Prólogo

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Era tan pequeña que apenas la vi la primera vez, pero sí podía sentirla, aquel peso constante dentro de mi pecho, creciendo día a día, como la hiedra que se va enroscado en el seco muro de piedra, sustituyendo su gris helado y gastado por un verde opaco.

Su voz retorcida como sus ramas se arrastraban por mi mente, lenta y sinuosamente como si en realidad no quisiera perturbar mi sueño y hacerme gritar en la penumbra de la noche.

Luego, la veía en los ojos de la gente: «te juzgan y te harán daño, porque la gente hace daño a lo que es distinto y tú no encajas». Y no supe decirle que no, ya estaba bailando su mismo vals como el príncipe Érick atrapado en el hechizo de Vanessa.

Y un día, escuché el nombre Pandora, y supe quién me tenía bajo su yugo, ¿ansiedad? ¿depresión? mucho más complejo que eso, era una pequeña caja dentro de mí, vibrando por ser abierta, tan ansiosa como un flor esperando que por fin llueva tras una larga época de sequía.

Lo hice, la abrí, y de ahí salieron tantas cosas, se arrastraban por mí garganta como el negro alquitrán desbordándose por mi boca. Abrí la caja de Pandora que se hallaba en mí y no solo salieron mis demonios, salieron todos aquellos que el mundo había sembrado dentro de mí.

Y fue doloroso, apabullante y destructivo, pero tan bonito como la explosión de una supernova, color y oscuridad en una misma ecuación, vida y muerte firmando un tregua dentro de mi alma y mi mente.

Pero como he dicho, abrí la caja de Pandora, y aún tenía que salir muchas más cosas.

Abriendo la caja de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora