Capítulo único

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Ya habían pasado algunos años desde que Black y Zamas habían iniciado el así llamado Plan Cero Humanos. Un período en el que no se habían dado descanso, viajando por los rincones más oscuros del cosmos buscando hasta la última vida mortal para acabar con ella. Encontraron resistencia en varios planetas, especialmente en la Tierra, donde los últimos descendientes saiyajin los enfrentaron más de una vez, pero todo fue inútil. No pudieron contra la descomunal fuerza de Black y la inmortalidad de Zamas. Nada ni nadie pudo hacerles frente.
La naturaleza de a poco fue restableciendo su equilibrio original. Las demás formas de vida como plantas y animales iban multiplicándose y repoblando los planetas ahora disponibles totalmente para ellos. La humanidad era ya sólo un recuerdo.

Los dioses viajaban constantemente de un confín del universo a otro y poseían moradas en varios planetas, pero siempre terminaban regresando a la Tierra del Universo 7, el lugar clave que dio inicio a todo. El lugar donde vivió el mortal que se atrevió a levantarle el puño a los dioses, y cuyo cuerpo era hoy habitado por una de las deidades.
El atardecer terrestre visto desde la terraza de esa cabaña era una de los paisajes favoritos del dúo. Zamas y Black se encontraban ahí, por primera vez desde que el último mortal había sido exterminado, admirando su obra y suspirando con orgullo ante los frutos de su duro esfuerzo.

El plan era perfecto. Había sido planificado hasta en su más mínimo detalle, sin margen para el error.

—Al fin. El mundo que siempre anhelamos finalmente se encuentra frente a nosotros —dijo Black con voz suave, observando el verde del bosque y el anaranjado tono del cielo contrastando a la distancia—. Fue un camino largo y a veces tortuoso. Pero definitivamente valió la pena.

Zamas asintió levemente con una diplomática sonrisa.

—Ahora, ya no queda más que hacer que admirar y disfrutar de un mundo de completa perfección —continuó el falso saiyan, volviéndose hacia su compañero con una sonrisa de genuina satisfacción—. Reinar como los únicos gobernantes del mundo ideal que los antiguos dioses no fueron capaces de crear. Nuestro plan finalmente ha sido consumado.

—Casi. En realidad, aún queda un detalle.

El dios ataviado de negro parpadeó, curioso por esa idea. Estaba seguro de que se había hecho cargo de todo.
De repente, la sonrisa de Black se desvaneció de su rostro, sus pupilas se encogieron y su aliento quedó atrapado en su garganta. Bajó un poco la vista y vio una gruesa espada de ki atravesando su abdomen. No pudo reaccionar por unos segundos.

—Za... Zamas...

Volvió la vista hacia Zamas, que lo observaba estoicamente con una apenas perceptible sonrisa.

—Con esto concluye efectivamente el Plan Cero Humanos.

Black al fin dejó salir un leve jadeo, haciendo que un poco de sangre saliera de su boca y chorreara por su mandíbula.

—Pero... yo soy un dios —replicó, mientras se tomaba el vientre cerca de la herida, cosa que la flagrante espada de ki atravesándolo le impedía.

—No. Ya no —respondió Zamas con expresión muy seria, afinando la mirada—. Tu cuerpo es mortal. Tu existencia está atada a necesidades biológicas básicas. Tu ki actual es una mixtura blasfema de ki divino y saiyajin. Ya no eres digno de ser un dios. No eres digno de ser yo.

Black oía mientras temblaba un poco, su cuerpo sucumbiendo a la rápida pérdida de sangre por la gigantesca herida.

—Además, un mundo perfecto sólo necesita un dios.

Zamas quiso sonreír, pero no pudo. Estaba haciendo un gran esfuerzo para que su voz no se quebrara.

Era extraño. Pensó que esto sería sencillo, un trámite más en la consecución de su tan deseado plan. Pero la sensación era distinta a cuando había asesinado a todos los demás mortales. En realidad, era... desagradable. Desesperante. No le provocaba ningún placer, como había esperado. Al contrario, estaba luchando contra todos sus instintos, que emergían con violencia y lo compelían a retirar su mano.

Black no cuestionó nada más. En vez de resistirse, sonrió cálidamente.

—Je. En cierta forma, sabía que esto terminaría así. De seguro yo habría hecho lo mismo.

Con dificultad, levantó su mano temblorosa y acarició la mejilla de Zamas, manchándola con su sangre.

—Cuida bien de nuestro mundo, Zamas —susurró.

Black le dirigió una mirada llena de sincero afecto, despojada de cualquier clase de resentimiento.
Zamas tragó saliva y apretó los labios, cuyo temblor era casi incontrolable. Esa amable mirada estremeció sus interiores de una forma que podría hacer claudicar su voluntad. Ya no podía seguir prolongando el momento. Sus emociones estaban a punto de traicionarlo.

El kai hizo un rápido movimiento con el brazo y deslizó la espada hacia el costado, cortando la mitad del cuerpo de Black en el camino y dejando un espeso hilo de sangre en el piso de madera antes de deshacer la espada. Black se mantuvo en pie sólo por unos segundos pero enseguida sucumbió, derrumbándose sobre el piso de la terraza, su sangre rápidamente formando un charco carmesí. El falso saiyan tomó su herida mientras jadeaba a bocanadas, mas sabía que su destino era inevitable. Lentamente, su agarre y su frenética respiración se fueron suavizando, hasta que el movimiento en su pecho se detuvo por completo.
El último aliento de vida mortal de ese mundo se había extinguido.

Zamas se arrodilló suavemente a su lado, pasó su mano sobre el rostro ajeno y bajó sus párpados.

—Adiós, Zamas.

No logró terminar de pronunciar su nombre; la tensión que hace rato luchaba por escapar de su garganta finalmente salió como un jadeante llanto, mientras las lágrimas emergían a borbotones de sus ojos, ya imposibles de detener, cayendo y mezclándose con la sangre que emanaba del inerte cuerpo, manchando las telas de su ropa.

El sol ya se había puesto, pintando el cielo con intensos tonos de color rojo y púrpura.
Mañana sería el amanecer del primer día de un mundo sin mortales.

Esto era exactamente lo que Zamas había planeado desde el principio. El sueño de toda su vida y de sus otros yo, el anhelo por el que abandonó todo, el que alcanzaría a cualquier costo. El plan perfecto que había sido planificado hasta en su más mínimo detalle, sin margen para el error.
O al menos eso quiso creer.

Al final, sí había un detalle de su plan que Zamas nunca logró resolver.
No sabía cómo haría para vivir sin él.




Nota del autor:

Este fanfic está basado en la siguiente ilustración: [VER COMENTARIO]

Si yo lloro, lloran todos.

Alba y Ocaso de un SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora