11. La nada absoluta

1.2K 174 319
                                    

Una vez que estuvo en su casa, Nico no fue capaz de recordar todo el recorrido hacia allí. Sabía que no había esperado a sus amigos para viajar en el auto, había caminado, pero no estaba seguro de mucho más que eso. Le dolían los pies, le temblaban las rodillas, y le ardían los ojos. Seguramente había dado algunas vueltas, o había tomado el camino largo, porque llegó al mismo tiempo que sus amigos estacionaban el Mustang en la entrada, excepto que venía por la dirección contraria.

Se sentía sudando, pero tenía el rostro tan frío que sus mejillas estaban entumecidas. Escuchó que Jason y Percy estaban hablándole, quizá preguntándole en dónde rayos se había metido, o por qué no había viajado con ellos, pero Nico no se paró a prestarles atención. Era una bomba andante, lo sabía, y solo quería poder llegar a un lugar donde pudiera explotar sin herir a nadie más que a sí mismo.

Sacó sus llaves e intentó abrir la puerta, pero la mano se movía tanto que no conseguía introducir la indicada en el llavín; después de un par de intentos, se le cayeron al piso y tuvo ganas de patearlas con toda su fuerza hasta que se desintegraran en pedacitos.

Mientras él se agachó para recogerlas, Jason abrió la puerta en segundos. Nico se puso de pie, empujó la maldita puerta para hacerse espacio y entró a la casa, aún sin atreverse a mirar a sus amigos. El mensaje era claro, al menos él creía que era claro y muy fácil de comprender: "No me hablen". Pero, al parecer, para Percy no era así, porque cometió la estupidez de decirle:

—¡Uy! Alguien está de mal humor —y como si eso no fuera suficiente—:¿Por qué no llamas a Huevos de oro, para que te dé un besito y te devuelva el buen humor?

—¿Eres imbécil? —Nico se detuvo a mitad de camino, girándose como la cabeza de la niña del exorcista—. ¡Definitivamente eres imbécil! No me extraña que seas un fracasado.

—¡Oye! Sea cual sea tu problemita, no es mi culpa, no te desquites conmigo —le regresó Percy, sin saber que un solo empujón era suficiente para hacer que Nico estallara como el monte Vesubio.

—¿Mi problemita? —El tono de Nico esta vez fue tan austero que Jason regresó todos los pasos que había dado hacia su habitación. Traía las manos a la altura de medio cuerpo, como si intentara calmarlo con sus poderes jedi—. ¡Mi problemita! Pues, "mi problemita", como lo has llamado, Jackson, nos afecta a los tres. No será solo mi puñetero culo el que se enfriará en la calle cuando Midas nos quite todo.

—Okay, evidentemente estas de mal humor, Nico —Jason inició a hablar para apaciguar las cosas, Percy lo interrumpió:

—¿Y crees que no lo sé? —bufó una risilla—. Me has prostituido durante meses, por si no te has dado cuenta, di Angelo. ¡Tu culo no es el único importante aquí! No vale más dinero que el mío, te lo aseguro, a pesar de que las clientes que me asignas no paguen tanto.

Jason hizo una mueca de fastidio, por supuesto que su amigo querría tener la última palabra. Pero en verdad, este no era un buen momento.

—¡Ah! ¿Es mi culpa? —Nico caminó unos cuantos pasos hacia Percy, hasta quedar cara a cara con él, el tono de su voz iba subiendo poco a poco—. ¿Ahora quieres culparme porque tengas que vender tu culo?

—¡Pues fue tu idea en primer lugar! ¿O no? —Percy estaba en el límite entre divertirse y enfadarse, pero Nico ya no estaba pensando en las consecuencias.

—¡Claro! Porque yo soy el maldito abusador y proxeneta, ¿no? —La mente de Nico estaba en color rojo, como si un cable se hubiera desconectado y ya no pudiera reiniciar el sistema hasta que la autodestrucción se completara—. ¡Yo soy el puto villano de la historia! Me he aprovechado de la inocencia de ustedes dos solo para sacar dinero de sus cuerpos y llenar mi billetera. ¡Soy el desgraciado monstruo aquí! ¿No es así?

ExclusivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora