Dos

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Creo que, en efecto, nos reunimos en espíritu. Estoy seguro, Jane, de que, a aquella hora, mientras dormías, tu alma abandonó tu cuerpo para confortar la mía por un segundo.

Cerré los ojos por unos segundos. No me pregunten la razón, porque tampoco lo supe en ese entonces y responderlo ahora sería adelantarme en la historia, y eso se lo dejo a Geltrude.

Solo sé que, de cierta manera, mientras tenía a esa muchacha a mi lado leyendo con inmensa pasión sus citas favoritas de una tal Charlotte Bronte —que, por cierto, mamá me prohibía leer y definía como incitadora—, me sentí en paz. Cosa extraña, porque su voz era todo menos tranquila y acunadora; era pasional, era escandalosa, era inapropiada.

Al abrirlos me topé de bruces una sonrisa, y sus ojos mirándome con diversión. —¿Qué?

—Es extraño como tu desplante cambió por completo. —formuló inspeccionándome con la mirada—. Dejaste de estar rígida, y ahora luces hasta como una persona casi real.

Fruncí el ceño. —¿Eso se supone que es un cumplido?

—Completamente —respondió cerrando el libro y levantándose del suelo donde nos encontrábamos—. Durante toda la primera hora de conversación solo podía compararte con una muñeca de porcelana; o una especie de ente manejado por cuerdas. Siempre midiendo tus palabras, tus gestos, tus movimientos...por fin siento que estás dejándote llevar.

¿Llevábamos más de una hora allí? Me iban a asesinar.

También me levanté. —Yo no mido mis...

Soltó una risita y me apuntó con un dedo. —¡Volviste a usar ese tono de voz y ese acento forzado!

Ni siquiera había notado que mi tono de voz podía ser forzado, me sentí a la defensiva al instante. —No sé de qué estas hablando.

—Eso pasa cuando interiorizas esas conductas que reprimen tu verdadero espíritu, tú esencia como mujer.

Quise decirle que precisamente por mi esencia como mujer no podía dejarme llevar. Mamá siempre decía que era parte de nosotros ser pasionales, si te dejabas llevar por esa pasión venia la histeria.

Papá siempre le recordaba que a nadie le agrada una mujer histérica.

Asentí con sarcasmo. Ya les dije, me creía muy lista. —Ajá, ¿y cuál sería esa esencia?

—Eso dependerá de ti, por supuesto. —no pareció notar mi sarcasmo, o si lo hizo lo ignoró —. ¿O realmente crees que al nacer de un sexo u otro existen características definitorias que establecen una esencia natural? Solo al pensarlo me dan ganas de reír, todo eso es una construcción histórica.

—¿Construcción histórica?

Asintió devolviendo los libros a su estantería. —Construcción histórica y además jerárquica, porque nos dicen que naturalmente una de las esencias es mejor que la otra, cuando en realidad no solo fueron establecidas al nacer, dejándonos sin elección. Sino que además fueron establecidas por hombres.

En mi cabeza eso no tuvo sentido en lo absoluto, todas las personas que conocía se comportaban de acuerdo con su sexo, eso debía ser por algo. Tenía que existir una cierta esencia natural que determinaba porqué mamá era de una forma y papá de otra totalmente diferente.

—¿Y cómo explicas que absolutamente todo el mundo se comporte según su sexo? Si fuera construcción dudo que absolutamente todos quisieran seguirla y se comportaran de acuerdo con ella.

—¿Y quién te dijo a ti que todo el mundo se comporta de esa manera? —volvió a mirarme con diversión—. Jo, si todo el mundo fuera solo Canadá, Inglaterra o tu círculo cercano, no tendría sentido que fuera tan grande.

Pintar tus AlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora