Capítulo 2

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Capítulo 2: "O matas, o eres la muerta"

Bianca Rosario.

—¡Te voy a matar, maldita venezolana! ¡Te voy a matar! 

No dudo un coño de las palabras que me dice en formas de gritos intensos que con el único hecho de escucharse se oyen muy reales.

Corro por toda la casa hasta llegar a los escalones. Allí, empiezo a subirlos corriendo y tropiezos con dos de ellos cuando no logro pisar bien por los nervios, por eso caigo en los peldaños de madera.

Bajo la cabeza e intento subir. Las lágrimas se me salen de los ojos sabiendo que este puede ser el último día de mi vida, que todo lo que había querido lograr hasta aquí quedaba.

Lastimosamente salí hace años de un país hermoso pero con un gobierno miserable que lo destruyó poco a poco, con la intención de ser una nueva yo en los Estados Unidos. Trabajando en lo que me gusta, estando con la persona a la cual yo quería tener el resto de mi vida.

Y al menos lo intenté muchas veces hacer lo que quiero.

Bram es el hombre que me enamoró poco a poco. Yo también lo hice de él justo en el momento que viajó desde un país primermundista y desarrollado como lo es los Estados Unidos solo a Venezuela para conocerme.

Los regalos e invitaciones que este me dio estando él en el país de la maravilla, como yo suelo llamarlo, fueron muy constante. Me mandaba dinero que no le pedía para mis estudios, poder mantenerme en Venezuela cosa que no todos podían hacer, me llamaba a diario para saber cómo estaba.

Un año después mi vida dio un giro. Bram hizo todo, absolutamente todo, hasta lo imposible, para yo venir a vivirme con él a California.

Lo hice, emigré de mi país, dejé a mis pocos amigos, para aventurarme en este y soñar en ser una grandiosa doctora que es por todo lo que estudié.

Pero el mundo no es color de rosa. Los meses fueron pasando mientras vivía con Bram. Un mes después de estar con él nos mudamos de California y nos fuimos a vivir a una ciudad hermosa llamada Belleville.

Al principio fueron cortantes "no" por mi forma de vestir o cuando quería salir un momento a conocer. Después llegaron los empujones, las bofetadas, las disculpas de que me amaba y volvía a hacerlo. Ya entonces finalizó con golpes reales, con azotes y con impactos fuertes a la pared.

Un día intenté escapar de sus garras, pero me encontró. He tenido pocos amigos aquí en el extranjero, la única con la que llevo un lazo más estable es con Natti, mi acompañante del trabajo que por culpa de los celos y espectáculos de Bram me ha hecho nadie se me acerca. Lo último que hizo fue atropellar a un doctor que incluso era gay y me prestó un paraguas para no mojarme en la lluvia.

Intento levantarme, sin embargo, siento como unos brazos fuertes me empuñan de los moños y me tiran hacia atrás. Mi cuerpo impacta fuertemente con la pared y derrumbo una mesa con vasos y tarros de cristales que se hallaban cercas. Ahora me duele más. La garganta se me seca y por un momento me quedo pensando si mejor no hago más fuerza y me rindo.

—¡Eres una puta perra!

Los ojos se me empiezan a cerrar y mis parpados a juntarse. No logro levantarme, es como si mi cuerpo no tenga ninguna reacción, lo único que puedo sentir son los dolorosos golpes que abundan por mi cuerpo.

Me palpita la cabeza y mi borrosa vista enfocan la yema de mis dedos con un líquido rojo que corre desde ese lugar.

—¡A mí tú no me golpeas, puta! —siento una patada en el estómago y pierdo todo el aire.

Equivocada TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora