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     No le faltaban más de veinte cuadras cuando nuevamente se sentó a descansar en una escalera de piedra. Sus escalones estaban llenos de hojas secas, de aquellas que se apresuran a brotar con los primeros visos de la primavera, pero que con la llegada de junio no se resisten a caer con la ayuda de las fuertes lluvias. Ya no solamente eran los pies los que le dolían, ahora la cintura se sumaba al grupo de molestias y adversidades de nunca acabar. ¿Por qué todo le tenía que salir mal? Nunca había querido asistir a ese baile, pero Gail la había convencido con el argumento de que la fiesta de graduación se vivía solo una vez. Valiente argumento para una fiesta tan mala, era lo que ahora pensaba. La música no había sido de su gusto, había poco espacio para bailar, y ni siquiera estaba interesada en alguno de sus compañeros. Aunque había tres o cuatro que se destacaban por su buena presencia, pensaba que su mentalidad era infantil, solo hablaban de sexo y deportes, y no parecían tener la más mínima idea de lo que harían después de graduarse. En cambio ella, desde que cumplió los quince años, supo que iría a la universidad y luego a la escuela de aviación. Su sueño era volar para una gran aerolínea comercial, recorrer el mundo, salir por primera vez de su provincia, conocer diferentes países y gentes de muchos pueblos, de muchas razas y de muchas culturas. Aunque en Montreal se había acostumbrado a ver gente proveniente de países como la India y la China, tenía la idea de que esos inmigrantes se norte americanizaban con el pasar de los días, y que si su pretensión era conocer su verdadera cultura, tendría que desplazarse hasta el lugar de donde habían venido. El tener clara sus metas era la razón por la que no se interesaba en nadie.  Además sabía que su manera de pensar difería en muchos aspectos de la de sus compañeros. Muchos la llenaban de halagos: le decían que era muy linda, muy buena persona, muy inteligente, buena estudiante, pero eso nunca había sido suficiente para convencerla de que debía salir con alguno de ellos. Nunca había querido dárselas de importante, y mucho menos pasar por antipática. Lo que la llevaba a alejarse de sus pretendientes era la idea de que el amor era algo que se debía tomar con seriedad, y esa cualidad era la que menos veía entre sus compañeros. Algunos habían llegado a pensar que ella era lesbiana, pero su forma de ser, de comportarse  y de moverse, eran tan femeninas que era una hipótesis que nunca había tomado fuerza. Pero todo eso estaba quedando en el pasado, ahora lo importante era seguir en su camino y rogar para que su madre no se diera cuenta de lo tarde que iba a llegar.

     Se puso de pie sintiendo nuevamente el cosquilleo de sus piernas y la presión en su cintura. Aunque seguía haciendo frio, sentía calientes las plantas de los pies y hubiera querido tener algo de agua a su alcance para refrescarlas. La zona residencial había quedado atrás, y se había visto obligada a regresar a la avenida principal, en donde era imposible encontrar los jardines con el refrescante césped que había despreciado un poco más temprano. Se estaba adentrando en una zona de pequeños edificios y locales comerciales en donde sabía que le sería imposible eludir la dureza del asfalto. Y fue al llegar a una esquina cuando supo que esta vez no tendría la fuerza para escapar. De un momento a otro, dos hombres vestidos de jeans y chaquetas negras aparecieron frente a ella. Sus rostros parecían sacados de una película de terror, o por lo menos eso fue lo que le pareció a ella. Uno de ellos tenía el cabello largo y rubio, con una mandíbula prominente y unos ojos claros que inspiraban temor. Su sonrisa era como la de aquellos que acaban de encontrarse un billete de cien dólares tirado en la calle. Su acompañante tenía el cabello oscuro y corto,  una barba y bigotes totalmente descuidados, y su sonrisa dejaba ver que le faltaban por lo menos tres dientes.
     –¿Pero qué tenemos aquí?  –dijo el de cabello rubio bloqueándole el paso a Valérie.
     –Oye nena, ¿no está un poco tarde para que andes por estas calles? Nunca se sabe en qué momento podría aparecerse alguien a quien no le caigas bien –fueron las palabras del sujeto de la barba.
     Ella miró a su alrededor y supo que estaba perdida. No se veía un alma y tampoco un automóvil en varios metros a la redonda. Se sentía agotada y asustada y sabía que tratar de huir sería casi que imposible.
     –Solo quiero llegar a casa, por favor déjenme seguir –dijo ella agarrando la falda de su vestido con los puños cerrados.
     –Pero si nadie te lo está impidiendo –dijo el de cabellos claros con tono de burla–, solo te estábamos aconsejando para que no salgas así de tarde de tu casa.
     –Entonces por favor déjeme pasar –dijo Valérie tratando de poner un tono amable.
     –Lo que pasa señorita bonita, es que todos los que pasan por aquí deben pagar un peaje –dijo el de las barbas.
     –No tengo dinero, no tengo nada, todo lo extravié a la salida de una fiesta.
     Su corazón latía con fuerza, pensó que nunca antes había sentido tanto miedo, estaba al borde del llanto, no entendía cómo había terminado envuelta en esa situación, y hubiese dado lo que fuera por estar en la seguridad de su casa.
     –Creo que podrías dejar tu reloj como parte de pago –dijo el de cabellos largos mirando el pequeño reloj dorado de ella. No le gustaba usarlo, siempre lo había guardado como un tesoro desde el día en que su padre se lo había regalado antes de partir hacia Suramérica. Habían pasado cuatro años desde su partida, y nunca lo había vuelto a ver, y ahora estos hampones pretendían quedarse con uno de sus pocos recuerdos.
     –No vale nada señores, ni siquiera es de buena marca, solo es un recuerdo de mi padre –dijo ella empezando a usar aquel tono de ruego que le había funcionado tantas otras veces.
     –Pobrecita la niña, solo tiene un reloj de lata –el de las barbas parecía estar divirtiéndose.
     –Oye Clayton, de pronto nos va a tener que pagar la tarifa de otra manera –dijo el de cabello rubio.
     Su dolorosa aventura de regreso a casa se estaba convirtiendo en una verdadera pesadilla. Nunca había besado a nadie, y ahora estos tipos posiblemente estarían pensando en abusar de ella.
     –Tómenlo señores, aunque no es muy fino, creo que les darán unos buenos dólares por él –dijo ella desprendiéndose de su reloj y entregándoselo  al de cabello rubio.
     –Miren esto, de un momento a otro el reloj de la señorita ha aumentado su precio en el mercado bursátil –dijo Clayton mostrando los huecos de su inmunda dentadura.
     –Estos ya no los fabrican así, parece ser una verdadera joya –dijo el de cabello rubio examinando el reloj.
     –Parece que tu papito te ha salvado… –dijo Clayton mirando el reloj que su compañero le acababa de pasar.
     –¿Ya me puedo ir? –preguntó ella sintiendo que le sería imposible seguir conteniendo las lágrimas.
     –Puedes seguir en tu camino princesa, pero antes cuéntanos: ¿qué diablos hace una niña tan linda y tan joven a las tres de la mañana andando por estas oscuras y peligrosas calles? –preguntó el de cabello rubio.
     –Maurice tiene razón, no deberías andar por aquí tan sola, hay muchos tipos perversos en los alrededores –dijo Clayton antes de que los dos soltaran la carcajada.
     –Perdí a mi amiga a la salida de una fiesta, y ella me tenía que llevar a casa.
     –Y por lo que veo, también perdiste los zapatos… –dijo Maurice dirigiendo su mirada a los pies de Valérie logrando que su compañero volviera a reír.
     –Tuve que dejarlos botados cuando un borracho me persiguió para pegarme –dijo ella bajando la mirada.
     –Parece que no es tu noche, ya perdiste los zapatos y el reloj, si sigues así vas a terminar perdiendo tu vestido –Clayton continuaba burlándose de ella.
     –Un momento –intervino Maurice–, ¿cómo le pueden pasar tantas cosas malas a una criatura de estas en una sola noche?, ¿y por qué diablos un borracho desearía hacerte daño?, ¿será que detrás de esa dulce e inocente carita se esconde la más temible de las mujeres? –esta vez había dejado a un lado el tono de burla y parecía preocuparse por conocer la verdad.
     –Es un compañero de colegio, pensó que yo estaba intentando besar a su novia –dijo Valérie en un tono casi que inaudible, acompañado de una expresión en su rostro que solo inspiraba lástima.
     –¡Wow! Y apuesto a que se puso celoso… –exclamó Clayton divertido.
     –Supongo…, pero no era yo la que estaba haciendo eso, me confundió con otra que llevaba un vestido igual al mío –dijo ella volviendo a levantar la mirada.
     –Oye Clayton, esta niña la ha pasado muy mal esta noche, no creo que sea justo que la robemos –dijo Maurice mirando a su compañero.
     –Hace un momento querías casi que abusar de ella, ¿y ahora quieres que no la robemos?
     –Nunca dije que abusáramos de ella, solo mencioné que nos podría pagar de otra manera –dijo Maurice.
     –Estás perdiendo la razón, casi no hemos conseguido nada hoy, ¿y ahora pretendes que le devolvamos su reloj? –era evidente que Clayton se empezaba a disgustar.
     –Solo mírala, está al borde del llanto, asustada, se ve cansada, y ni siquiera tiene zapatos o un abrigo –dijo Maurice señalándola con su mano.
     –¿Desde cuándo te volviste una hermanita de la caridad?
     –Vamos Clayton, devuélveselo a la niña –dijo Maurice tratando de arrebatarle el reloj a su compañero, a lo que este reaccionó empujándolo y haciéndolo caer. El del cabello rubio se levantó con la agilidad de un gato ante la mirada atónita de Valérie y empujó a su vez al de las barbas, quien cayó duramente en el asfalto provocando que soltara el reloj. Maurice se le abalanzó mientras que ella aprovechó para dar tres pasos, recoger su reloj y salir corriendo tan rápido como sus agotadas piernas se lo permitieron. Unos metros más adelante volteó a mirar para percatarse de que sus asaltantes seguían enfrascados en la pelea y que no paraban de rodar el uno sobre el otro en el andén de la avenida. No sabía cómo había despertado la piedad del hombre de cabello rubio, pero algo le decía que de alguna manera llegaría a casa sana y salva. De más admiración le resultó la forma como sus piernas estaban respondiendo. A pesar de lo cansada, logró ganar una buena velocidad y en pocos segundos recorrió más de tres calles. Decidió que no se detendría antes de superar otras dos, aunque ya empezaba a sentir el esfuerzo y la fatiga, lo que la obligó a disminuir el paso. Volteó a mirar tratando de asegurarse de que no estaba siendo perseguida. Sintió un gran alivio al confirmar que detrás de ella no venía nadie; por segunda vez en la misma noche había logrado escapar de sus perseguidores.  Más sin embargo cada minuto que pasaba la llevaba a sentirse más agotada. Sintió que la planta del pie derecho le ardía; no era algo demasiado fuerte, pero estaba segura de que antes no lo había sentido y de que ahora le molestaba al caminar.  Se detuvo para revisarla y encontró una pequeña cortadura en la parte izquierda del talón. No parecía nada grave, pero era una adversidad más que tendría que aguantar hasta llegar a casa. Afortunadamente su reloj no había sufrido con el golpe recibido contra el piso. Se lo puso en la muñeca izquierda, se fijó en la hora que este marcaba, y calculó que antes de las cuatro de la mañana habría terminado de superar las doce calles que le faltaban.

VOLARÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora