國ᐢㅤ𝐝ㅤ ִֶָ descansa

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— ¿Tu abuelita va a estar despierta a las cinco de la mañana? — preguntó Tae Il sin ganas, apoyando el trasero en el capó del auto, cruzándose de brazos, temblando un poco por el frío que atravesaba su abrigo.

Ambos estaban un poco impresionados por la mansión de la familia de Ten, aunque el chico no hizo nada más que poner una clave desde su celular que hizo abrir el portón, e ignoró el camino hacia la mansión para guiarlos hacia un montón de árboles en oscuridad, pasando por un espacio apenas suficiente para no dañar el auto, hasta encontrar su lugar deseado.

Con el auto estacionado a unos cuantos metros de la entrada a una modesta casa, con grandes y amplias ventanas pero que sólo dejaban ver unas cortinas bordadas.

— Sólo tengo que golpear fuerte— murmuró Ten, comenzó a caminar hacia la puerta, seguido de Johnny.

El omega golpeó con sus nudillos la oscura madera. Esperó unos momentos, alzó la mano para volver a golpear, pero la puerta se abrió, dejando ver a una mujer de cabello blanco, que aún se ajustaba una bata rosa, frunció el ceño hasta que su vista se enfocó en el rostro de Ten.

Luego su rostro se iluminó, sonriendo ampliamente, sus ojos se escondieron detrás de sus arrugadas mejillas.

Johnny alzó las cejas, algo impresionado por ver la misma sonrisa de Ten en la señora.

— ¡TenTen! — la señora abrió los brazos, recibiendo a su nieto con un abrazo.

Miró por sobre el hombro del omega a Johnny, parado un metro más atrás, el chico le regaló una sonrisa, le pareció adorable cuando la abuela hizo una ligera "o" con los labios, como si lo reconociera.

— ¿Ese es tu alfa, Tennie? — escuchó murmurar a la señora.

Johnny se ruborizó al ser llamado así, escuchó a Ten reír. El omega asintió, separándose del abrazo. Esta vez, la abuela abrió sus brazos hacia él, Johnny se acercó y la señora lo abrazó con las mismas ganas que lo había hecho con su nieto.

Un poco sorprendido por la fuerza de los delgados y arrugados brazos de la abuela, Johnny sintió el olor a miel y caramelo de la señora.

Con la edad, cuando los omegas perdían la capacidad de tener hijos, su olor solía casi desaparecer, en mayor o menor medida, dependía de cada persona.

Pero Johnny se sintió cómodo con el olor de la abuela, quizás porque se parecía bastante al de Ten.

— Dejas a mi nietito y tendré preparada la escopeta con tu nombre en una bala— habló la abuela, con dulzura, haciendo que Johnny tragara duro.

Escuchó a Ten reír, al cortar el abrazo vio a Tae Il también con una expresión divertida por las palabras de la señora. Aun así, la abuela le dedicó una sonrisa dulce.

— No te asustes— dijo Ten, ahora a su lado—. Es un poco paranoica con los alfas— el chico suspiró un poco—. El abuelo la dejó por otra omega, no confía mucho en ellos desde entonces.

Johnny se encogió de hombros, no la culpaba, a pesar de que se había sorprendido cuando había hablado. La abuela ofreció un abrazo a Tae Il cuando lo vio y a pesar de negarse, la señora no le hizo caso. Luego los hizo entrar, encendiendo las luces de la sala y cocina, comenzando a ofrecer bebidas calientes y comida. Tae Il miró con una mueca todas las manualidades de la casa, desde mantas tejidas en los sillones, almohadones bordados, un estante repleto de diversos animales tallados en madera, y muchísimos retratos, de distintas épocas, con fotos en blanco y negro y en color.

El sillón de la casa era demasiado suave para su gusto e hizo una mueca al hundirse en este.

Johnny se sentó a su lado, sin darle importancia a todo lo del ambiente, mirando un momento cómo Ten hablaba con su abuelita, mostrando la marca en su cuello, contando con una sonrisa lo que había pasado.

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