2. ASÍ EMPEZÓ TODO

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Cuba.

Agosto de 2022

Los novios son los primeros en despedirse. Becca, la hermana de Robert, se va detrás, porque Margot, su chica que está embarazadísima, ya se ha retirado hace un buen rato. Andrea y su nueva novia nos dicen adiós con la mano y caminan hacia la habitación. Quedamos pocos. Me fijo en cómo Evan mira a Lara, con cara de no haber roto un plato y ella se despide tímida, son los siguientes en abandonarnos. Solo quedamos mi amiga Nora, Alan, Robert, que es mi inesperado compañero de habitación estos días, y yo.

-Joder, soy patética, si hasta esos dos van a tener mambo -me lamento y señalo a los niños, que ya no lo son tanto, mientras se van cogidos de la mano hacia su habitación.

Se nota que Nora no quiere pensar en lo que pasará esta noche entre ellos, pero es evidente que Lara va a perder la virginidad. A mí sí me lo ha contado, con la promesa de que no se lo mencione a su madre. Me parecen tan adorables que solo la he podido decir que disfrute mucho y use protección.

-Deja de quejarte -me dice Robert. Y en un movimiento que no me espero me sujeta por las rodillas y me carga sobre su hombro como un saco de patatas-, que yo también sé bailar.

Oigo las risas de Alan y Nora mientras pataleo. Lo de bailar lo dice por lo del mambo, ¿no?

-¡Robert! -protesto-. Bájame, que todavía puedo andar.

Le doy pequeños golpes en la espalda, pero con el ron que he bebido, la humedad y la cabeza hacia abajo, tampoco es que pueda moverme mucho.

-Deja de chillar, o vendrá el guardia de seguridad del hotel a echarnos.

Me río porque Robert es el más sensato del grupo de amigos de Alan; serio, educado y cariñoso. Un irlandés que más bien parece un gentleman inglés. Supongo que me has entendido. Además, es un poli de los buenos, no soportaría, por nada en el mundo, ganarse una regañina por mal comportamiento, así que, como soy un poco cabrona, grito más.

-Socorro. Me han secuestrado.

Afortunadamente para él, me mete en la habitación que compartimos antes de que nadie nos oiga. Me baja de su hombro cuando ha cerrado la puerta, me posa a los pies de la cama y me tapa la boca con su mano izquierda.

-Ur. -Él siempre abrevia mi nombre porque le cuesta pronunciarlo entero en español-. Vas a hacer que me deporten.

Sonríe cerca de mi cara. Estoy mareada, pero no lo suficiente como para no fijarme en sus ojos azules, clavados en los míos, ahora con un brillo especial. Y en los dedos de su mano, largos y finos, rozando mis labios. Stop, rubia. Mierda, ya me llamo como lo hace Alan. Será mejor que me quite el vestido y me dé una duchita de agua fría.

-Perdona, no era mi intención. -Saco la punta de mi lengua antes de que retire su mano y lamo su pulgar. ¿Intencionadamente? Quizás sí. Él cierra los ojos un segundo, como si estuviera dándole una última vuelta a lo que sea que se le está pasando por la cabeza y después la aleja de mi boca para posarla en mi cadera. Sus dedos se hunden en mi carne, con decisión, y lejos de apartarme, me quedó ahí, retándolo. -¿Cargar conmigo es tu concepto de baile?

-¿De verdad quieres saber cómo bailo?

-Te he visto moverte toda la noche, irlandés, y tengo que decirte que no me has impresionado.

Acorta el paso que nos separa y pega su pelvis a mi vientre. Una mano en el final de mi espalda, que queda desnuda por la escasez del tela del vestido, y la otra baja un centímetro para acomodarse más cerca de mi muslo que de mi cintura.

Deseos de diosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora