Capitulo 1

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Holly hundió la nariz en el suéter azul de algodón y un olor familiar la golpeo de inmediato: un abrumador desconsuelo le cerró el estómago y le partió el corazón. Le subió un hormigueo por el cogote y un nudo en la garganta amenazo con asfixiarla. Le entro el pánico. Aparte del leve murmullo del frigorífico y de los ocasionales gemidos de las tuberías, en la casa reinaba el silencio. Estaba sola. Tubo una arcada de bilis y corrió al cuarto de baño, donde cayó de rodillas ante el retrete.
Gerry se había ido y jamás regresaría. Esa era la realidad. Nunca volvería a acariciar la suavidad de su pelo, a intercambiar en secreto una broma con el durante una cena con amigos, al lloriquearle al llegar a casa tras una dura jornada en el trabajo por que necesitaba algo tan simple como un abrazo; nunca volvería a compartir la cama con el, ni la despertarían cada mañana sus ataques de estornudos, ni reiría con el hasta dolerle la barriga, nunca volvería a discutir sobre a quien le tocaba levantarse para apagar la luz del dormitorio. Lo único que le quedaba era un puñado de recuerdos y una imagen de su rostro, que día tras día iba haciéndose más vaga.
Su plan había sido muy sencillo: pasar juntos el resto sus vidas. Un plan que todo su círculo considero de lo más factible. Nadie dudaba de que fueran grandes amigos, amantes y almas gemelas destinadas a estar juntos. Pero dio la casualidad de que un día el destino cambió de parecer.
El final había llegado demasiado pronto. Después de quejarse de una migraña durante varios días, Gerry se avino a seguir el consejo de Holly y fue a ver a su médico. Lo hizo un miércoles, aprovechando la hora del almuerzo. El médico pensó que el dolor de cabeza se debía al estrés o al cansancio y aventuro que en el peor de los casos quizá necesitase usar gafas. A Gerry no le gusto nada aquello. Le molestaba la idea de tener que usar gafas. No debería haberse preocupado, pues resulto que su problema no residía en los ojos, sí no en el tumor que estaba creciendo en su cerebro.

Holly tiro de la cadena del retrete y, temblando por lo frías que estaban las baldosas del suelo, se puso de pie. Gerry solo tenía 30 años. Ni mucho menos había sido el hombre más sano de la tierra, pero había gozado de suficiente salud para... bueno, bromeaba a propósito de haber vivido con demasiada prudencia. Debería haber tomado drogas, haber bebido y viajado más, tendría que haber saltado de aviones y depilarse las piernas en plena caída... La lista seguía. Aunque el se riera de todo eso, Holly veía pesar y arrepentimiento en sus ojos. Arrepentimiento por las cosas para las que nunca había visitado, y pesar por la pérdida de experiencias futuras. ¿Acaso lamentaba la vida que había llevado con ella?
Holly jamás dudo de que la amara, pero temía que tuviera la impresión de haber desperdiciado un tiempo precioso.
Hacerle mayor se convirtió en algo que Gerry deseaba desesperadamente lograr, dejando así de ser un hecho inevitable y temido. ¡Que presuntuosos habían sido ambos al no considerar nunca que hacerse mayor constituyese un logro y un desafío! Los dos habían querido evitar envejecer a toda costa.
Holly vagaba de una habitación a otra mientras sorbía lagrimones salados. Tenía los ojos enrojecidos e irritados y la noche parecía no tener fin. Ningún lugar en la casa le proporcionaba el menor consuelo. Los muebles que contemplaba sólo le devolvían inhóspitos silencios. Anhelo que el sofá tendiera los brazos hacia ella, pero tampoco este se dio por aludido.
A Gerry no le hubiese gustado nada esto, pensó. Exhalo un hondo suspiro, se enjugó las lágrimas y procuro recobrar un poco de sentido común. No, a Gerry no le hubiese gustado en absoluto.

Igual que cada noche durante las últimas semanas, Holly se sumió en un profundo sueño poco antes del alba. Cada día despertaba incómodamente repantingada en un lugar distinto; hoy le tocó el turno al sofá. Una vez más, fue la llamada telefónica de un familiar o un amigo preocupado la que la despertó. Probablemente pensaran que no hacía más que dormir. ¿Por qué no la llamaban mientras vagaba con desgana por la casa como un zombi, registrando las habitaciones en busca de... de qué? ¿Qué esperaba encontrar? -¿diga?-- contesto adormilada. Tenía la voz ronca de tanto llorar, pero ya hacia bastante tiempo que no se molestaba en disimular. Su mejor amigo se había ido para siempre y nadie parecía comprender que ninguna cantidad de maquillaje, de aire fresco o de compras iba llenar el vacío de su corazón.
-Oh, perdona, cariño, ¿te he despertado?- --pregunto la voz inquieta de su madre a través de la línea.
Siempre la misma conversación. Cada mañana su madre llamaba para ver sí había sobrevivido a la noche en soledad. Siempre temerosa de despertarla y, no obstante, aliviada al oírla respirar; a salvo al constatar que su hija se había enfrentado a los fantasmas nocturnos.
-No, sólo estaba echando una cabezada, no te preocupes.
Siempre la misma respuesta.
-Tu padre y Declan han salido y estaba pensando en ti, cielo.
¿Por qué aquella voz tranquilizadora y comprensiva conseguía siempre que se le saltarán las lágrimas? Imaginaba el rostro preocupado de su madre, el ceño fruncido, la frente arrugada por la inquietud. Pero eso no sosegaba a Holly. En realidad hacia que recordara por que estaban preocupados y que no deberían de estarlo. Todo tendría que ser normal. Gerry debería estar allí junto a ella, poniendo los ojos en blanco e intentando hacerla reír mientras su madre le daba a la sinhueso. Un sin fin de veces Holly había tenido que pasarle el teléfono a Gerry, incapaz de contener el ataque de risa. Entonces el seguía la charla, ignorando a Holly mientras está daba brincos alrededor de la cama, haciendo muecas y bailes estrafalarios para captar su atención, cosa que rara vez conseguía.
Siguió toda la conversación contestando casi con monosílabos, oyendo sin escuchar una sola palabra.
-Hace un día precioso, Holly. Te sentaría la mar de bien salir a dar un paseo. Respirar un poco de aire fresco.
-Sí... Supongo que sí. - Otra vez el aire fresco, la presunta solución a sus problemas.
-Igual paso por ahí más tarde y charlamos un rato.
-No, gracias, mama estoy bien.
Silencio
-Bueno, pues nada... Llámame sí cambias de idea. Estoy libre todo el día.
-De acuerdo.
Otro silencio.
-Gracias de todos modos- Agrego Holly.
-De nada. En fin... Cuídate cariño.
-Lo haré.
Holly estaba a punto de colgar el auricular pero volvió a oír la voz de su madre.
-Ah, Holly, por poco me olvidó. Ese sobré sigue aquí, ya sabes, ese que te comente. Está en la mesa de la cocina. Lo digo por sí lo quieres recogerlo. Lleva aquí semanas y puede que sea importante.
-Lo dudo mucho. Lo más probable es que sea otra tarjeta de pésame.
-No, me parece que no lo es, cariño. La carta va dirigida a ti y encima de tu nombre pone... Espera, no cuelgues, que voy a buscarla.
Holly oyó el golpe seco del auricular, el ruido de los tacones sobre las baldosas alejándose hacia la mesa, el chirrido de una silla arrastrada por el suelo, pasos cada vez más fuerte su por fin la voz de su madre al coger de nuevo el teléfono.
-¿Sigues ahí?
-Sí
-Muy bien, en la parte superior pone "La lista". No se exactamente que significa, cariño. Valdrá la pena que le echaras...
Holly dejo caer el teléfono.

Posdata Te AmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora