Manhattan, agosto 2023
En un punto de la noche Robert y yo nos separamos. Él se queda hablando en la terraza con una pelirroja que parece Jessica Rabbit, y yo me acerco a echar un vistazo al interior del megasalón. Blanco. Acero. Líneas rectas. Un sofá con forma de U, cuadrado e impoluto, con una mesa tamaño dos por dos, de cristal, justo delante. No exagero, es inmenso. Hay viviendas que tienen la mitad de metros que esta estancia en las que habitan familias, incluso numerosas. ¿Me lo parece a mí o cada vez queda menos gente?
Vale. Puede que también haya entrado para seguirle la pista a un tío que me ha llamado la atención afuera. Alto, moreno, con una barbita recortada, salpicada con alguna cana. El cuerpo es de los que cortan la respiración, vestido, que ese dato también es importante. Lamentablemente, ahora mismo, ni rastro.
Por el sistema de sonido suena Signs, de Beyonce con Missy Elliott, y me dejo llevar por el poder seductor del R&B, que tanto adoro, mientras paseo por el salón. Llego hasta el final y cotilleo los títulos que alberga la librería. Mera curiosidad. Este ático parece bastante frío e impersonal, la colección de novelas puede que me dé una pista sobre su propietario o propietaria. Paul Auster, Hemingway, Dickens, Verne, Wilde, Nabokov. Podría apostarme un dedo a que es un hombre. La mezcla es bastante ecléctica, eso es indudable. Cojo el ejemplar de Lolita y lo echo un vistazo en busca de su edición. Es de 2011, en inglés, con una cubierta un tanto extraña; aparece una imagen de niña rubia, con el pelo corto y ondulado, demasiado infantil para mi gusto, a punto de morder una manzana. La obra fue controvertidísima y hay opiniones dispares sobre ella, yo también tengo la mía. Cuando lo vuelvo a colocar en su sitio, se me viene a la cabeza la imagen de un joven Jeremy Irons en la pantalla de aquel cine. Fui con Sebas, un estudiante de Filosofía, que se alojaba en la pensión de mi tía en Madrid en aquella época. Todavía recuerdo en las partes en las que nos excitamos los dos y todo lo que debatimos después por la Gran Vía de camino a casa. Es raro que no se me haya olvidado después de tantos años.
Desde mi posición observo a los invitados que quedan. A las tres en punto están sentados, en la esquina del sofá, tres personas. Morena. Rubia. Castaño claro. Ellas sonríen a todo lo que él les cuenta, o es muy gracioso, o ellas tiene un tic nervioso que les impide dejar de enseñar los dientes. A las seis, dos chicas. Se susurran al oído cada poco tiempo y eso que la música no está muy alta, creo que pronto desaparecerán. A las nueve, pegados al cuadro que podría haber firmado Banksy, cuatro. Aquí el tema está algo más descompensado. Rizosa con la melena salvaje y piel avellana. Oriental. Marine. Wall Street. Os prometo que de los tres puedo fallar uno, los demás los he clavado. Soy buena para los estudios de mercado. Ella bebe y ellos babean. No puedo culparlos, es una pibón.
Voy a desviar la mirada para seguir con el análisis cuando un camarero se acerca a mí para llevarse mi copa vacía.
—¿Quiere que le traiga otra? —me pregunta. Creo que a estas horas de la noche es el único que queda aquí.
—No, gracias —declino su ofrecimiento, me sonríe y se marcha.
Este champán rosado entra solo, pero si paro ahora, mañana mi cabeza me lo agradecerá, seguro.
Solo soy capaz de dar un paso hacia delante porque alguien me sujeta de manera sutil por el codo y se pega a mi espalda.
—A las doce en punto, Justin, encantado.
¿Cómo? ¿Tan evidente ha sido que me he fijado en todos los invitados siguiendo el sentido de las agujas del reloj?
Me giro despacio, pero está tan cerca, que apenas me queda libertad de movimiento.
—Úrsula —me presento con una sonrisa bastante comedida en la boca, no me gustan los que se pasan de graciosos o de listos en el minuto uno, aunque, sin pretenderlo, mis labios se curvan hacia arriba en cuanto veo que es él. Entonces, ¿me ha estado observando? Vale, ahí ya ha ganado otro tanto, qué le voy a hacer, tengo un puntido de egocentrismo. No soy perfecta, me quedé en el casi. El morenazo con pinta de saber usar la lengua y las manos a la vez sonríe, imitándome—. Un placer. —El que quiero que me des.
ESTÁS LEYENDO
Deseos de diosa
RomanceColección de relatos eróticos de la única e inimitable, Úrsula. La diosa de la vida.