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Ya es tarde.

Muy tarde y siente que podría ser el fin del mundo, más preciso, el suyo. Da igual lo que piensen las demás personas. Sin embargo, no es así exactamente cuándo prácticamente su vida depende de ellos, dicho de manera correcta: del dinero.

Debido a que está bajo la dictadura de su padre y mientras se encuentre en ese hogar no tiene más alternativa que acatar las reglas. Si las circunstancias fuesen diferentes, es muy probable que mande al carajo todo aquello que consideraría un desperdicio o molestia.

Por ahora debe conformarse lamentablemente con lo que tiene y debe hacer. No obstante, dentro de sus sueños o metas esta el vivir de manera independiente, fuera de eso que llaman hogar.

Entonces, Megumi camina a prisa —porque pase lo que pase no corre, sin importar que su vida dependa de ello—, el tiempo se le ha ido de la vista y consciencia. Si mira una vez más ese reloj que tiene en la muñeca —regalado por Yuuji—, sin duda alguna tendría un poco de pánico, no por quedar mal con la persona, sino consigo mismo.

De no ser por haberse desvelado con Itadori escuchando todo respecto a Getonya, estaría ahora fresco como una lechuga, bueno, no realmente porque pensaría en cómo sobrevivir una vez más en la casa de Ryomen Sukuna con Satonya, un gato demasiado salvaje con extremada malicia en cada parte de su respectivo pelaje e incluso por dentro, eso podría apostarlo.

Aun así, es mejor estar en ese ambiente que en uno que deba compartir con su padre donde prácticamente no puede hacer ningún movimiento sin su permiso. Tan frustrante. Y es por eso que aprovecha todo el tiempo que pasa afuera o en otros sitios, por decirlo de algún modo, le hace sentir vivo y le ayuda a ir descargando todo el peso que conlleva. El quisiera ser una persona normal, pero recuerda a Itadori y simplemente quiere ser libre, a su manera.

Megumi llega a esa casa más que familiarizada, la cual es causa de los constantes suspiros y chasqueos. Aunque la casa en si no tiene la culpa de nada sino es una desgracia que, siendo tan maravillosa, amplia y de gran estática tenga a esos individuos.

Al tocar el timbre de inmediato sale Sukuna para abrir la puerta y dejarlo pasar, mientras no despega sus ardientes ojos juzgadores.

Pero claro, no podían faltar esas bellas palabras alentadoras de Sukuna, tan buena persona que jamás se le olvidaría dar un humilde comentario, no a Megumi.

—Una vieja tortuga llegaría antes que tú.

Como no es la primera vez que Sukuna hace uso de su sarcasmo, Megumi se ha acostumbrado, que de hecho si no hiciera tales comentarios se preocuparía, significaría que algo no estaba bien y posiblemente ese no sea Sukuna. Por ende, el menor hace caso omiso y por unos segundos su atención se dirigió a una sensación extraña, experimental dentro de la casa, una que le dice a cada parte de su cuerpo en grande: Peligro.

Cosa que ignoró porque volteó a hacerle caso por primera vez desde su llegada e incluso puso sus ojos en él después de mirar su alrededor. Esa mirada paso de arriba a abajo venerando cada parte elegante de Sukuna. Lo estaba examinando a detalle queriendo encontrar algún sólo defecto para regresar alguna de sus bromas, pero no fue posible porque Sukuna se veía atractivo y de nuevo vestía en traje, pero uno diferente. Su traje era rojo del saco y su pantalón, su camisa negra y su corbata roja.

Megumi nunca admitiría que se ve bien... más que bien, pero sabe.

Sukuna simplemente mostraba todo lo que sería un hombre ejemplar. Si no supiera como es en realidad (mayormente), no hay duda de que Megumi caería del asombro a sus pies y, no sólo eso, sino que sería flechado de inmediato por una apariencia demasiado favorable. Es demasiado apuesto.

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