Capítulo 3

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Mingyu

Ocho horas más tarde, la vida no es tan buena.

Estoy en un autobús con dos docenas de adolescentes. Sin embargo, eso está bien, porque me gustan estos niños. Trabajan duro y juegan muy bien al hockey. Pensé que había visto un montón de increíbles jugadores jóvenes, pero los canadienses parece que cultivan campeones en sus jardines. La temporada del equipo no va tan bien, pero tengo fe en que vamos a darle la vuelta. Estos chicos tienen instintos sólidos y actitudes increíbles.

Aunque mi actitud es menos que estelar en el momento.

Ya que Won y yo nos quedamos dormidos en la habitación equivocada, mi alarma no estaba cerca. La razón por la que llegué tan sólo cuarenta minutos tarde fue porque la cama era demasiado pequeña. Me desperté cuando Won me dio un golpe en la ceja con su codo tatuado. El reloj de la mesita de noche decía que eran las seis menos diez.

Me levanté de un salto, con el corazón palpitante. Tomé la ducha más corta del mundo y luego corrí como un idiota, poniéndome los calcetines en los pies mojados y agarrando mis cosas. Lo único bueno era que ya había empacado para nuestro torneo de Montreal. Había estado tratando de ahorrar tiempo para pasar con Won, así que al menos el petate estaba allí, listo para irnos.

Won salió tambaleándose de la habitación de invitados, parpadeando.

—¿Tienes que irte?

—Se me hace tarde —murmuro, mandándole un mensaje al entrenador con el que iba a viajar. Llego tarde. No te vayas. Lo siento.

—Te echaré de menos —dice.

No le dije que yo también. Le di un beso rápido y poco satisfactorio y corrí hacia la puerta. De alguna manera me las arreglé para tropezar con la maleta gigante de Won cuando saqué mi abrigo del perchero.

—Hazme un favor y desempaqueta esta cosa.

Esas fueron las palabras de amor con las que partí, sudando, odiándome por ser ese tipo que iba a retrasar el autobús. Y por gruñir a mi novio por no guardar sus cosas.

Sin embargo, nunca lo hace. La maleta queda por ahí generalmente hasta que la necesita para el próximo viaje.

Ahora estoy bebiendo una muy mala taza de café que compré en una estación de servicio cuando el autobús se detuvo para cargar combustible, y estoy escuchando a mi compañero de trabajo que habla y habla. David Danton es sólo un par de años mayor que yo. Técnicamente ambos teníamos el mismo título "entrenador-adjunto". Pero ya que el jefe entrenador de los chicos tiene varios equipos bajo su mando, Danton se pone en su lugar a veces, especialmente en los viajes.

Lo que debes saber acerca de Danton: tiene un hermoso tiro rápido. Y una personalidad horrible.

—Este primer equipo contra el que jugamos —dice, moviendo un taco de tabaco de una mejilla a la otra—. Son los mismos maricas que vencieron en Londres el año pasado. Sus estadísticas no se ven mejor en estos días. Manténganse todos juntos y lleven la delantera en el primer período, y van a estar llorando en sus guantes para que llegue el entretiempo. Un montón de maricones, de verdad.

El café malo se convierte en ácido en mi estómago. En primer lugar, esto es entrenamiento deficiente. El otro equipo es defensivamente dotado y en lo que es ofensa, son muy buenos, y nuestros chicos merecen que les demos más detalles. Necesitan estrategia junto con una buena dosis de valentía.

Y ni siquiera me hagan empezar con los insultos de Danton. Es el tipo de persona que utiliza "maricón" para describir cualquier cosa que no le gusta, desde un auto feo a un sándwich de pavo decepcionante, y "marica" para describir cualquier jugador de hockey que no cumple con sus estándares.

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