Pronto...

67 18 19
                                    

Pronto...

El cielo tenue abraza mis días, aún que ya mis brazos no se puedan sostener solos.

Camino cansado y rozando el suelo, observo hacía él y él me devuelve aquella mirada que tanto anhelo.

Una mirada fisgona, de aquellas que mi sonrisa necesita para abrirse paso en mi rostro amargado.

Observo de manera inerte a personas sonrientes, falsos felices ¿O lo serán de verdad? Ya no distingo…

Ya no distingo al ver un brazo firme en el cual sostener mi temple debilitado, camino y camino y camino y aún no logro moverme.

Siento náuseas, pero las reprimo con ánimos, por qué sé que, en el fondo, aún hay un camino que me lleve a Roma, una Roma de papel ovillado.

Últimamente bebo, oh sí que lo hago… pero esos tragos tan amargos no se comparan con los nudos que aprietan mi garganta.

Un día lluvioso, muchos corres tras resguardo. Un día gris repleto de nubes y vientos, yo camino bajo el frío y, con mis manos helando, me abrazo. Muchos autos conducen por el asfalto, salpicando sin cuidado el agua que se junta en los bordes «¡Oh qué imbéciles!» pienso tras quedar empapado.

Sigo mi camino sin rumbo, todos los pasajes grises que me rodean se vuelven difusos, un frío atroz me envuelve los huesos, veo al frente después de tantos días, observo y me confundo. El día se despeja y la lluvia cesa «Que extraño» me digo a mi mismo sin importarme quien me escuche.

Me detengo y miro hacia arriba, pocas gotas caen y me siento liviano, despojado de la penumbra del olvido, corro como el gélido viento que ataca a la ciudad plateada «¿Cuándo llegaré?» me pregunto mientras mis pies gritan en desorden y mis brazos se bambolean al ritmo de mis pasos.

Ya el agobio partió rumbo hacia otro ser, pues mi cuerpo ya es libre.

Sí, libre de existir, ya que la lluvia ha cesado, veo mi destino por el cual tanto caminar. «¿Acaso allí se esconde aquella mirada que tanto hecho de menos acompañado de una sonrisa tan blanca como es la nieve del norte?».

Sigo corriendo muy liviano los límites de la pesadumbre, noto que la distancia entre mi razón de sonreír está acrecentando, oh alegría, que seas eterna y me acompañes así sea hoy mi último día.

Me detengo al ver esos ojos verdes que me sonríen con amor. Quiero hablar, pero la voz me falla, ella me acaricia con la mano de los ángeles y me habla ¡Oh qué palabras más bellas oyen mis oídos!

Luego de que mis brazos rodean su cintura y que mis ojos broten sus últimas gotas, digo «¡Cuánto te extraño! ¿Cuándo te veré de nuevo?» Ella sonríe maravillosamente y suelta una pequeña carcajada socarrona.

«Pronto, padre. Prométeme que aún caminarás y llevaras mi recuerdo contigo»

Estas palabras me desgarran, pero asiento dándole el último abrazo. Ella me suelta y se aleja, se aleja rápido, casi en un parpadeo. La sigo, no obstante, ya no consigo moverme.

Siento gotas frías y un clima helado. Despierto… acurrucado sobre un manto de cartón y una mochila abierta a mi lado.

Sonrió al cielo intentando ver más allá «pronto, hija» y hecho una mirada hacia dentro de la mochila, llego a ver la culata del arma y de la solución, pero agitó la cabeza y sonrió más fuerte, reprimiendo la tristeza.

«Pronto…» pienso y comienzo de nuevo a caminar.

Relatos de muerte y prosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora