Capítulo 2: Dinero y sexo

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La primera vez que Ray entró a ese lugar se mareó por el aroma a alcohol y maquillaje, por las luces y colores fluorescentes que lo cegaban y por las bailarinas que no parecían conocer lo que era el espacio personal.

¿A dónde me he venido a meter?

Deshaciéndose sin nada de caballerosidad de un par de rubias que le ofrecían la mejor noche de su vida, avanzó hasta... Bueno, realmente no sabía por dónde iba, así que se detuvo a preguntarle a ese hombre alto y grande que vigilaba el orden y la seguridad del lugar. Este le indicó el camino y Ray se dirigió entonces hacia la oficina de Peter Ratri, el dueño de Grace Field.

Tocó la puerta antes de pasar. Al escuchar la risueña confirmación, entró y se sorprendió.

Si antes el aire estaba bañado en alcohol, ahora era alcohol. Ratri fumaba despreocupadamente un cigarrillo mientras bebía una botella del escritorio, junto a otras cuantas vacías. Había tres mujeres abrazándolo y riendo con él, así que Ray ya podía imaginar por qué tanto desastre.

—¿Qué quieres, niño? ¿No ves que estoy ocupado? —hipó el hombre de cabello blanco—. No te recuerdo y no te voy a dar ningún descuento, así que olvídalo y lárgate.

Ray tragó saliva. No sabía si aquel hombre al que estaba buscando como futuro jefe era un patán o se comportaba así debido a su estado de ebriedad. En todo caso, al ser el dueño de un prostíbulo —y no cualquier prostíbulo— era evidente que todas sus noches girarían en torno al alcohol y muy seguramente otras sustancias dañinas.

Ray no creía que ese tipo fuera de fiar. Aun así, a pesar de que su orgullo era grande y sabía que su dignidad se iría a los suelos cuando hablara, abrió la boca.

—No he venido aquí por eso. Vengo a buscar trabajo como bailarín.

—¿Bailarín? Querrás decir prostituto, querido —respondió el hombre, alzando la botella de ron en su mano—. No intentes disfrazar el oficio. Los bailarines sólo se dedican a bailar. Si planeas acostarte con cualquiera a cambio de una fuerte suma de dinero, serás un prostituto.

Rechinó los dientes. Sonaba tan humillante y tan necesario a la vez... Una fuerte suma de dinero. Sus hermanas necesitaban esa vida estable que sólo la buena economía podría darles.

—Ahora que te veo, no estás tan mal —apuntó Ratri, levantándose de su silla entre tambaleos para examinar más de cerca el cuerpo de Ray—. Podrías servirme aquí, sí...

Aunque se sintió incómodo por la cercanía, no apartó al hombre que lo comía con la mirada. Tenía claro que, si de milagro conseguía el trabajo, estaría más que obligado a soportar. Tanto a su encimoso jefe como a las personas que pagasen por él.

Desde ese momento empezaba a mentalizarse. Cualquiera diría que era un apasionado.

—Seré una más de tus putas, Ratri. Si puedes pagarme bien.

El aludido arqueó la ceja por el atrevimiento del muchacho. Quedaba claro que no era un ignorante o alguien que se dejaría . Tenerlo trabajando para él en ese lugar podría resultar incluso interesante, así que aceptó.

—Obtendrás el dinero que quieres aquí. Si puedes moverte bien.

Y cerraron el trato con un torpe —cortesía del hombre ebrio— apretón de manos, sumado a unas cuantas indicaciones básicas y un par de explicaciones vagas sobre el trabajo. Ray tomaba nota mental de todo, sintiéndose profundamente aliviado de haberlo conseguido. Aunque apenas iniciaba. Algunas de las cosas dichas por su nuevo jefe sin duda lo preocupaban. Sabía que no sería fácil sobrevivir en ese mundo.

Por eso, en ningún momento dio indicios de su pobre vida sexual.

La única vez que tuvo algo con alguien fue en la adolescencia, cuando perdió la virginidad con su mejor amigo Hayato. Ambos sentían imperiosa curiosidad por hacerlo y se tenían muchísima confianza, así que se lanzaron. Desde aquella vez, nada. Ray era prácticamente un hombre virginal con cero experiencia en la cama y nulas habilidades de seducción, y ya ni hablar de su torpeza al bailar.

Pero ya aprendería.

Mientras tanto, le había dicho a Emma que consiguió trabajo como bartender. Así podría justificar las largas ausencias nocturnas y las ojeras bajo sus párpados. Su hermana no preguntaría más, conociéndola, pero en algún punto empezaría a preocuparse por la salud de Ray, cuando los desvelos y los arrastrones le pasaran factura. Ya vería qué decir entonces.

Lo importante ahora era que ya tenía un respaldo para su familia.


La primera noche había sido dura, recordaba. Aquella mujer morena que fue su primera clienta tuvo demandas excesivamente rudas, y la pelirroja no había estado fatal, pero el treintañero barbón había sido su ruina. Fue devorado por un hombre, y no al revés. Eso era nuevo.

Ray no podía sentirse más usado, humillado y sucio. Odió la sumisión que fue obligado a mostrar. Esa complacencia enfermiza que sobrepasaba sus propios límites y su comodidad... Era ridículamente idealista esperar algo diferente, pero eso no desplazaba el hecho de que se sintiera horrorizado. El sexo, la higiene, los fluidos, las manos y los incontables números de baile en tan pocas horas... Venía agotado. Física y mentalmente.

Sin embargo, reunió energía para apantallar una normal llegada a su hogar.

—Estoy en casa —anunció mientras colgaba las llaves. De inmediato aventó su mochila a su cuarto, que estaba justo frente a la entrada, y cerró la puerta. Luego avanzó a la sala y se desplomó en el sillón.

—¡Ray! ¿Cómo te fue hoy? —preguntó Emma sonriente, saliendo desde la cocina con un cubierto en mano.

Antes de que Ray pudiera responder, la pequeña Jemima llegó corriendo con una hoja de papel.

—¡Ray, mira, hoy Emma me enseñó a dibujar una jirafa! —exclamó, mostrándole el dibujo con ojos brillantes y una gran sonrisa.

Ray no se resistió a devolvérsela.

—Te quedó precioso, Jemima.

Esas palabras hicieron feliz a la pequeña, fueron la suficiente dulce aprobación que esperaba de su hermano mayor. Contenta, regresó dando saltitos hacia el comedor.

Ray la siguió para enseñarle cómo dibujar un feroz león.

—¡Ya está la cena! —anunció Emma poco después.

Ray se levantó para ayudarla con los platos, y pronto los tres estaban comiendo sopa caliente casera con trocitos de zanahoria. Un nuevo experimento culinario de Emma. Sus hermanas platicaban y le hablaban animadamente de su día mientras él evitaba comentar mucho del suyo y se esforzaba por ignorar el punzante dolor que lo atacaba en la espalda baja.

—¡Está buena! ¿No, Ray?

Sonrió. Todo valía la pena si era por ellas.

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⏰ Última actualización: Dec 27, 2022 ⏰

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