Prólogo

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El prostíbulo Grace Field era conocido en todo Neverland por su gran calidad de servicio, ambiente y estética. Entre todos los de la ciudad era el local más grande, el mejor decorado, el de mejores precios. Era accesible y satisfactorio, nadie podía quejarse. Aunque a decir verdad, más que eso, su fama se debía a los bailarines: hombres sensuales y exóticos a disposición de todos, sin importar su sexo o edad. Cualquiera que tuviera dinero podía pasar una buena noche con un chico musculoso o de cintura delgada o disfrutar de un baile de tubo privado.

Tan pronto como el rumor de este libertinaje se expandió, los clientes subieron igual de rápido que la pólvora. Y así, también, las solicitudes de empleo de personas interesadas o desesperadas.

A Ray no le interesaba el sexo o la fiesta, simplemente estaba desesperado.

Desde la muerte de su madre las cosas se habían vuelto sorprendentemente difíciles para su familia. Su hermana Emma tardó mucho tiempo en sanar aquella herida que la pérdida le había provocado. Dejó a un lado la universidad, a sus amistades y se descuidó a sí misma por hundirse en la tristeza. Y mientras eso pasaba, su hermana más pequeña, Jemima, se ahogaba en la frustrante negación al hecho de que mamá hubiera muerto apenas unos días antes de su séptimo cumpleaños.

Ray siempre estuvo ahí, apoyándolas, haciendo todo lo que ellas necesitaban. Él era quien se esmeraba en obligarlas a comer para nutrirse, quien se desvelaba escuchando a Emma y abrazando a Jemima para que pudiera dormir. Fue él quien tomó las riendas de la casa y se encargó de mantener la situación en pie.

Por supuesto, todo a costa de no tener más que un par de noches para llorar por su madre. Incontables veces tuvo que tragarse las lágrimas y dar palabras de consuelo y motivación cuando sólo sentía ganas de gritar y maldecir al mundo, pero así debía ser. Debía mantenerse fuerte, inquebrantable y sereno para ser el pilar de la familia. Como hermano mayor y único hombre de la casa, era su responsabilidad y tenía que tomarla, sin importar cuánto costara reprimir su dolor.

Cuida de ellas, pronto serás lo único que les quede, le había dicho Isabella unos días antes de que la leucemia la consumiera por completo. Ray le había prometido que así sería.

Junto con la mujer se habían ido los ingresos del hogar, por lo que su sueño de toda la vida acerca de ser fotógrafo y viajar por el mundo había quedado en el pasado. Dadas las circunstancias, con la universidad de Emma y la primaria y el psicólogo de Jemima, era imposible que él cursara una carrera. Ningún lugar con el sueldo que necesitaba para cubrir los gastos accedía a contratar a alguien sin título, por lo que muchas veces fue rechazado sin que siquiera le dieran oportunidad de explicar su situación.

Y un día, cuando menos lo esperaba, su solución llegó gracias al comentario de un extraño por la calle: “Ojalá te hubiera conocido en un puticlub. ¡Sin duda pagaría por ese cuerpo que te cargas, bombón!”

El piropo barato había estado más que fuera de lugar, pero era la segunda vez en la semana que alguien mencionaba algo sobre su atractivo —la chica de la tortillería había tenido muchísima más educación—, así que Ray lo pensó: los halagos que le llegaban no eran contados. Entonces se dio cuenta de que era considerado atractivo y llamaba la atención sin quererlo realmente.

Porque claro, Ray no solía darle importancia a su físico. Nunca se arreglaba en exceso y a menudo salía con prisa, encima consideraba que una capa de piel no era relevante. Tampoco era que estuviera interesado en conocer personas, pero si iba a hacerlo, prefería que lo quisieran por su forma de ser. Para él, preocuparse por tener una cara bonita o buenos atributos era una banalidad.

Pero esos atributos estaban a punto de resolverle la vida. A él y a sus hermanas.

Ray no era tonto; sabía perfectamente cómo funcionaban los burdeles a pesar de nunca haber visitado alguno, era conciente de los beneficios que se obtenían y de los sacrificios que ese mundo conllevaba. Si quería ser contratado allí tendría que aprender a bailar, moverse y seducir como era demandado en un lugar de tal categoría, además de asimilar el hecho de que tendría que acostarse con cualquier persona que le pagara. No iba a ser fácil, mucho menos agradable.

Estaba claro que ni por asomo era la opción más brillante, pero sí la única que le quedaba. Se había cansado de que le cerraran las puertas por no tener un papel universitario. Ni su mente ni su experiencia eran bien recibidas, pero aparentemente su cuerpo sí.

¿Querían su cuerpo? Ya lo tendrían.

The pleasure of love 「NoRay」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora