Está tiritando y le duele la cabeza. Siente que va a vomitar de un momento a otro, y no es algo agradable. Su respiración denota temor, cansancio y confusión, pero no hará nada contra ello. Sigue mirando a la pantalla del ordenador. Sigue tratando de escribir y sigue con el golpeteo dentro de su cabeza. Un golpe. Otro. Otro. Otro.
En otra ocasión hubiera susurrado algo. "Deja ya de tocar el tambor dentro de mi cabeza". Se hubiera reído. Esta situación no admitía bromas ni estupideces. Ha llegado demasiado lejos. Todo eso (sarcasmo, risas, tonterías) han quedado perdidas por el camino, y ahora queda... ¿qué narices queda?
Se lo pregunta, con la cabeza apoyada sobre su rodilla y sus dedos congelándose más a cada segundo que pasa. Queda un enorme vacío en el centro de su pecho, justo donde solía estar su corazón. Baja la vista y lo mira. No es un hueco vacío, lo cual no tiene mucho sentido. Es un agujero negro que se lo está llevando todo. Tirita incluso más cuando ve los ríos de letras que solían formar sus palabras derramarse hacia el interior del agujero. Adiós.
Así que eso es lo que queda. Un vacío en aumento que arrasa con todo a su paso. Cierra los ojos mientras el golpeteo en su cabeza continua. Ni siquiera son golpes parecidos a las gotas de lluvia chocando contra un cristal, lo cual podría hacerlo algo más llevadero. Son golpes como los que da un pico contra la pared de una mina en busca de minerales. Se imagina esa situación dentro de su cerebro y esboza una sonrisa demente. Sabe que no encontrarían nada interesante. Todo se lo ha llevado el vacío.
Abre los ojos por un segundo y se da cuenta de que hace demasiado frío. El fuego de la chimenea se ha vuelto a apagar. Como si fuera la llama que solía llevarla a arder para dar de sus cenizas palabras, ya no dura más que un instante. Es curioso cómo cuando algo importante se desmorona, todo lo demás no parece importar. Como si las cosas fueran edificios en una ciudad. Sí, está llena de rascacielos. Pero esa preciosa casa ya no es más que ruinas, y eso no lo arregla nadie.
No va a volver a encender el fuego porque sabe que no tiene sentido. Por eso, sale a la calle sin articular palabra a su familia sobre ello y sin abrigarse. ¿Para qué? Le han quitado todo lo que podía sentir, pero el frío no podrán quitárselo. Antes de salir, coge un libro que hay sobre la mesa y se lo guarda bajo el brazo. Fuera sopla el viento y los edificios parecen estar a punto de derrumbarse sobre ella. Los golpes continúan. Si alguien se percatase, [no] podrían ayudarla. Lo bueno es que una vez que se encuentra a alguien deja de sentir todo eso. Y después el vacío vuelve, en una ola que podría arrasar ciudades.
Con la excusa del libro, cruza la calle y se acerca a la casa en la que sabe que estará la chica de ojos claros. Esa que le preguntó el día anterior si había escrito algo. Esa que era la única a quien confiaba sus palabras [fuera de las pantallas]. Está en casa, y cuando le abre la recibe con la sonrisa de siempre. Como cada día, ella se pregunta cómo hace para parecer libre. Libre de todo problema y preocupación. Libre de lo que ella tiene en su cerebro. Golpes y una pizca de locura.
La chica de ojos claros la saluda. Ella alza el libro en respuesta a una pregunta que no ha sido formulada, y sonríe.
-Gracias. -dice la chica, con voz sincera.
-No es nada. -los golpes parecen parar un segundo.
Falsa alarma.
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Deja de ocultarte de tu propia sombra.
LosoweNo es más que lo que va contigo a todas partes. No puedes cambiarlo, estúpida. [cuando llegas a tal límite que escribes autosátiras.]