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     El calor que su cuerpo había generado al tratar de huir de sus perseguidores se fue perdiendo a medida que avanzaba por los andenes de las oscuras calles. La solución podría estar en aumentar la velocidad, pero después de quince cuadras recorridas durante algo más de treinta minutos, el cansancio empezaba a mostrarse.  La distancia que debía superar era menor a los seis kilómetros, un recorrido que en el automóvil de su amiga Gail hubiese tardado entre quince y veinte minutos en realizar, pero que en las actuales circunstancias la obligaban a caminar por al menos una hora más. Solo a mí me pasan estas cosas, ¿qué culpa tengo yo de que la novia de ese tipo estuviera más borracha que un marinero en día de descanso y se dejara besar de esa mujer?, eran los pensamientos que la acompañaban a medida que trataba de mantener la vista enfocada en el pavimento tratando de evitar el llegar a pisar algún objeto que pudiese lastimarla. Afortunadamente los encargados de la limpieza habían hecho su trabajo y hasta el momento no se había cruzado con nada que terminara enviándola a la unidad de urgencias del hospital.

     Durante los primeros minutos  había tratado de permanecer sobre la avenida, presumiendo que su amplitud e iluminación le darían algo de seguridad. Sin embargo no demoraron en aparecer, a menos de cien metros de distancia, varios sujetos que por su vestimenta y su actitud la hicieron sentir vulnerable, por lo que prefirió continuar su camino por las pequeñas calles que atravesaban los barrios residenciales. Eran mucho más oscuras, pero de alguna manera la ausencia de gente la hizo sentirse más segura. Si algo se presentaba, tendría la opción de tocar a la puerta de una de las casas en busca de auxilio. Las plantas de sus pies empezaban a sentir la dureza del asfalto, y aunque en algunas ocasiones, estando en casa y sus alrededores prefería caminar descalza, no se podría comparar lo que estaba viviendo ahora con la suavidad de la alfombra de su hogar o del césped de su jardín. Trató de aprovechar la suave superficie de los patios de las casas que se encontraban en su camino, solo para descubrir que el frio del césped a esa hora era peor que la dureza del asfalto de la calle. Trató de pensar en otras cosas sabiendo que si se concentraba en el dolor, el cual cada vez se hacía más evidente, le sería imposible continuar. Sin embargo llegó un momento, después de llevar más de cuarenta y cinco minutos caminando, cuando decidió sentarse a tomar un pequeño descanso en una pequeña banca de madera que encontró al borde de un jardín. Se sentía tan miserable que hubiese querido romper a llorar pero sabía que tenía que ser fuerte, que no sacaría nada con derramar unas cuantas lágrimas cuando apenas estaba por la mitad de su recorrido. Se encontraba tan cansada que sabía que no podría arrancar a correr como lo había hecho más temprano, si se le llegaba a presentar alguna clase de peligro. Pasaron diez minutos antes de que pudiera reunir la fuerza suficiente para continuar su tortuoso camino. Sintió el cosquilleo en las piernas, propio de los que han desarrollado alguna actividad física exigente. Una vez más recordó sus épocas de atleta, llegando a la conclusión de que si no hubiese sido parte del equipo de atletismo, le habría sido imposible resistir. Diez cuadras más adelante, cuando pasaba frente a una atractiva casa de dos plantas con sus paredes pintadas de azul oscuro, un pequeño automóvil se detuvo justo a la altura de donde ella se encontraba. Rápidamente descendió un muchacho de jeans y camiseta tipo polo de color blanco. Su cabello era corto y de color negro y su forma de caminar era la de un borracho.
     –Hola hermosha pri… pri… incesa, ¿qué, qué te trae por aquuuí esta nosheee?
     No solo caminaba como un borracho, también hablaba como uno. Valérie no estaba segura de contestarle o ignorarlo. Parecía una buena persona, revelaba alrededor de diez y ocho años y su apariencia era bastante atractiva.
     –Eshtaba celebrrrando mi cumpleañossss, ya tengo diezzz y oshooo y pude entrar a un barrr –terminó de decir antes de que el auto que lo había dejado se volviera a poner en marcha. Trató de acercarse a ella, pero su alto estado de embriaguez le hacía difícil el tratar de avanzar. Valérie miró a sus alrededores constatando que eran las únicas dos personas despiertas en toda la cuadra. Ver al atractivo joven en ese estado le dio la seguridad de que le sería fácil huir de él en caso de ser necesario.
     –¿Tú vives por aquí? –se le ocurrió que sería mejor hablarle.
     –No princesha, shólo me bajé del auto de mi amigo para shaludarte –respondió el borracho antes de soltar la carcajada.
     –Muy gracioso… –dijo ella alejándose un par de pasos.
     –No shabesss aceptar una brooma –dijo él colocando su mano en la quijada mientras la miraba de pies a cabeza.
     –Yo crreo que tu eresh mi regalo de cumpleañossss –también tenía una linda sonrisa que contrastaba con el fuerte aliento a cerveza que salía de su boca.
     –Solo estoy tratando de llegar a casa, y todavía me falta mucho…
     –Ahí vivo yiooo –dijo él borracho señalando la casa de color azul–, ven y entramosh, y nosh relajamosh un pooco, mi mamá nosh puede dar comida y bebida.
     Ahora que él lo mencionaba, recordó que tenía mucha sed y que el hambre no faltaba, no le caería nada mal recibir algo, pero sería una locura hacer lo que él le estaba sugiriendo. No era la primera vez que sentía esa sensación; en más de una ocasión había entrado a la pequeña cocina del apartamento que compartía con su madre para descubrir una nevera y una despensa vacías.
     –¿Tú estás pensando que soy una habitante de la calle rogando por comida?
     –No lo she…, sholo she que eresh hermosha –dijo el borracho desplegando una enorme sonrisa.
     –Mira, voy a seguir en mi camino, y creo que lo mejor es que entres a tu casa antes de que te desplomes aquí afuera –dijo Valérie señalándole la puerta de la casa azul.
     –Mira, yiooo she que estoy borrrasho, pero por lo menosh dime tu nombre, y dónde vivesh, no me per… perdonaría no volverte a ver.
     –¿Si lo vas a recordar? Lo dudo… –no sabía si estaba pasando de inocente o de arriesgada, pero a pesar de su borrachera, el muchacho parecía bastante simpático, y su apariencia era más que atractiva. Tenía unos lindos ojos negros que rimaban con el color de su pelo, las proporciones de su rostro eran perfectas, y tenía un cuerpo delgado y atractivo.
     –Te juro que me acorrrdaréee…
     –Soy Valérie, y no te puedo decir dónde vivo, pero mi número de teléfono es… ¡oh por favor esto no tiene sentido!, mañana ni siquiera vas a recordar que me conociste –dijo ella sacudiendo la cabeza.
     –Valérrie, ¡lindo nombre! Esh como Valeria en eshpañol, pero en eshpañol shuena feo, ¡en cambio en francésh esh hermosho! Igual que shu dueña.
      –¿Hablas español?
     –Cuando eshtoy en sssano juicio…, pero dame tú nú… nú…mero de teléfono, ¿tienesh un eshfero?
     –¡No tengo ni zapatos, mucho menos voy a tener un esfero!
     –¿No tienesh zapatosh? –dijo él mirándole los pies–, noo, no hay zapatosh, pero tienes unosh hermoshos piesh, toda Valérrie es hermosha.
     Fue cuando las luces de la casa del joven borracho se encendieron y la puerta que daba a su interior se abrió, dejando ver a una señora que bordeaba los cincuenta años, luciendo levantadora y pantuflas de tono rosado, su corto cabello negro algo desordenado y una expresión de pocos amigos en su rostro.
     –Esh mi madre, esh como un policíiia –dijo el borracho después de haber fijado sus ojos en la puerta de su casa.
     –Iván, despídete de tu amiga y éntrate ya, son casi las tres de la mañana –dijo la señora en un tono de voz que hubiese podido despertar a todo el vecindario.
     –Ven, y que mi madre nosh preshte un eshfero –dijo el borracho tomando a Valérie de la mano y llevándola hasta la puerta de la casa.
     –Mamá, te preshento a Va…Valérie, es la niña mash hermosha de todo Montreal –dijo el joven borracho mientras su madre se limitó a dirigirle a la niña una despectiva mirada.
     –Buenas noches señora, creo que su hijo está un poco tomado, es mejor que lo ayude a acostar –dijo Valérie tratando de brindar una sonrisa.
     –No estoy de acuerdo con esa forma de celebrar, no es muy seguro andar por ahí borracho a estas horas de la madrugada –dijo la señora agarrando a su hijo por el brazo y llevándolo al interior de la casa.
     –Mamá, neceshito un eshfero para apuntar el teléfono de la hermosha Valérie –dijo el borracho tratando de regresar al exterior de la casa.
     –¡Qué esfero ni que nada! Mañana se pueden hablar, por ahora tienes que acostarte –dijo ella extendiendo el brazo para bloquearle el paso a su hijo–, y tú niñita, vete para tu casa, y te aconsejo que te pongas los zapatos, vas a terminar clavándote un vidrio –la puerta se cerró en la cara de Valérie y segundos después se apagaron las luces de la casa.

     No sabía con claridad porqué había perdido tiempo con ese muchacho. Era bastante atractivo, y a pesar de su borrachera parecía bastante simpático, todo lo contrario de su madre. Sería bastante interesante conocerlo en otro estado, pero no le había podido dar el teléfono y la única forma de volverlo a ver sería regresando a su casa. Era algo que tendría que pensar, aunque era posible que al siguiente día él no se acordara de ella.
          Continuó devorando cuadras tratando de pasar por alto el dolor de pies, la sed y el hambre. Se arrepentía de no haber querido cenar antes de salir hacia la fiesta. Ahora veía como una estupidez el haber pensado en que una gota de comida hubiera podido manchar su vestido. Llevaba más de doce horas sin comer, lo que no ayudaba para nada a superar el agotamiento del que empezaba a ser víctima. El frio se hacía cada vez más intenso a pesar de que trataba de caminar a la máxima velocidad que sus cansadas piernas se lo permitían. Llegó a la conclusión que lo mejor que podía hacer era reírse de su suerte: era ridículo que por un mal entendido, sumado a los efectos que el licor hacía sobre alguna gente, tuviera que encontrarse en ese estado. Conocía gente que con el licor se volvían más alegres, perdían la timidez o simplemente dejaban a un lado las inhibiciones. Otros que, como el borracho de la casa azul, se tornaban en personajes más que amistosos y veían a todas las personas hermosas. Pero estaban los peligrosos, aquellos que eran poseídos por el fantasma de la violencia y solo deseaban buscar problemas y pensaban que la mejor manera de resolverlos era entrelazándose en una riña. Era el caso de Pierre, y gracias a su salvajismo, ella se estaba viendo expuesta a padecer toda clase de sufrimientos para llegar a casa. Entonces trató de sonreír y pensar que era algo pasajero, algo que en menos de cuarenta minutos habría terminado, y sería tan solo el recuerdo de una anécdota más.

VOLARÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora