Rimar contigo

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Rimar contigo.


Aquí estoy…

En esta habitación tenue, casi difusa, casi ficticia. Escoltado por las peores compañías, la soledad y el alcohol, todo mezclado con recuerdos amargos. ¡Oh! ¡Qué amargos recuerdos son estos! Sí. Esos que revivo una y otra vez durante estas largas horas salpicadas de nostalgia.

Una cama revuelta, tú, vistiéndote con aquellas prendas de indiferencia y envueltas de aquel aroma que gritaban en silencio «adiós». Y yo allí, observándote partir, mientras me encontraba desnudo entre aquellas sábanas blancas y negras.

Desnudo… viéndote irte con todo lo que alguna vez fue lo nuestro, claro que allí no lo sabía ¿O sí lo hacía? No lo sé, o, al menos, no estoy seguro. Pero poco importa esto, pues tan solo sería un trago más, uno muy amargo, claro. Sin embargo no hay tragos amargos para alguien que se encuentran ebrio de amargura.

Como extraño aquella desnudes, fina y sincera, como la esperanza antes de la discordia. Recuerdo aquella cama plácida esperando a la desnudez. Nuestra desnudez, aquella que rimaba de una forma extrañamente bella, como riman dos antónimos “idéntico-distinto”. De esa forma rimábamos nosotros, o mejor dicho, lo hacía nuestra desnudes, también la cama revuelta y nosotros allí, agotados por el esfuerzo, rimaba, todo el contexto de la habitación rimaba a la perfección.

El corazón se me encoge mientras apuro un bazo de licor, debido a que aquella cama revuelta, aquella desnudes mía, aquel partir tuyo, todo ello… todo ello ha dejado de rimar. Sentado aquí recuerdo tus últimos movimientos, aquellos que aún no habías cubierto con esas prendas marchitas y distantes, recuerdo como te desprendías de la desnudez que compartíamos, que de alguna forma era mía y la mía era tuya. Que rimaban a la par, cada movimiento combinaba con los míos y juntos formaban algo, algo más que una simple cama revuelta.

Pero lamentablemente tú ya habías tomado una decisión, sí. Cuando te desprendías de nuestra desnudes, de nuestra rima. Aún te veo partir, ni un adiós, ni una despedida, no recuerdo tu rostro en aquel momento, aquel rostro desnudo que brillaba cuál perla bajo el sol, aquel rostro que rimaba. Sí, rimaban junto con la cama revuelta, que rimaban con nuestra desnudes, que rimaba conmigo.

Recuerdo que no volteaste y tan solo seguiste caminando hacia delante, con la mirada al frente, no recuerdo tu respirar ni tampoco el cantar de tus pasos. Como si nunca hubieses estado allí, conmigo, pero esto no es cierto, pues si recuerdo una cosa, o, mejor dicho, la ausencia de esta. Sí, la ausencia de nuestra rima, me percate como desentonábamos, me percate como corríamos en sentidos opuestos mientras intentábamos revolver las sábanas. Torpemente procuramos rimar, pero las rimas forzadas no llegan a ninguna parte, y yo sé, que tú te diste cuenta de ello. Y fue por esto que decidiste desprenderte de mí, como quien se desprende de un penoso recuerdo.

Te levantaste, con aquella desnudes que ya no era mía, y, en ese momento, sentí como la mía dejaba de ser tuya. Me sentí solo, solo en aquella cama ordenada aún. Tú te vestías sin verme, como aceptando nuestras faltas. Consiente del caos de nuestros pareados forzados sin sentido. Pues fue entonces que entendiste que el poema de nuestra desnudez había finalizado, y por ello te levantaste. Y, al hacerlo, comprendí que aquel poema había terminado.

Por lo que te vi cambiarte, mientras que yo seguía allí acostado, inerte, ausente, como un muerto con los ojos aún videntes. Y tú, sin regalarme una última rima de nuestra desnudes, te marchaste.

Y yo aquí… bebiendo y recordando aquel poema que ambos compartimos, como si el hecho de hacerlo fuese igual a revivirlo. Pero no es así, tan solo me recuerda de la soledad en la que me encuentro, sintonizando memorias añejadas.

Todo esto me hizo recordar una cosa, una cosa llamativa y dolorosa en partes iguales. Recuerdo como te marchabas sin saludar, sin una última mirada de misericordia, sin una última palabra. Pero, de aquella misma forma en la que te fuiste sin un adiós, de esa misma forma fue como yo te despedí a ti. Tan solo viéndote con mí desnudes impropia y unos ojos de vidrio, mientras tú te alejabas de mí, yo me quedé allí, en el centro de la cama ordenada, viéndote marchar sin molestarme de regalarte una última rima. ¡Oh qué tonto fui!

¿Será que tú te encuentras ahora al igual que yo? ¿Será que bebiendo pasas tus noches y llorando en soledad tus días? ¡Oh, amada mía! si esto no es rimar contigo, no sé lo que sería…

Relatos de muerte y prosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora