas cosas que hacer juntos, todavía tenían muchos momentos por los que pasar, risas que compartir y hasta discusiones que soportar. Todavía... Todavía eran jóvenes...

Xingqiu volvió a sollozar y gritar cosas ininteligibles, pero había unas palabras que se comprendían por encima de todo: «Chongyun» y «por qué».

Apenas se oía ya el sonido de la lluvia. Allí solo se escuchaba la desesperación, el dolor, la tristeza, la desolación y la angustia, que caían en forma de sollozos de entre los labios temblorosos de Xingqiu, abrazado al cuerpo de su querido Chongyun como un niño pequeño aferrado a su peluche favorito.

* * *

Abrió los ojos de golpe al despertarse de la pesadilla. No dio un respingo, ni se levantó de golpe, ni ahogó un grito. No hizo nada dramático, tan solo se quedó mirando el techo de su habitación.

De nuevo la misma pesadilla, el mismo recuerdo. Estaba acostumbrado a tenerla a menudo, a revivir la angustia y desolación de aquel día. Cada vez le dolía más, como si fuera un puñal que poco a poco se hundía más en su pecho.

Tenía el recuerdo grabado a fuego en su mente y por desgracia nunca podría olvidarlo. Xingqiu deseaba con todas sus fuerzas poder borrar ese día del calendario, poder cambiar los acontecimientos. Deseaba con todas sus fuerzas que su querido Yun siguiera vivo y a su lado. Deseaba poder ver su sonrisa una vez más, mirarlo a sus ojos celestes y darle un abrazo con el que sentiría que se fundiría con él.

Pero...

Se incorporó por fin. Le costó más de lo que jamás pudo imaginar. Sentía que ya no había nada que pudiera animarlo, que la muerte de Chongyun había acabado también con su ilusión. Pero sabía que a su amigo le gustaba verlo sonreír, así que siempre pensaba en eso y lograba esbozar un atisbo de sonrisa que inevitablemente se desvanecía antes de lo esperado. Le suponía un esfuerzo monumental, pero por él lo haría costase lo que le costase.

Miró el libro que tenía sobre su mesita de noche, abierto a conciencia por la primera página. Él mismo lo había escrito y era muy especial para él. Más especial que cualquier otro, a pesar de que siempre abandonaba la lectura antes de terminarlo y regresar al principio.

Había decidido escribir la biografía de Chongyun, donde contaba sus experiencias y hazañas. Después de todo, siempre habían estado juntos y conocía bien la vida de su amigo. No sabía si así ponía remedio a su dolor o si tan solo lo intensificaba, pero era lo más parecido a seguir teniendo a Chongyun junto a él.

El libro permanecía siempre abierto por la primera página por deseo del propio Xingqiu. Para cualquiera, aquello podía ser un simple capricho o una manía; pero para él, un amante de la lectura que había leído novelas como si las necesitara para vivir, aquello guardaba un significado mucho más profundo.

Porque en un libro, el hecho de que los personajes que mueren al final vuelven a estar vivos al principio es innegable. Porque tal vez así su amigo podía seguir estando a su lado. Porque quizá así su querido Chongyun podía ser eterno.

Eterno [Chongqiu] (One-shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora