Dos pueden jugar el mismo juego.

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Era su décimo tercer cigarrillo en el día. Las manos le temblaban y sus piernas se movían de un lado a otro. El nerviosismo no era culpa del incómodo taburete del bar sino la tardanza de la noticia y la presencia del hombre a su lado le estaba empezando a molestar.  Con el vaso de whisky escocés lo suficiente añejado y sus cuatro cubos de hielo perfectamente cortados comenzó a pensar en los peores escenarios de la historia posiblemente inventada.

 ¿Qué era lo peor que podía hacer Caroline? Su cabeza trabajaba a toda máquina, se estaba volviendo loco. ¿Y si era una mentira? Simone era propensa a andar diciendo mentiras por ahí pero también ella era la receptora de muchas historias.

Como si hubiese escuchado su llamado mental Simone salió de su cuarto con un hombre todo desarreglado. Su camisa ya desgastada de tantas lavadas fuera del pantalón, el bigote mal cuidado y el pelo cortado como si el mismo lo hubiese hecho en la oscuridad y con la ausencia de un espejo y tijeras. A George le desagradaban los que querían aparentar más dinero del que tenían. Si tuviese tiempo lo seguiría, averiguaría donde vive y luego lo denunciaría con la policía por ladrón, con tan solo no volverle a ver la cara.

 Simone lo vio y se acercó a saludarlo con su acento falso francés acompañado de su supuesto apellido LaFontine.

El apuro del inglés lo hizo agarrarla de la muñeca y empujarla al cuarto. Ni bien cerró la puerta el acento francés se transformó a uno irlandés.

-¿Tanto apuro tenías?

-¿Cómo no tener apuro si me dices que tienes un secreto de mi querida esposa?

-Si fuese querida no vendrías aquí tan seguido, no conocerías mi nombre, no pasearías por todos los burdeles de la ciudad poniendo siempre la misma excusa… trabajo.

Las manos que antes temblaban de nervios ahora lo hacían por enfado, ella tenía razón y él lo odiaba.

-No te pagaré ni un centavo si no me cuentas lo que pasó.

Una sonrisa se formó en la cara de Simone, esperaba una cifra propia de su actitud.

-Te contaré en el bar.- ambos salieron del cuarto para dirigirse a la barra.-Adivino… whisky irlandés.-y lo señaló con el dedo, su acento francés había vuelto.

-Odio todo lo que venga de Irlanda.-en menos de diez segundos ya tenía su vaso en mano, frecuentaba lo suficiente el lugar como para que el cantinero supiese exactamente lo que iba a pedir. Le dio un trago largo y luego apoyó bruscamente el vaso haciendo que parte del contenido que había dentro se volcara.-Dime lo que sucedió.-dijo con brusquedad.

-¿Sabes que no es whisky escocés no? Aquí todos los tragos son los mismos, con más o menos agua. No tienes ni una idea lo que se ahorran en tus penurias por mes.

Esta vez la cara del inglés fue tan severa que ella se dio cuenta que no estaba para más rodeos.

Simone se enderezó en su asiento.

-Está bien.-tomó aire y comenzó- “La vi en el bar de las afueras de la ciudad. No vi cuando llegó. Se encontraba sola, en la barra, con su maquillaje corrido y su pelo despeinado. Habías dejado otra vez sola a la pobre. Parecía un barril sin fondo, lo único que hacía era tomar, fumar y llorar. Como era de esperarse su presencia era muy llamativa. ¿Una mujer rubia platinada con un vestido blanco, sola y llorando? No se podía esperar otra cosa.”

La quijada del hombre se ponía más tensa con cada letra.

“Todos en el bar la reconocieron, era obvio, la mujer del famoso y muy adinerado George Collins. Se podía leer los pensamientos de esos hombres: De seguro ya se enteró que su marido le es infiel, la pobre se tardó demasiado en descubrirlo. En eso un hombre misterioso entra por la puerta. Nadie sabía quién era, ni si quiera yo y eso es mucho decir ya que no hay hombre en esta ciudad mayor de veinte o casado que no pase algunas noches a visitarme.”

Una sonrisa se formó en sus labios pero él seguía duro como piedra. El cantinero estaba esperando que el vaso que tenía en la mano se rompiera en cualquier momento gracias a la fuerza que estaba haciendo.

“El hombre se sentó a lado de tu querida Caroline, por des fortunio no estaba lo suficientemente cerca como para poder escuchar su conversación. Lo único que sé es que tu mujer estaba tan fascinada que al fin un hombre la escuchara y como no estar satisfecha si era un hombre muy apuesto a decir verdad y muy bien cuidado, posiblemente un marinero.”

Su vista se empezaba a nublar. Era su sexto vaso de whicky  y su décimo sexto cigarrillo del día.

“Se quedaron hablando toda la noche. Ella hablaba de seguramente de lo mal que la tratabas y el solo la escuchaba, consolaba y acariciaba. ¿Cómo no irse junto a ese apuesto y misterioso hombre?”

Esta vez la sien le latía. Sed de sangre, le gritaba una voz en su cabeza.

 “No pude ver nada después del momento en que salieron del bar pero me lo podía imaginar. Una brisa fresca corría fuera y el aprovecha ese momento para darle su abrigo. Ahora la tiene más cerca. Los dos se miran a los ojos. El mira sus carnosos labios con lujuria, levanta su mano y apenas los rosa con su dedo índice. Ella cierra sus ojos con el placer de aquel simple rose así dándole permiso para que nuestro misterioso hombre se lance hacia su boca y le dé la satisfacción de sentirse deseada.”

Solo hizo falta estrellar el vaso en la pared  para que todos en el salón se dieran vuelta y se inundara con un silencio después arrebatado por los ruidosos grandes pasos sobre el piso de la madera hacia la puerta.

-¿Y quién es ese como para romper uno de mis vasos?-gritó furioso el cantinero.

 -Un pobre estúpido que al fin tiene su merecido.-dijo una persona dos asientos más lejos de Simone con un abrigo gigante y un sombrero que le tapaba casi toda la cara exceptuando lavista un mechón rubio platinado y  sus carnosos labios que asomaban una sonrisa.

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