Oliver
- La primera vez que pise una agencia de modelaje, no pasó por mi mente imaginar como esa vida llegaría a pertenecerme, a arroparme, a cubrirme. Los ojos grises de aquella mujer que escrutaban mi altura, mi rostro, mi caminar, sonrieron. Al parecer le agrade y entonces decidió darme una oportunidad regida por sus tacones rojos y el peso de trajes diseñados para príncipes. A partir de ese momento, las prácticas exhaustivas, los regímenes alimenticios y el ejercicio físico conformaron mi día a día, para hacer de mi alguien mejor. Pero, ¿Realmente yo quería todo aquello? ¿Lo había deseado? Peor aún ¿Por qué decidí aceptarlo? Supongo que el brillo en los ojos de mi madre al ver ante ella y ante mí la posibilidad de un futuro resplandeciente, lograron por enternecerme y finalmente convencerme, no le podía decir que no, ella me había dicho que sí a penas me tomó en sus brazos y decidió aceptarme en su vida de mujer joven y hermosa con el profundo deseo de ser madre, que se ahogaba en charcos de sangre emanados directamente desde su vientre, en la desgracia de sus pérdidas. Mi futuro se tamizaba delante de mis ojos cual harina de panadero y decidí tomarlo sin remordimientos, con el único propósito de hacerlo bien. El mundo se redujo a las suelas silenciosas de mis zapatos Gucci y créanme, no quería quitármelos. Hasta que...
Llegó ella.
El color arrebolado del cabello de Celeste me recordaba al odio insignificante y vehemente que llegué a sentir por su voz ensordecedora y su mirada intranquila. También me recordaba al amor que ahora se desplazaba rítmicamente en mí al sentirla lejos, al no tenerla cerca, dándome cuenta que la extrañaba, más aún, la necesitaba. Ella había matado mi soledad y se había convertido en mi motivación y alegría, algo que ni con todo el dinero y la fama del mundo logré conseguir.
Celeste
- Conocía que era el amor. ¡Claro que si! Me encantaban los finales felices, las historias de princesas rescatadas por valientes y agraciados príncipes que viajaban desde muy lejos sólo para verlas y besar sus sonrosados labios pintados de ternura. De pequeña, yo también quería un príncipe y soñaba con el día en que él tocara a mi puerta y me llevara consigo, a cualquier sitio donde pudiéramos vivir felices para siempre. A mis dieciséis años entendí que eso no pasaría y decidí yo misma desenterrar mi reino y buscar mi para siempre. Solamente cuando se padecía el dolor se experimentaba genuinamente el sentido de la vida, antes de eso, nos encontramos en una burbuja que nos resguardaba precisamente de vivir. Estaba viviendo y quería más, quería llegar lejos y olvidarme un rato de las espinas que habían marcado mi piel en el momento en que me encontraba más enamorada, porque al creer que él me quería, yo también lo hacía.
En mi última etapa del instituto, cuando me preparaba para estudiar diseño de modas, Oliver apareció, así tan de la nada, en el presente que estaba curando mis cicatrices. El tono engreído e inteligente de sus palabras me explotaba las neuronas, no hacía otra cosa que fastidiar mi existencia mientras dejaba hundir la suya entre botellas de vino, champagne y olvido. Su actitud pedante y sus diálogos tan groseros me hacían detestarlo y eso me movió a ayudarlo, porque la soledad te hacía desvariar y él se encontraba perdido. Oliver selló en mí el final y el comienzo y yo sellé en él la felicidad pese a la vida que ambos habíamos perdido.
¿Realmente merecía la pena abandonarse a si mismo en la locura desconcertante del amor? No lo sé. Solo sabía que pese al dolor del pasado, el amor era lo único que conocía y lo único que podía ofrecerle y espero pueda ser suficiente.
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La vida que perdimos
Teen FictionCeleste Bennett y Oliver Abshire son dos jovencitos completamente desiguales y opuestos entre sí, que se encuentran en uno de los momentos más cruciales de sus vidas donde el amor no era precisamente su mayor deseo. Ella era inocente, dulce e ingeni...