iii - un pasado hecho de hojas

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Ayer encontró un diario. Estaba completo. Más de cien páginas llenas de días en los que sus mayores preocupaciones eran haber sacado un 10 en el examen de matemáticas y que la dejaran ir sola al parque. Extraña bastante esa vida. Extraña esos días en los que apenas escribía unas palabras, porque eso significa que no había nada que contar.

Extraña los días en los que le daba la mano a su madre cuando volvía del colegio con el pescado del comedor aún en la boca, porque no se le daba muy bien comerse aquella asquerosidad. Recuerda con detalle cada uno de los días, sorprendentemente. Puede cerrar los ojos y verse a sí misma en la Primera Comunión de su prima. Después, a esta llorando porque no había conseguido lo que quería. Se ve cosiendo trajes para sus muñecas sin mayor preocupación que la de que llegara su abuela y la pillara con su caja de la costura. Extraña cuando su firma era su nombre con una estrellita y una cara sonriente al lado. Extraña cuando dibujaba corazones al lado de ciertos nombres que después tachaba, avergonzada, al releer lo que había escrito.

Solía pedir perdón por todo. Solía esconderse en el armario cuando su madre se enfadaba con ella, para que no pudiera gritarle. Lloraba mucho, pero por tonterías. Sonreía sin razón alguna. No escribía cosas que trataban de ser filosóficas.

Anoche rió mientras leía el diario, porque su yo de aquel entonces era demasiado feliz como para importarle una mierda si aquello estaba bien escrito o era pura basura, y por eso era más bien lo segundo. Rió porque su yo de aquel entonces estaba obsesionada con dejar recuerdos, con recordar, y allí estaba ella, volviendo a su pasado a través de palabras. Rió porque, al ver un trozo de chicle y una entrada de cine pegados en el diario, comprobó que siempre había estado loca. 

Después llegó a una parte que no era tan feliz. Era cuando se daba cuenta de que empezaba a ser irrelevante. Segundo plato. La canción que siempre pasas al escuchar música, pero que no borras  del móvil por pena.

Ahí era cuando el diario cortaba. Había un salto de tiempo y un "begin again" en letras excesivamente grandes. No dejó de leer. Debió de haberlo hecho.

Ahora, sentada en su habitual esquina en medio de la nada, está pensando en que ya no le da la mano a su madre cuando vuelve del colegio. Ya ni siquiera va con ella. Ya no pide perdón por todo lo que hace. Ya no sonríe, si no hay un buen motivo. Ahora pone mala cara a las personas sin razón y su firma se ha convertido en un garabato sin sentido. Los dieces en los exámenes de matemáticas han pasado a segundo plano. Ya no ve llorar a su prima porque no consigue lo que quiere, porque ya apenas la ve. Mientras esta sale a la calle, ella se queda dentro, donde nadie pueda verla. Ya no escribe corazones al lado de los nombres de la gente, porque ha dado el suyo a demasiadas personas. Ya no pide permiso para ir al parque sola, porque, de todas formas, fuera está lloviendo y así es mejor. No se esconde en el armario cuando su madre se enfada con ella. Ahora no la escucha. 

Y, lo peor de todo, es que ahora se cree poeta. Sus palabras tratan de cobrar valor y por eso va por ahí recitando versos y gritando "¡efímera!", como si todos fueran a dejarnos más temprano que tarde. Dice cosas sin sentido y lo llama metáforas, cuando aún no entiende por qué algunas de las oscuras golondrinas no volvieron al balcón. Habla de sátiras cuando apenas conoce a Quevedo y a Góngora. Ya no puedo soportarla. De alguna forma debe darse cuenta de lo que es realmente. Por favor, díselo tú. Yo se lo he repetido mil tediosas veces y se niega a escucharme.

Nota: la primera frase en cursiva es de un tweet de @mariiibu.

Deja de ocultarte de tu propia sombra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora