Prólogo

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El cielo estaba llorando y el lamento del bosque se escuchaba a través del viento. Sobre el pasto verde reposaba una criatura de inigualable belleza. Su llanto acarició las flores, llenó los ríos e hizo crecer los cultivos. Las hadas bailaban a su alrededor, las náyades la bañaban con el agua dulce que corría por los ríos, los duendes miraban curiosos desde la distancia y la luna le cantaba para hacer que se entregase a los brazos de morfeo

–Oh, pobre criatura–formuló el corazón del bosque–.Destinada a ser destruida y condenada a ayudar a aquellos que te destruirán.

Las hadas dejaron de bailar, las náyades se fundieron con el río, los duendes corrieron al interior de su hogar y la luna comenzó a esconderse. La voz que había emergido era tan melosa que los llantos del bebé finalmente acallaron.

–Pequeña niña, déjame hacerte un favor.

La madre naturaleza hizo brotar adelfas alrededor del ser que yacía en el suelo húmedo, y como un acto de piedad, plantó una semilla de la flor en el corazón de la niña.

–Te he arrebatado la capacidad de sentir, no pienses que es una maldición, solo quiero protegerte de la maldad que se abalanzará contra ti. No sentirás odio, culpa, rencor o tristeza–prosiguió–.Oh pequeña, te privo del amor y la calidez, pero a cambio te libero de la carga que conlleva la mayor de las culpas.

El cielo dejó de llorar y el bosque dejó de lamentarse, pues como había dictado la profecía, había llegado al mundo el recipiente del dragón de la vida y la muerte. 

El beso del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora