VI

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La enfermera llevaba trabajando en el hospital Cabrini Health Care Center muchos años, había empezado a trabajar desde los diecisiete, originalmente trabajaba en el italiano hasta que este se convirtió en uno solo junto con el Columbus.

Era la primera vez que llegaba tarde, sus compañeras solo la miraron con desaprobación, pero ella las ignoró, anotó su identificación en la entrada y cuando los hombres que cuidaban la entrada confirmaron su identidad la dejaron entrar.

Hace cinco años, cuando una paciente muy especial llegó, el hospital había estado completamente lleno de subordinados armados hasta los dientes, órdenes de su jefe para mantenerla a salvo.

Ya que había llegado tarde y aún no debía cumplir con nada, se sentó en una silla de recepción y comenzó a tomar de su café negro y se relajó... Lo cual duró solo cinco minutos.

Ese hombre de nuevo.

Ese encantador hombre de cincuenta que no los aparentaba para nada, alto y bastante fornido, perfectamente afeitado y su fina vestimenta, lo hacían ver aún más pulcro y elegante.

La enfermera no lo negaba, ese hombre era encantador, y lo admitía la verdad es que la volvía loca a pesar que le doblaba la edad, y adoraba verlo todas las mañanas cuando llegaba con esas flores en su mano y un portafolio en la otra.

Pero siempre entraba como perro por su casa al hospital, era la única persona que no necesitaba identificación. No era hora de visitas, la señorita Messina ya estaba cansada de decirle que no podía pasar, y ser quien era no le daba derecho a entrar a así, pero al menos tendrá una excusa para entablar una conversación con él apuesto Señor.

Se levantó de su asiento y se apresuró para pararse enfrente de él y frenarlo.

—Sr. Puzo —suspiró— ya conoce el protocolo, usted mismo dio las órdenes...

—Srta. buona giornata.

Don Puzo no la miró, se concentró en sus gemelos y luego solo la evadió y siguió caminando.

La enfermera rodó los ojos y volvió a suspirar. De nuevo corrió hasta alcanzarlo y colocarse enfrente de él.

—Per favore, no le daré ningún sermón ni le diré que se retire. Al menos firme el papeleo de visita.

Él la miró de pies a cabeza y guardó silencio, poniéndola un poco incómoda. De nuevo la evadió y siguió caminando. La mujer suspiró molesta y volvió a la recepción para terminar con su café.

Todos los subordinados que veían pasar a su jefe lo saludaban y le daban los buenos días, los cinco que cuidaban de la habitación 307, también le saludaron y le dieron paso para que entrara.

—Buongiorno Liz...

Cerro la puerta con su seguro, se quitó su gabardina y la dejó en el perchero, y se sentó en el sofá al lado de la cama y tomó su mano.

—Liz... estas enfermeras son unas inútiles, estas helada.

Se puso se dé pie y cerró la ventana, tomó una sábana y la puso con cuidado encima de ella, se volvió a sentar y tomó su libro para abrirlo, sin separar una de sus manos de la de ella.

—En cuanto llegué a Nueva York vine lo más rápido que pude, hay algo que debo contarte... Pero por favor, despierta... Despierta Liz. Sé que quieres descansar, pero ya han pasado cinco años.

Vittorio se puso de pie y se sentó en la cama al lado de ella y le acarició la cabeza.

—No sé si pueda seguir sin ti Liz... Amy sigue sin hablarme, Santino también sigue molesto conmigo, Nino... me decepciono, pero aun así es mi hermano, pero no sé si volvamos a ser como antes, Gianmarco —suspiró— Aún pienso que él fue quien te entregó Liz... Me siento... Otra vez solo —murmuro— Y Antonella... Mi querida Liz, es la noticia que quería darte, En el entierro de mi madre la vi, estaba en el cementerio, la encontré. —Él sonrió y besó el dorso de la mano de Elisabetta— Te prometí que la encontraría, me dijo que se tomara un tiempo, verás. Al parecer cuando se perdió se golpeó y perdió la memoria y aún está descansado por orden del médico. Pero te prometo que vendrá a verte cuanto antes. Tu concéntrate en mejorar. Te extraño tesoro. Ya no quiero hacerme el fuerte. —Murmuro al final.

•𝑈𝑛 𝑓𝑢𝑡𝑢𝑟𝑜 𝑠𝑖𝑛 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑒• #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora