Parte 13

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Yacía bocabajo, escuchando el silencio. Estaba absolutamente solo. Nadie lo estaba mirando. Nadie más estaba allí. No estaba completamente seguro de que él mismo estuviera allí. Bastante tiempo después, o quizá en ese mismo instante, le vino el pensamiento de que debía de existir, debía de ser más que un pensamiento incorpóreo, ya que estaba tendido, definitivamente tendido sobre alguna superficie.

Por tanto, tenía el sentido del tacto, y la cosa contra la que estaba tendido también existía. Casi en el momento en que llegó a esa conclusión, Harry se dio cuenta de que estaba desnudo. Convencido como estaba de su total aislamiento, esto no le preocupó, pero sí le intrigó levemente. Si bien podía sentir, se preguntó si también podría ver. Abriéndolos, descubrió que sí.

Yacía en medio de una brillante neblina, aunque no era como las otras neblinas que siempre había experimentado. Los alrededores no estaban ocultos por vapor nublado; más bien el vapor nublado no se había formado a su alrededor. El suelo en el que estaba echado parecía ser blanco, ni caliente ni frío, simplemente así, un espacio liso y blanco en el que estar. Se sentó. Su cuerpo parecía indemne. Se tocó la cara. Ya no llevaba las gafas puestas.

Entonces un ruido le llegó a través de la nada uniforme que le rodeaba: los pequeños y suaves golpeteos de algo que aleteaba, se sacudía y luchaba. Era un sonido lastimoso, pero también ligeramente indecente. Tenía la incómoda sensación de que estaba escuchando algo vergonzoso y furtivo. Por primera vez, deseó estar vestido. Casi al instante de formarse el deseo en su mente, unas túnicas aparecieron a corta distancia. Eran suaves, limpias, y cálidas. Era extraordinario cómo simplemente habían aparecido así, en el momento en que las quería... Se puso en pie mirando alrededor.

Un gran techo abovedado de cristal brillaba en lo alto bajo la luz del sol. Tal vez era un palacio. Todo estaba silencioso y quieto, exceptuando esos extraños golpeteos y sonidos que salían de algún lugar cercano, en la neblina... Harry se giró lentamente, y los alrededores parecieron inventarse a sí mismos ante sus ojos. Un gran espacio abierto, brillante y limpio, una grandiosa sala mucho más grande que el Gran Comedor, con ese límpido techo abovedado de cristal. Estaba bastante vacío. Era la única persona allí, excepto por... Retrocedió.

Una criatura extraña. Estaba temblando bajo el asiento donde había sido abandonado, no deseado, escondido fuera de vista, luchando por respirar. Sintió miedo de él. Aunque era pequeño y frágil y estaba herido, no quería acercarse a él. Sin embargo, se fue acercando lentamente, listo para saltar hacia atrás en cualquier momento. Pronto estuvo lo suficientemente cerca para tocarlo, pero no fue capaz de hacerlo. Se sintió como un cobarde. Debería reconfortarlo, pero le causaba repulsión.

Se dio la vuelta. Albus Dumbledore estaba andando hacia él, directo y lleno de energía, vistiendo prendas de una radical azul medianoche y con una túnica suelta de color azul medianoche.

—Harry —abrió los brazos ampliamente, y sus manos estaban enteras, blancas e intactas —. Chico maravilloso. Valiente, valiente hombre. Paseemos.

Atónito, Harry siguió a Dumbledore cuando este se alejó a grandes zancadas del despellejado niño, llevándolo a dos asientos que Harry no había notado previamente, que estaban colocados a cierta distancia bajo el alto y destellante techo. Dumbledore se sentó en uno de ellos y Harry en el otro, mirando la cara de su antiguo director.

—Está muerto —dijo Harry.

—Oh, sí —dijo Dumbledore de forma práctica.

—Entonces... ¿también estoy muerto?

—Ah —dijo Dumbledore, sonriendo más abiertamente—. Esa es la cuestión ¿no es cierto? En conjunto, querido muchacho, creo que no.

Se miraron mutuamente, el hombre mayor todavía sonriendo.

Las horas más oscuras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora