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El departamento se ilumina cuando Jimin enciende la luz, de pie desde la puerta. Se saca los zapatos, arrastra sus pies por el suelo de madera y deja en el respaldo de su único sillón, su abrigo junto a la mochila que lleva todos los días al trabajo.

Normalmente, entraría directamente a la ducha y después, iría a dormir, sin nada más de por medio a excepción de ponerse un pijama, pero esa noche, hay algo que debe hacer antes de ducharse. En su mano izquierda, hay un ramo de gerberas.

El joven docente se dirige a la cocina, donde busca un florero abandonado de debajo del lavabo, en un cajón lleno de sartenes y ollas. La última vez que sacó ese florero de vidrio, fue cuando su ex novio le regaló rosas de manera imprevista y Jimin encantado con el detalle y llevado por los besos ajenos en su piel, se dejó ir en todo sentido... Pero Jackson tenía marcas en el cuello y pecho, que Jimin estaba seguro no haber hecho.

Esa noche el joven maestro terminó tendido sobre su propia cama, siendo besado y embestido por un hombre que mentía, que olía a perfume de mujer, con la mirada perdida a las rosas en la mesa que podían verse por la abertura de la puerta de su habitación.

Jimin se seca las primeras lágrimas del rostro, nublado por el recuerdo de la última vez que usó el florero. Se levanta del suelo con el objeto en mano, toma las flores de la barra de desayuno y sale de la cocina apagando la luz a su paso.

Cuando termina de llenar el florero y rociar un poco las flores de agua, Jimin las observa, entre abrumado de una cálida sensación y divertido por la escena del señor Jeon dándole flores de disculpa.

—Jungkook... —las puntas de sus dedos acarician un pétalo de la flor roja, cierra los ojos y sonríe. —Jeon Jungkook...


👧❤👨


—¡Mírala Jungkook! — Yeri se abanica el rostro, sus ojos acuosos y una sonrisa temblorosa en sus labios. —¡Se ve tan hermosa!

Jungkook, sentado en el penúltimo escalón de las escaleras, acomoda a como puede los mechones lacios y oscuros de su pequeña, tratando de hacer un recogido lo suficientemente firme, apoyado de pasadores y gel con olor a fresa. La cabecita de Hyuna se ve ir hacia adelante y atrás cuando su papá le cepilla el cabello, de pie entre sus piernas largas.

—Bien, creo que servirá. —Jungkook acomoda el último broche a la altura del recogido de su hija, dejando caer después sus brazos a los lados, ciertamente acalambrado y exhausto. —Déjame verte.

Hyuna se gira orgullosa, mostrándose ante su padre con un vestido tradicional hecho por su abuela para la feria de las culturas amigas que va a celebrarse en su colegio esa mañana. Le muestra su resplandeciente sonrisa, con algunos dientes más chiquitos que otros y los ojitos cerrados, se sujeta la falda chima color rosa con dos deditos bien sujetos, extendiendo la tela y mostrando el precioso Hanbok que su abuela hizo para ella.

Jungkook la observa dar giros y reír, embelesado de la belleza angelical de su pequeña, que cada día crece más, más inteligente y más hermosa. Inevitablemente, en ella aún percibe el recuerdo de su madre, en especial cuando Hyuna se ve rodeada de flores en el jardín y con sus vestidos blancos, asemeja un botón de rosa. Irene, a pesar de su decisión, sigue siendo el primer amor de Jungkook, pero sabe que ese sentimiento se agotó hace mucho, cuando su pequeña tenía menos de seis meses, cuando comenzaron los problemas, cuando Irene se fue y los dejó solos. Lo único que lo mantiene unido a ella, es el profundo agradecimiento que siente por darle a quien sabe, es y será el amor de su vida por siempre.

Un novio para papá || KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora