"No sabía que lo mucho que te necesitaba, hasta que llegaste y te ví por primera vez..."
Sus miradas se cruzaron y sus corazones se sintonizaron. Sintiendo la euforia de tener al otro al lado, el deber de ayudar al otro y hacerlo sentir mejor...
L...
El sol brillaba más que nunca esa mañana, era como si la misma estrella supiera lo que acontecería ese mismo día. Aves cantoras silbando armoniosamente y en coro, el viento frío del otoño soplando con serenidad, y el cielo azul como el agua, el día más hermoso y perfecto para esa ocasión.
Un rayo de sol entró directamente por sus ventanas, dirigidos precisamente a los ojos de estos dos, despertándolos al instante. Sus ojos azules igualmente ambos se abrieron, emocionados por lo que estaba a punto de suceder.
Hogwarts, la nueva escuela de magia. No podían esperar a asistir y aprender todo lo que un buen hechicero y bruja deben saber. Ambos eran consientes del arribo de la carta ese mismo día.
—¡Papá, papá, la carta, llegó! —vociferó Margot, mientras tomaba el sobre de color amarillo entre sus pequeñas y pálidas manos, corriendo por la larga escalera hasta el cuarto de sus padres que se encontraba justo al lado del suyo.
Ryddle observó minuciosamente la carta y la volteó un par de veces antes de romper el sello color esmeralda que se encontraba justo en el medio de ésta.
—Lo lamento hija, pero me temo que no asistirás a Hogwarts éste año. Ni el siguiente —dijo mientras afinaba los labios y se levantaba de la cama para tirar el sobre al cesto de basura—, es riesgoso y no quiero que ni tú ni tus hermanas estén expuestas a todo tipo de encantamientos de ataque. —Terminó la frase mirando a la pequeña Margot, quien se encontraba a punto de un llanto inconsolable.
—¿Por qué, papá? Siempre nos has hablado de Hogwarts y lo increíble que es asistir a esa escuela.
—Dije que no, Margot. No seguiré discutiendo —la miró con un gesto de enfado, antes de caminar hacia el cuarto de baño y asearse.
—Mamá, ¿por qué no iré a Hogwarts? —la pequeña castaña se sentó en un extremo de la amplia cama de sus padres, mirando a Amélie Ryddle, madre de la pequeña.
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En una pequeña colonia ubicada en la ciudad de Londres, Inglaterra, un niño de cabello azabache y ojos tan azules como el mar, despertó entusiasmado por lo que iba a suceder a continuación. Bajó las escaleras de caracol rápidamente, mientras sus pies descalzos resonaban en el piso de madera de su vivienda. Abrió la puerta de su casa y salió a paso rápido hacia el buzón en medio del jardín que su tía Evana cuidaba y procuraba todos los días al atardecer.
Aquél buzón se encontraba lleno de cartas de todos tipos; recibos de adeudo, cartas de familiares y amigos, y una en especial que le llamó la atención. Era un sobre medio amarillento con un sello color escarlata justo en el centro. Por la parte de atrás venía escrita la dirección exacta y el nombre completo del niño.
Hogwarts, Colegio de Magia y Hechicería
A 25 de Julio, 1991.
Receptor: Alexander Peregrin Abbott
Escribe: Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore
Estimado señor Abbott, nos complace informarle que usted ha sido aceptado en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Junto a este sobre anexo su boleto para el expreso Hogwarts, que partirá el 1 de septiembre a las 11 en punto de la mañana rumbo al colegio Hogwarts. Encontrará también la lista de útiles escolares que deberá conseguir antes de ese día, me despido darle la más cordial bienvenida al Colegio y desearle el mejor ciclo escolar.
Bajo este texto venía la lista de útiles, la cual leería mas tarde. Cerró el buzón de un portazo y entró de nuevo a la casa como un rayo para subir las escaleras y mostrarle a sus tíos aquel sobre.
—¡Tío, Tía! ¡Miren lo que acaba de llegar al buzón de cartas —abrió de nuevo el sobre muy entusiasmado—, me aceptaron en Hogwarts!
La señora Abbott abrió los ojos y se incorporó para prestarle atención a las nuevas del pequeño ojiazul. Esbozó poco a poco una gran sonrisa y estrechó al pequeño, sintiéndose emocionada y orgullosa de que Alex ahora asistiera a tan prestigiosa institución de Hechicería.
—¡Por Merlín! —abrió los ojos como platos y le dedicó una gran sonrisa, mientras aún lo abrazaba y felicitaba. —¡Vas a ser el mejor mago, cariño, de eso no tengo duda! —dijo en un hilo de voz, conmocionada y al borde de las lágrimas.
El señor Richard Abbott, despertó con una leve mueca de molestia, al escuchar tanto alboroto. —Oh, ya veo, ¡muchas felicidades, Alex! Estoy seguro que serás un gran mago.
Alex sonrió ampliamente y asintió entusiasmado, antes de saltar de la cama y dirigirse hacia la cocina, donde minutos más tarde se reuniría con sus tíos.
De vuelta en Marsella, Francia, la pequeña Margot se encontraba en su habitación sin ánimos como para siquiera bajar a desayunar.
—¿Margot? ¿no vas a bajar a desayunar? Papá está esperándote. —La hermana de en medio, Marie Antoinette llegó sin tocar la puerta al dormitorio de Margot, y se paró frente a la puerta, con las manos entrelazadas por detrás y daba la impresión de ser algo tímida mientras hablaba con su hermana.
—No quiero desayunar, Marie. Sólo dile a papá que no tengo hambre.
La pelinegra que se encontraba junto la puerta asintió levemente y se retiró del cuarto dando saltos.
La mayor de las hermanas Ryddle regresó su vista a la ventana, vigilando el hermoso e inconmensurable jardín de margaritas que se movían con el viento conforme el mismo soplaba.
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El revuelto cabello color negro ébano del pequeño de los Abbott lucía aún más desordenado esa mañana, era como si el mismo cabello mostrara felicidad ante aquella noticia, el pequeño Alex no dejaba de mirar la carta, leyendo una y otra vez aquellas palabras, asegurándose de que no era un sueño, pues siempre deseó asistir a tan prestigioso colegio como lo era Hogwarts.