Capítulo 1: El deber

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La vida de reyes y reinas, distan mucho de lo que uno puede encontrar en los cuentos infantiles. La simple idea del amor es considerada banal en comparación al cumplimiento del deber y, en estas tierras, la tradición y el compromiso son los pilares fundamentales que condicionan el destino de muchos. Han sido, y serán por mucho tiempo, los responsables de la relativa paz entre los cuatro reinos.

El entusiasmo que debería sentirse por los preparativos para la renovación del Tratado de Paz, se veían eclipsados por una atmósfera de pura tensión que rondaba por los pasillos del palacio, la cuál era difícil de ignorar.

El príncipe Felipe, quien se encontraba en su habitación, no dejaba de pasearse por ella, con la mente turbada en lo que se avecinaba. El luto por la muerte de su hermano mayor, estaba llegando a su fin y con él, el anuncio oficial del nuevo sucesor al trono.

Felipe no había heredado el don de liderazgo, por lo que, desde que tuvo uso de razón, se aliviaba de no ser él quien cargara con la responsabilidad de ser el siguiente Rey de Ágata. La muerte de su hermano, luego de haber batallado en contra de una enfermedad desconocida por años, había dejado en el reino una huella de tristeza y soledad pocas veces vista.

El príncipe Jorge II, había sido amado por todos sus súbditos desde su nacimiento. Pero al ir creciendo, y desde una edad temprana, este había demostrado sabiduría y nobleza, preocupándose por las necesidades de su pueblo y actuando en consideración de ellas.

Por su parte, Felipe, disfrutaba de estar en las sombras. Para él era cómodo no ser el responsable de todo un reino y amaba a Jorge con todo su ser, al igual que él amaba a su hermano pequeño. El vínculo que ambos habían creado era fuerte, y se apoyaban mutuamente, sin prejuicios ni juicios de valor.

Jorge era el único que parecía conocer el secreto que guardaba el corazón de Felipe. Lo había notado tiempo atrás y creía saber que, llegado el momento adecuado, su hermano se sinceraría con él, librándose así de una pesada carga. El tiempo no fue suficiente y Jorge no pudo llegar a contemplar la liberación de su hermano, dejándolo sumido en la oscuridad de una mentira.

Los años habían comenzado a empeorar, y las épocas felices se apagaron cual vela en la oscuridad. El príncipe Jorge, falleció a la edad de veintisiete años, dejando el corazón de sus hermanos destrozado en mil pedazos, a sus padres sumidos en el dolor y a un reino desolado que lo adoraba aun sin ser el Rey.

Las cartas de condolencia provenientes de los reinos vecinos, llegaban sin cesar, sin embargo se sentían frías y distantes. Para ellos solo era una simple formalidad, pero para todo el reino Ágata se sintió como si una luz de esperanza se apagase, pues su querido príncipe había partido tan joven sin haber disfrutado de la aventura de la vida.

El luto se declaró la mañana siguiente a la muerte, estableciendo un tiempo de dos meses sin actividades políticas, por lo que la firma del Tratado de Paz debió suspenderse por ese plazo.

Las semanas habían transcurrido velozmente, como las aguas de una cascada hacía el abismo. Ahora el tiempo se acercaba a su fin, y con la firma se avecinaba el anuncio.

Felipe no dejaba de temblar, tenía su discurso preparado y memorizado, pero los nervios no lo dejaban pensar con claridad. El solo pensar en hablar en público le generaba ansiedad, su respiración se aceleraba y las palabras peleaban por salir de su boca como un torbellino sin coherencia.

—Felipe, tienes que calmarte— pidió la princesa Amaia, su hermana pequeña, sentada en la silla del tocador—. No es la primera vez que das un discurso— le recordó esta.

—Lo sé, hermana— expresó, mientras tomaba asiento en su cama—. Pero sabes que esta vez es diferente. Él no va a estar allí y yo tendré que ocupar su lugar— Un semblante sombrío se apoderó del príncipe, quien se veía derrotado.— Obviamente no estoy a su altura.

Reinos de Luz: La Alianza PrometidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora