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Sin ti
Capítulo 1
«Seis semanas de embarazo»
Al leer esas tres palabras que aparecieron en el reporte de mi ultrasonido quedé impactada y
conmocionada.
«¡Solo pasó una vez! ¿Cómo pude haber quedado embarazada? ¿Ahora qué hago? ¿Debería decirle a
Álvaro sobre esto? ¿Ya no querrá divorciarse de mí por esto? Neh, ¡lo dudo! Quizás piense que estoy
usando a este bebé para engañarlo»
Metí el reporte a mi bolso suprimiendo la frustración en mi corazón mientras salía del hospital. Había un
Maybach esperando afuera con la ventana un poco abierta y apenas se podía ver un hombre atractivo
con una expresión fría sentado en el asiento del conductor. Un hombre en un auto lujoso podía obtener
la atención de todos los que pasaban por ahí. Álvaro Ayala era la representación exacta detener riquezas
y buena apariencia. Luego de muchos años, me acostumbré a las miradas curiosas de las personas, pero
los ignoré y me senté en el asiento del pasajero. El hombre estaba descansando con los ojos cerrados
cuando sintió un ligero movimiento y se pronunció un ceño fruncido entre sus cejas. Sin abrir sus ojos,
preguntó con una voz profunda:
—¿Ya quedó todo arreglado?
—¡Sí! —Asentí mientras le pasaba el contrato armado con el hospital, murmurando—. El Dr. Lara te mandó
saludos. —Tenía la intención de armar el contrato sola en el hospital, pero me encontré a Álvaro cuando
venía aquí y por alguna razón se ofreció a traerme diciendo que estaba de camino.
—Estarás a cargo del caso. —Álvaro siempre ha sido un hombre de pocas palabras. En lugar de agarrar el
contrato, me dio instrucciones de manera indiferente antes de encender el auto. Asentí y me quedé en
silencio. Al parecer lo único que sabía hacer era obedecerlo y seguir sus órdenes. El auto se dirigió hacia
el centro de la ciudad. Ya era tarde y no estaba segura hacia dónde conducía si no era de regreso al chalé.
Aunque estaba confundida, no tomé la iniciativa de preguntarle hacia dónde íbamos y me quedé callada.
El reporte del ultrasonido era lo único en mi mente, pero no sabía cómo abordar el tema. Volteé a verlo
de reojo en medio de un dilema y como siempre emanaba un aura fría y distante. Su mirada firme y
despiadada estaba enfocada en el camino.
—¡Álvaro! —grité. Las palmas de mi mano se volvieron sudorosas mientras apretaba mi bolso. Quizás eran
por mis nervios de punta.
—Habla. —Esa sola palabra fue dicha sin ningún trazo de emoción. De todas formas, siempre me ha
tratado de esa forma. Después de unos segundos, la tensión se fue alejando gradualmente de mi cuerpo
al calmar mis nervios. Tomé un gran respiro y anuncié:
—Estoy... «Embarazada» —Solo tenía dos palabras que confesar, pero me tragué la segunda que estaba
en la punta de mi lengua al momento que su teléfono sonó.
—Rebeca, ¿qué sucede?
«Algunas personas solo reservan su lado gentil y cariñoso para una persona»
Ese lado gentil de Álvaro estaba reservado para Rebeca Villa. Era fácil de ver por la forma en que
conversaba con ella. Las palabras de Rebeca a través del teléfono causaron que Álvaro frenara de forma
abrupta mientras hablaba con ella con un tono suave.—Está bien. Estaré ahí en un momento. No te vayas de ahí, ¿de acuerdo? —Tan pronto como terminó la
llamada, su expresión frívola regresó a su lugar. Me volteó a ver y con un tono seco, ordenó:
—Salte. —Su instrucción no dio lugar para discutir. Esta no era la primera vez que me sacaba de su auto.
Al ver esto, asentí y tragué las palabras que planeaba decir hasta la garganta. Abrí la puerta del auto salí.
Mi matrimonio con Álvaro fue debido a un giro del destino, pero el amor nunca fue parte de la ecuación.
Álvaro ya tenía a Rebeca en su corazón y mi existencia era redundante. Quizás, hasta se pudo haber
considerado un obstáculo. Dos años atrás, Jorge Ayala, el abuelo de Álvaro, sufrió un ataque al corazón.
Mientras estuvo hospitalizado, obligó a Álvaro a casarse conmigo y por el bien de su abuelo, aceptó a
hacerlo a la fuerza.
Él menospreciaba mi existencia, pero de todas maneras no hizo nada y ahora que su abuelo falleció, no
pudo esperar a conseguir un abogado para mandarme a firmar los papeles del divorcio. El cielo había
oscurecido cuando regresé al chalé. La casa enorme estaba vacía y parecía estar embrujada. Tal vez era
por el embarazo que no tenía apetito y me fui a mi habitación para lavarme y terminar el día. En mi estado
somnoliento, escuché un ligero sonido de un auto siendo apagado y venía del jardín.
«¿Habrá regresado Álvaro? ¿No se supone que está con Rebeca?»
Capítulo 2
De pronto, abrieron la puerta de la habitación de manera repentina antes de poder seguir pensando más
a fondo. Álvaro se dirigió a la habitación un poco mojado sin voltearme a ver y seguido de eso, se
escuchaba el sonido del agua. Su regreso hizo imposible quedarme dormida y me levanté a ponerme
ropa. Saqué un conjunto de su pijama del guardarropa y lo coloqué al lado de la puerta del baño antes de
ir al balcón. Como era temporada de ciclones, empezó a lloviznar afuera. El cielo estaba oscuro y el
sonido de la lluvia chocando contra los ladrillos se podía escuchar vagamente. Al sentir un movimiento
detrás de mí, di la vuelta y vi a Álvaro saliendo del baño con una toalla alrededor de su cintura. Su cabello
estaba mojado y las gotas de agua corrían por su cuerpo musculoso creando una vista atractiva. De
seguro notó mi mirada y volteé hacia abajo con un ligero fruncido.
—Ven aquí —ordenó con una voz sin emoción. Caminé hacia él de manera obediente y atrapé la toalla
que me lanzó. Luego, volvió a ordenar—. Seca mi cabello. —Me había acostumbrado a su forma de ser tan
dominante. Justo cuando se sentó en la esquina de la cama, me subí y me arrodillé para secar su cabello.
—El funeral del abuelo es mañana. Deberíamos irnos a casa de la familia temprano. —Le recordé. No
estaba intentando tener una conversación con él, sino que me preocupaba que se le fuera a olvidar
porque su mente iba a estar ocupada con Rebeca.
—Mhmm —gruñó en respuesta y no dijo nada más. Al saber muy bien que no quería interactuar conmigo,
me mantuve en silencio y me enfoqué en secar su cabello. Al terminar, me acosté en la cama lista para
dormir. Me di cuenta de que estos días me había sentido adormilada y eso lo atribuyó al embarazo. Por
lo general, Álvaro solía irse a su estudio luego de bañarse y se quedaba ahí hasta la medianoche. Dado a
que esa era la norma, me quedé confundida cuando se metió debajo de las cobijas después de ponerse
su pijama. A pesar de estar desconcertada por completo, logré contener mis preguntas con gran
esfuerzo. De repente, sus brazos estaban alrededor de mi cintura y me jaló hacia él. Luego, sentí un beso
ligero como una pluma en mis labios y levanté mi mirada perpleja.
—Álvaro, estoy...
—¿Indispuesta? —preguntó. Sus ojos negros destellaban un fuerte deseo dentro de ellos y agaché la
cabeza. En efecto, estaba indispuesta, pero yo no podía decidir eso.
—¿Podrías ser más gentil? —El feto solo tenía seis semanas y había un alto riesgo de tener un aborto
espontáneo. Álvaro frunció su ceño se dio la vuelta para comenzarme a atacar con muchísima intensidad
sin decir nada. Mi cuerpo se retorcía por el dolor y no pude hacer mucho para proteger al bebé de
lastimarse. La lluvia empezó a caer más fuerte al mismo tiempo que sus movimientos eran bruscos. Unrayo parpadeó a través del cielo y enseguida sonó un trueno causando que la habitación se iluminara
cada vez que tronaba. Luego de un rato, se levantó y se fue al baño.
Empapada en sudor, me dieron ganas de tomar pastillas para el dolor. Sin embargo, me deshice de la
idea al recordar al bebé. De pronto, el teléfono en la mesa sonó; era de Álvaro. Miré el reloj de la pared y
vi que ya eran las 11:00 p.m. Rebeca era la única que podía llamarlo a esa hora. El sonido del agua
corriendo en el baño se detuvo y Álvaro volvió a salir con la toalla en su cintura. Se secó las manos y
respondió. Sin poder escuchar las palabras emitidas del otro lado de la línea, pude observar cómo fruncía
su ceño mientras exclamaba:
—¡Rebeca, deja de jugar! —Dicho esto, colgó el teléfono, se cambió y se preparó para irse. Antes solía
hacerme de la vista gorda, pero esta vez tomé su brazo con fuerza y con tono ligero, le supliqué:
—¿Puedes quedarte esta noche?
Álvaro frunció con una expresión de desagrado en su rostro.
—¿Tanto placer te di que ahora empiezas a pedir cosas? —Sus palabras irradiaban sarcasmo. Me
sorprendí por un momento antes de ponerme a pensar que eso era absurdo. Incliné mi cabeza para
mirarlo y le expliqué:
—Mañana es el funeral del abuelo. Aunque no soportas dejarla ir, ¿no deberías practicar un poco tu
moderación?
—¿Me estás amenazando? —Entrecerró los ojos, tomó mi barbilla en un instante y con un tono de
desprecio, dijo—. Pareces tener más agallas, Samara Arias.
Capítulo 3
Sabía muy bien que era imposible hacer que se quedara, pero aun así quise intentarlo. Nivelé mi mirada
con la de él y anuncié:
—Estoy de acuerdo con el divorcio, pero tengo mis condiciones. Quédate aquí esta noche y acompáñame
al funeral del abuelo. Firmaré los papeles del divorcio en cuanto termine.
Su mirada se entrecerró, sus pupilas oscuras desbordaban burla y su boca se torció un poco.
—Compláceme. —Álvaro soltó mi barbilla y se acercó hacia mi oído para susurrarme—. Muchas palabras
y nada de acción no te llevará a nada, Samara. —Su voz era fría con un tono de provocación. Sabía a lo
que se refería y puse mis brazos alrededor de su cintura, inclinando mi cabeza hacia la suya.
Probablemente me veía graciosa debido a nuestra diferencia de altura. No sabía cómo sentirme al
respecto y usé un método abominable para forzar a la persona que me gustaba para quedarse conmigo.
«Quizás soy patética»
Seguí mis instintos y estaba a punto de deslizar mi mano hacia abajo cuando de pronto Álvaro la tomó.
Levanté mi cabeza enseguida y me encontré con sus ojos negros penetrantes.
—Suficiente. —Su voz seca me tomó por sorpresa un instante, tratando de entender sus palabras, pero
fallé. Luego, tomó su pijama gris de la cama y se la puso con movimientos elegantes. Me quedé atónita
antes de despertar del impacto.
«¿Se va... a quedar?»
Para mi desgracia, antes de poder sentirme feliz por mi logro, la voz de una mujer se escuchó desde
afuera de la ventana en medio de la fuerte lluvia.
—Álvaro...
Mientras yo estaba impactada, Álvaro ya había reaccionado. Caminó hacia el balcón con pasos largos y
miró hacia afuera. Después, tomó su abrigo y salió de la habitación con una expresión seria. Rebeca
estaba parada en medio de la lluvia y debajo del balcón. Las gotas frías le habían empapado su vestido
delgado por completo. La mujer hermosa era muy frágil y se miraba cada vez más lamentable alpermanecer en la lluvia. Álvaro estaba por reprenderla y le cubrió los hombros con el abrigo que llevaba.
A pesar de eso, lo abrazó con fuerzas y lloró en sus brazos.
Al ver esto, de pronto me di cuenta de algo y comprendí por qué mis dos años de matrimonio con Álvaro
no se comparaban con una llamada de Rebeca. La llevó hacia el chalé con sus brazos alrededor de ella y
yo me quedé arriba de las escaleras para bloquear su paso, escaneando su ropa mojada.
—¡Quítate del camino! —gritó Álvaro con desprecio. «¿Estaba triste?»
Tampoco yo lo sabía, pero mis ojos me dolieron más que mi corazón al presenciar a la persona que más
amaba tratando a otra mujer como si fuera una preciosa gema mientras me pisoteaban.
—Álvaro, le prometiste al abuelo que nunca la dejarías pisar esta casa mientras yo estuviera aquí cuando
nos casamos. —Álvaro y yo vivíamos juntos. En más de una ocasión, dejé que Rebeca estuviera con él y,
como si no fuera suficiente, le estaba permitiendo contaminar el único lugar al que podía llamar mío.
—¡Ja! —Se burló Álvaro, haciéndome a un lado y respondiendo con tono frío—. Te sientes muy poderosa,
Samara. —Su forma de burlarse de mí no tenía límites. Al final, solo pude ver cómo Rebeca entraba a la
habitación de invitados tal como si fuera una espectadora. Esta noche iba a ser larga. Rebeca estuvo
expuesta a la fuerte lluvia; para empezar, su cuerpo era muy débil y le dio fiebre. Álvaro la cuidó como si
fuera una joya valiosa y la ayudó a cambiarse de ropa, usando una toalla para bajar la temperatura. Quizás
al verme parada ahí lo hacía molestar y me lanzó una mirada fría mientras me ordenaba:
—¡Regresa a la casa de los Ayala ahora! Rebeca no va a poder ir a ninguna parte esta noche con este
estado.
«¿Quiere que me vaya a esta hora? Ja, ja... Supongo que soy una molestia»
Luego de observarlo por un largo tiempo, no pude encontrar las palabras para recordarle que la casa de
su familia estaba muy lejos y que podría ser muy peligroso para una mujer salir a estas horas de la noche.
Sin embargo, esas cosas no le preocupaban. Solo le importaba asegurarse de que Rebeca no fuera
afectada por mi presencia. Me obligué a contener el dolor
en mi pecho antes de decir con calma:
—Regresaré a la habitación. ¡No es... apropiado regresar a casa de la familia a esta hora! —No le iba a
permitir que me pisoteara incluso sabiendo que no me valoraba ni un poco. Al salir de la habitación de
invitados, me encontré con Gael Ceja apresurado en el pasillo. Anotar que aún estaba en su pijama negra,
deduje que quizás había llegado corriendo al chalé. Ni siquiera se cambió de zapatos y su pijama estaba
empapada.
Capítulo 4
El pasillo no era muy amplio y nos encontramos cara a cara. Gael se sorprendió por un momento, luego
se enderezó la ropa y explicó:
—Señorita Arias, vine a revisar a Rebeca. —Gael era el mejor amigo de Álvaro.
«Dicen que solo tienes que ver la actitud del mejor amigo del hombre para saber si en verdad te
quiere»
Aparte de su actitud, la forma en que se dirigió a mí era la prueba suficiente para saber que yo solo
sería la «señorita Arias».
«¡Qué forma tan respetuosa de dirigirse hacia mí!»
Aprendí a no obsesionarme mucho en los detalles porque solo medarían dolor de cabeza. Forcé una
sonrisa y le abrí camino, respondiendo:—Mhmm, ¡adelante! —De vez en cuando, admiraba a Rebeca. Solo necesitaba sacar unas cuantas lágrimas
para recibir el apoyo que ahí nunca se me otorgaba, incluso después de toda una vida trabajando duro.
En la habitación, encontré un traje que Álvaro nunca había usado y en algún momento, me lo llevé hacia
la sala. Gael fue rápido en revisar a Rebeca. Luego de tomarle la temperatura y recetarle medicamentos,
se preparó para irse. Cuando bajó las escaleras y me vio parada en la sala, me dio una sonrisa cortés.
—Es tarde. ¿No irá a dormir, señorita Arias?
—Mmm, me voy a dormir en un rato. —Le pasé la ropa que tenía en mis manos mientras declaraba—. Tu
ropa está mojada y sigue lloviendo. Deberías cambiarte antes de irte o te vas a enfermar. —Quizás se
sorprendió por mi gesto porque parpadeó sin decir nada por un momento. Luego, su rostro apuesto
extendió una sonrisa.
—No pasa nada. Soy tan fuerte como un toro. ¡Estaré bien!
Le metí la ropa en sus manos e insistí:
—Álvaro nunca se ha puesto esto. Incluso aún tiene las etiquetas. Son casi de la misma talla así que
tómala. —Al decir esto, regresé a mi habitación. Mis acciones no fueron por pura bondad ni mucho
menos. Cuando mi abuela estuvo hospitalizada, Gael fue el que atendió su cirugía. Era un doctor
reconocido internacionalmente y si no fuera por los Ayala, nunca hubiera aceptado hacerle la cirugía.
La ropa era mi forma de devolverle el favor. El día siguiente, después de una noche de lluvia, el aire de
la mañana tenía un aroma fresco y almizclado. Estaba acostumbrada a levantarme temprano y al
terminar de asearme, bajé las escaleras solo para ver a Álvaro y a Rebeca en la cocina. Álvaro tenía un
mandil atado a sus caderas mientras cocinaba huevos en la estufa. Su vibra dura y frívola había
quedado en el olvido. Ahora, parecía estar rodeado de un aura alegre. Los ojos brillantes de Rebeca
seguían sus movimientos. Su rostro delicado y bonito estaba un poco sonrojado seguro porque se le
había bajado la fiebre. En realidad, se veía linda y encantadora.
—Alvi, quiero mis huevos un poco quemados. —Al hablar, su mano se levantó para darle una fresa a
Álvaro antes de continuar—. Pero no mucho o va a saber muy amargo.
Álvaro mordía la fresa mientras la miraba. Aunque no decía nada, sus ojos eran suficientes para expresar
la magnitud de su complacencia hacia ella. Ambos tuvieron la suerte de nacer con una apariencia refinada
y parecían una pareja fina. Sus gestos eran cálidos y dulces. No cabía duda de que había una atmósfera
romántica.
—Se ven muy bien juntos, ¿no crees? —Una voz resonó por detrás de mí, asustándome. Miré por encima
de mi hombro y vi a Gael parado ahí. Olvidé que había llovido toda la noche y como Rebeca tenía mucha
fiebre, por supuesto que Álvaro no iba dejarlo ir.
—¡Buenos días! —Le sonreí, mi mirada se agachó y me di cuenta de que tenía la ropa que le había dado
anoche. Al observar mi mirada, Gael levantó la ceja con una sonrisa—. Me quedó muy bien la ropa.
Gracias.
Sacudí la cabeza.
—¡Ni lo menciones! —La había comprado para Álvaro, pero nunca se molestó en ponérsela. Al escuchar
nuestras voces, Rebeca volteó avernos y nos llamó.
—Samara, Gael. Ya despertaron. Álvaro hizo huevos para el desayuno. ¡Vengan a desayunar! —Hablaba
como si fuera la dueña de la casa. Le lancé una sonrisa suave y pronto rechacé su invitación.
—Está bien. Compré pan y leche ayer. La leche sigue en el refrigerador. Deberías beber más porque te
acabas de recuperar. —He vivido aquí por dos años. El título de la propiedad estaba a mi nombre y de
Álvaro. Aunque siempre era obediente, era natural no soportar ver cómo alguien entraba a mi casa
actuando como si fueran dueños del lugar.Rebeca se sorprendió al escuchar mis palabras, sus ojos se oscurecieron y miró hacia Álvaro tirando de
su manga antes de decirle con voz suave:
—Alvi, estuve fuera de lugar anoche. Veo que los molesté a ti y a Samara. ¿Puedes pedirle que tome el
desayuno con nosotros? Míralo como mis sinceras disculpas, por favor.
«Yo... ¡ja, ja! Sin duda, algunas personas no necesitan esforzarse para ganarse el cariño. Lo único que
tienen que hacer es pestañear y actuar vulnerables. De esa forma, pueden salirse con la suya»
Al principio, Álvaro tenía la intención de hacer caso omiso, pero cuando Rebeca habló, me volteó a ver y
dijo:
—Comamos juntos. —Su tono era frío y dominante. «¿Dolió?»
Estaba adormecida por el dolor, pero le lancé una sonrisa y asentí.
—Gracias. —No podía rechazar a Álvaro porque era alguien de quien me enamoré a primera vista y sin
duda, superarlo iba a ser muy difícil. Supongo que era mi día de suerte porque era la primera vez que
probaba la comida hecha por él. Huevos fritos y tocino no tenían nada de especial, pero, aun así, me
impresionaron. Todo este tiempo, pensé que un hombre como Álvaro Ayala estaba por encima de los
demás y que nunca llegaría tan bajo como cocinar con sus propias manos.
—Samara, prueba los huevos fritos que Alvi cocinó. Están excelentes. Cuando estábamos juntos, siempre
los hacía para mí —comentó Rebeca, colocando un huevo en mi plato. Luego, le dio uno a Álvaro también
con una sonrisa melosa—. Alvi, prometiste que me acompañarías a ver flores hoy. No puedes romper tu
promesa, ¿de acuerdo?
—¡Mhmm! —respondió Álvaro mientras desayunaba. Sus movimientos eran tan elegantes como si fuera
un príncipe. Nunca hablaba si no era necesario, pero cuando se trataba de Rebeca, se aseguraba de
siempre responderle todas sus preguntas y peticiones. Gael parecía estar acostumbrado a esto y siguió
desayunando de manera sofisticada. Estaba viendo nuestras interacciones en silencio como si fuera un
extraño. Por otro lado, yo agaché la cabeza con el ceño fruncido.
«¡El funeral del abuelo es hoy! Si Álvaro se va con Rebeca, ¿qué va a pasar con nuestro plan de ir a casa
de la familia Ayala?»
Nadie pudo disfrutar de su desayuno esta mañana. Luego de unas mordidas, Álvaro subió a cambiarse de
ropa. Dejé mis cubiertos y lo seguí. En la habitación, Álvaro sabía que había entrado y con tono
indiferente, preguntó:
—¿Necesitas algo? —Se quitó la ropa de manera casual mostrando su figura firme y me di la vuelta de
forma instintiva para darle la espalda.
—¡El funeral del abuelo es hoy! —Escuché un sonido arrastrado detrás de mí, así como la cremallera de
sus pantalones cerrándose seguido de su voz monótona, diciendo:
—Ve tú sola.
El ceño de mi frente se frunció aún más.
—Es tu abuelo, Álvaro. —Era el nieto más grande de los Ayala.
«Si está ausente en el funeral, ¿qué va a pensar el resto de su familia?»
—Le dije a Josué Cedillo que se encargara del funeral. Puedes comunicarte con él para ver los detalles. —
Habló sin emoción alguna, como si estuviera explicando un asunto irrelevante. Sentí una punzada de
tristeza cuando se fue a su estudio, pero fui rápida en levantar mi voz.—Álvaro, ¿hay alguien más indispensable para ti además de Rebeca? ¿No te importa tu familia?
Dio una pausa en su caminar antes de voltear a verme con los ojos entrecerrados y emitiendo una vibra
tenebrosa, me dijo:
—No estás en posición de hablarme sobre los asuntos de mi familia. —Luego de una pausa, encorvó los
labios y con desprecio, gritó— ¡No eres digna! —Sus palabras fueron como un balde de agua fría y me
estremecieron hasta los huesos. Al escuchar sus pasos alejándose poco a poco, una risa taciturna se me
escapó de los labios.
«¡No soy digna! ¡Ja!»
Habían pasado dos años y, sin embargo, mis esfuerzos para acercarlo a mí fueron en vano.
—Creí que eras insensible, pero nunca me imaginé que fueras a meter tus narices en los asuntos de otras
personas. —Una voz burlona se escuchó en mi oído. Di la vuelta y vi a Rebeca inclinada en la puerta con
sus brazos cruzados. Ese rostro inocente y tierno se quedó atrás y ahora tenía una expresión fría.
Capítulo 6
—Señorita Villa, me sorprende lo rápido que cambia de personalidad. —Tomé mi bolso lanzándole una
mirada apresurada y me preparé para irme a casa de los Ayala. Como Álvaro no estaba dispuesto, era mi
trabajo ir en su lugar. Tan pronto como llegué a la puerta, Rebeca se paró enfrente de mí para
bloquearme el paso. Al ver que Álvaro no estaba, por fin podía dejar de fingir ser una conejita indefensa
y de manera drástica, me cuestionó:
—¿Cuándo vas a firmar los papeles del divorcio?
Me quedé asombrada por un segundo. Sin embargo, me reí y la miré.
—¿Estás jugando a ser la rompe hogares para obligarme a divorciarme de él?
—¡Tú eres la rompe hogares! —Llamarla de esa forma parecía ponerla con los nervios de punta porque
su rostro se puso serio y replicó—. Si no fuera por ti, la dueña de esta casa habría sido yo. Desde que
Jorge murió, no hay nadie que te proteja y nadie te va a asegurar que sigas viviendo aquí. Si fuera tú,
firmaría los papeles de divorcio, tomaría el dinero que Álvaro me ofreció y me iría lo más lejos posible.
—Bueno, ¡es una lástima que no sea como tú, señorita Villa! — respondí con tono frío mientras ignoraba
sus puñaladas y la esquivaba para bajar las escaleras. A parte de Álvaro, nadie podía decirme nada para
lastimarme. Al ser una persona que disfrutaba ser el centro de atención, Rebeca se sentía insatisfecha
por el hecho de que la estaba ignorando y de pronto, agarró mi brazo.
—¿Qué tan descarada puedes ser, Samara? Ni siquiera le gustas a Alvi. ¿Cuál es el punto de aférrate a
él?
Al observarla, me dieron ganas de reírme, pero dije mis siguientes palabras con mucha calma.
—Cómo estás consciente de su postura hacia mí, ¿de qué hay que estar nerviosa?
—Tú... —Rebeca se sonrojó sin poder contestar. Me incliné hacia ella con una ligera mueca en mis labios
y bajé la voz para susurrar.
—En cuanto a por qué me aferro a él... —Di una pausa mientras entonaba mi voz—. Tiene muy buenas
habilidades. Dime, ¿por qué me iría?
—¡Eres una descarada! —Los ojos de Rebecca se pusieron rojos por el enojo y sin pensarlo, levantó las
manos e intentó empujarme. Las escaleras estaban detrás de mí y por instinto, me doblé hacia un lado
para evitar que me empujara. Sin embargo, no me imaginé que ella fuera a perder el balance y se cayópor las escaleras— ¡Ah! —Su gritó cortante resonó por toda la sala y me quedé parada por un momento
sin poder reaccionar. Para mi desgracia, me hicieron a un lado al sentir un aura helado lanzarse hacia
mí. La gura de Álvaro se podía ver bajando las escaleras para revisar a Rebeca, quien estaba tirada en el
piso al final de los escalones. Rebecca estaba encorvada en forma de balón, sosteniendo su abdomen
con una mirada agonizante en su rostro ceniciento y con voz débil, habló:
—Mi bebé. Mi bebé. —Había un charco de sangre debajo de su cuerpo, manchando una gran parte de la
alfombra roja y mi cuerpo se congeló.
«¿Está... embarazada? ¿Con el hijo de Álvaro?»
—Alvi, el bebé. El bebé... —Rebecca tiró de la manga de Álvaro mientras seguía repitiendo esas palabras
como si fuera un disco rayado. La frente de Álvaro estaba empapada de sudor y su expresión frívola se
hundió con temor.
—No temas. El bebé estará bien. —Consoló a Rebecca y la tomó en sus brazos antes de salir por la puerta.
Después de dar unos pasos hacia adelante, se detuvo de forma repentina. Sus ojos brillantes eran
oscuros como el abismo y el coraje en su voz era palpable.
—Imagino que estás feliz, Samara. —Esas simples palabras estaban llenas de odio y furia. Yo no tenía
palabras y no supe cómo reaccionar.
—¿No irás tras ellos para explicarles lo que pasó? —Una voz profundase escuchó por detrás, haciéndome
entrar en razón. Me di la vuelta y me sorprendí de ver a Gael de repente. Contuve el pánico que se
elevaba en mi corazón y con calma, pregunté:
—¿Explicarles qué?
Él levantó su ceja.
—¿No te da miedo que vaya a pensar que empujaste a Rebeca?
Mis ojos se hundieron mientras un indicio de amargura brillaba a través de ellos.
—No importa si la empujé o no. La verdad es que Rebeca se lastimó y alguien debe tomar responsabilidad
por ello.
—¡Es bueno que lo sepas! —Gael bajó de las escaleras y salió del chalé con su maletín médico en la mano.
Probablemente, se dirigía al hospital a ver a Rebeca.
Capítulo 7
Era una hora del chalé hacia la casa de la familia Ayala y durante todo el camino, me sentí en un trance.
Mi mente abundaba en pensamientos acerca del bebé de Rebeca y la mirada de Álvaro antes de irse.
Parecía no poder llenar mis pulmones con suficiente aire. Mi pecho se endureció y justo cuando el auto
se detuvo enfrente de la familia Ayala, sentí una ola de náuseas. Salí apresurada del auto y midieron
arcadas a lado de las ores por un largo tiempo sin poder vomitar.
—Al parecer, ser la señora Ayala te ha hecho débil viendo que casi vomitas luego de un corto paseo en
auto. —Una voz firme y desagradable sonó por la puerta principal de la casa. No necesitaba voltear a ver
para saber quién era. Jorge tenía dos hijos: la mayor era Cristofer Ayala, quien había fallecido en un
accidente automovilístico junto con su esposa años atrás dejando a su único hijo, Álvaro y el segundo era
Carlos Ayala. En ese momento, la persona que se estaba burlando de mí afuera de la casa era la esposa
del tío Carlos, Elena Carrillo. Había muchos altercados dentro de las familias ricas y ya estaba
acostumbrada. Contuve la incomodidad en mi estómago, miré a Elena y la saludé de manera respetuosa.
—Tía Elena. —Nunca le he agradado a Elena. Quizás estaba celosa porque Jorge me tenía mucha
preferencia a pesar de venir de una familia pobre o tal vez descontenta porque Jorge valoraba a Álvaro
tanto que le cedió su propiedad a él. Dado al contexto, pudiera estar desquitando su enojo conmigo. Melanzó una mirada fría antes de ver por detrás de mí y al notar que no había nadie en el auto, su expresión
se puso seria.
—¿Qué? Álvaro, el nieto favorito, ¿no se presentó al funeral de su abuelo?
Iban a ver muchos invitados el día de hoy y la ausencia de Álvaro era inaceptable. Levanté la comisura de
mis labios para sonreír y preparé una respuesta.
—Se le presentó un problema y quizás llegue tarde.
—¡Ja, ja! —burló Elena—. Esta es la persona en quien mi suegro ha puesto todas sus esperanzas. Me
pregunto qué le habrá visto.
La familia Ayala era muy influyente y muchas personas asistieron al funeral para rendirle homenaje.
Aunque Elena sentía repugnancia hacia mí, no me hizo las cosas difíciles por el bien de las apariencias y
entramos a la casa juntas. El ataúd de Jorge estaba en medio del pasillo con unas ores blancas encima.
Muchas personas entraron vestidas de negro una por una. Jorge era bien conocido y aquellos que venían
a rendirle homenaje eran de procedencias extraordinarias. Carlos y Elena les daban la bienvenida afuera
mientras yo los saludaba adentro en el pasillo.
—Señorita Arias. —La señora Hernández caminó hacia mí con una caja de sándalo en la mano.
—Señora Hernández, ¿qué sucede? —La familia Ayala no era tan complicada a pesar de ser rica porque
no había muchos herederos. Jorge siempre prefirió una vida de paz y soledad y yo había contratado a la
señora Hernández para que lo cuidara. La señora Hernández colocó la caja de sándalo en mis manos con
una expresión de condolencia en su rostro.
—Esto se lo dejó el señor Ayala antes de fallecer. Guárdela muy bien. —Dio una pausa antes de continuar—
. El señor Ayala sabía que el señor Álvaro la forzaría a divorciarse de él tras su fallecimiento. Si no quiere
que eso pase, entréguele esta caja y una vez que la vea, pensará dos veces antes de divorciarse de usted.
Agaché la cabeza para mirar dentro de la caja cuadrada en mis manos, pero tenía una cerradura oculta.
Volteé a ver a la señora Hernández y confundida, le pregunté: —¿En dónde está la llave?
—El señor Ayala se la dio al señor Álvaro. —La señora Hernández me analizó mientras me aconsejaba—.
Ha perdido mucho de peso últimamente. Debería cuidar su salud. El señor Ayala siempre deseó que usted
y el señor Álvaro tuvieran un hijo sano para que fuera el heredero de la familia. Ahora que falleció, no
dejen que el árbol familiar termine con ustedes dos. —Al mencionar al bebé, me quedé sorprendida por
un momento y luego le sonreí decidiendo no comentar nada al respecto. Al terminar con las plegarias,
el ataúd del abuelo iba a ser llevado al cementerio para enterrarlo. Ya era mediodía cuando llegamos,
pero Álvaro seguía sin aparecer; tenía que presentarse incluso cuando se acabara el funeral.
Pronto, Carlos se acercó a mí junto con Elena agarrada de su brazo y me dijo:
—Sami, tu abuelo Jorge no va a regresar nunca. Ve a decirle a Álvaro que deje de guardarle rencor. El
anciano no le debe nada.
Capítulo 8
Elena se burló.
—Es una ingrata. Papá la trató bien durante estos últimos años para nada.
—¡Cállate! —Carlos le lanzó una mirada antes de voltear a verme con impotencia—. Es tarde. El funeral
de tu abuelo ya terminó. Ve a casa.
—Gracias, tío.
Tanto Elena como Carlos tenían 50 años y no tenían hijos, pero vivían muy cómodos con las acciones del
Corporativo Ayala. Elena podía ser charlatana, pero no era una mala persona. Eran una linda pareja que
muchos envidiaban. Mientras se retiraban, me paré enfrente de la tumba de Jorge, pensando. Mi relación
con Álvaro podría terminar ahora que el abuelo falleció.«Después de todo, voy a perderlo»
—Abuelo, cuídate. Vendré a visitarte. —Di una reverencia antes de dar la vuelta e irme. A pesar de eso,
me quedé sorprendida por un momento al ver a la persona enfrente de mí. «¿Cuándo llegó Álvaro?»
Estaba vestido de negro con una expresión estruendosa, parado cerca y observando la tumba de Jorge
con firmeza. Fui incapaz de saber en qué pensaba y al verme, dijo:
—Vámonos.
«¿Vino a recogerme?»
Justo cuando estaba a punto de irse, lo detuve de prisa.
—Álvaro, el abuelo murió y debes dejarlo ir. Después de todo, sacrificó muchas cosas por ti durante años...
—Al ver que su mirada se puso seria, me callé sin dudarlo. Pensé que iba a ponerse furioso, pero solo se
volteó y se fue. Lo seguí sin tener otra opción, me metí a su auto, encendió el motor y condujo en silencio.
Apreté mis dedos tratando de preguntarle sobre Rebeca, pero cuando vi su expresión, lo pensé mejor.
Luego de un silencio, no pude evitar preguntar:
—¿Cómo está la señorita Villa? No la empujé, se cayó enfrente de mí. —De pronto, el vehículo se detuvo
causando que rechinara y yo me tambaleé hacia enfrente. Antes de poder reaccionar, Álvaro me dejó
inmóvil y se inclinó hacia mí. El hombre me estaba mirando de manera fría y retrocedí en cuanto aparté
mis labios detectando una sensación de peligro—. Álvaro.
—¿Cómo quieres que esté? —Se burló—. Samara, ¿en serio piensas que no me voy a divorciar de ti por la
caja que te regaló mi abuelo?
Mi corazón se detuvo.
«¿Se enteró hace unas horas? Qué rápido»
—No la empujé. —Enfrenté su mirada y contuve la amargura en mi corazón—. Álvaro, no tengo idea de lo
que hay en la caja. No la iba a usar para amenazarte a quedarte casado conmigo. ¿Quieres el divorcio?
Bien, mañana mismo lo haremos.
El cielo estaba oscuro y se podía escuchar la lluvia caer por afuera dela ventana mientras un silencio
profundo colgaba en el aire. Álvaro se asombró de que acepté a divorciarme de él y luego de una pausa,
replicó:
—Rebeca sigue en el hospital. ¿Planeas divorciarte para poder salir ilesa?
—¿Qué quieres que haga? —Como su querida novia estaba en el hospital, era evidente que no me iba a
dejar ir tan fácil.
—Vas a tener que cuidarla empezando mañana —anunció y enderezó su espalda con los dedos tocando
el volante de forma casual.
Capítulo 9
No sabía lo que planeaba y solo asentí.
«A veces, uno puede sentirse inferior en una relación sin razón alguna»
Estaba acostumbrada a seguir las instrucciones de Álvaro y siempre lo obedecía a pesar de odiarlo.
Mientras el vehículo se acercaba a la ciudad, pensé que me iba a dejar en el chalé y para mi sorpresa, se
fue directo al hospital. El aroma de antiséptico flotaba por el aire, penetrando cada esquina del lugar. No
me gustaba, pero seguí a Álvaro hasta el cuarto de Rebeca sin decir nada. Rebeca estaba atada a un suero
acostada en la cama con una apariencia más frágil y pequeña. Cuando nos vio entrar, su expresión se
puso seria y luego de un largo silencio, habló:
—No quiero verla, Álvaro.Su bebé había muerto y ya no tenía su aura maternal. Se convirtió en una persona frívola y rencorosa.
Álvaro se acercó a ella y la abrazó apoyando la barbilla en su frente tratando de consolarla, murmurando:
—Vino a cuidarte. Es lo menos que puede hacer. —La forma en que se adoraban y eran tan íntimos era
como una daga en mi corazón. Rebeca apartó sus labios para decir algo, pero decidió no hacerlo y le
lanzó una sonrisa a Álvaro.
—De acuerdo, tienes la última palabra. —Estaban hablando de mí, pero no logré entrar en la conversación
y fui obligada a obedecer sus instrucciones. Álvaro era un hombre ocupado; era un Ayala, pero no fue al
funeral de Jorge. Debía encargarse de los negocios familiares y no tenía tiempo de acompañar a Rebeca
durante su estancia en el hospital. Al parecer la única persona que estaba libre para cuidarla era yo. A las
dos de la mañana, Rebeca seguía despierta porque había dormido mucho durante el día. No había camas
extras en el hospital y tuve que recurrir a sentarme en una silla al lado de su cama. Al sentir que yo seguía
despierta, Rebeca pronto volteó a verme.
—Samara, eres demasiado inferior.
No supe qué responder y solo me quedé viendo mi anillo de compromiso por un largo tiempo antes de
mirar hacia arriba.
—¿No se supone que el amor es así?
Rebeca no entendió lo que quise decir y luego de una pausa, sonrió.
—¿No estás cansada de ello?
Sacudí mi cabeza.
«Todo en la vida es cansado. Lo único que hice fue enamorarme de un hombre»
—¿Me puedes servir un vaso de agua? —preguntó, sentándose derecha. Asentí y me levanté para traerle
el agua.
—No le pongas agua fría. ¡La quiero caliente! —ordenó con tranquilidad. Después de servirle el agua, le
di el vaso. Sin embargo, no lo agarró y me dijo—. Te odio. Eres patética. No te culpo por el aborto
espontáneo, pero no pude evitar descargar mi odio hacia ti.
No entendí a lo que se refería y le ofrecí el vaso de agua.
—Cuidado, está caliente.
Tomó el vaso y de pronto me agarró. Yo traté de alejarme de manera instintiva, pero se me quedó viendo
intensamente.
—Hagamos una apuesta, ¿quieres? ¿Se preocupará por ti? —Asombrada, me di cuenta de que Álvaro
estaba parado enfrente de la puerta y no lo vi llegar. Rebeca me miró y con calma, me preguntó—
¿Quieres apostar? —No dije nada y la dejé verterme el agua sobre mi mano. Un instante dolor agonizante
atravesó mis sentidos y acepté la apuesta con mi silencio. Rebeca bajó el vaso y de manera inocente,
dijo—. Lo siento, no lo hice a propósito. El vaso estaba muy caliente y se me cayó. ¿Estás bien?
«¡Es una hipócrita!»
Retiré mi mano, mordiéndola del dolor.
—Estoy bien —respondí, sacudiendo mi mano.
Capítulo 10
Álvaro, quien estaba viendo todo el asco, entró despacio y volteó a ver a Rebeca para preguntarle:
—¿Por qué sigues despierta?
Rebeca actuó como si estuviera sorprendida de verlo llegar y lo agarró con un puchero delicado para
que se sentara al lado de ella antes de poner sus brazos alrededor de su cintura.—Dormí mucho durante el día y ahora no puedo. ¿Por qué estás aquí?
—Vine a visitarte. —La mirada de Álvaro se fijó en mí, frunciendo yordenando de inmediato— ¡Encárgate
de eso! —Su voz era fría ycarente de preocupación. Rebeca puso una expresión de arrepentimiento con
sus brazos alrededor de él.
—Fui descuidada y lastimé a Samara por accidente.
Álvaro le acarició el cabello con calma pues al parecer no iba a regañarla. Mi corazón dolía como si me
hubieran forzado a saltar de un precipicio y arrastré mis pies fuera del cuarto lentamente. Sabía que iba
a perder la apuesta, pero esperaba a que Álvaro fuera al menos a preguntar si estaba herida. Eso iba a ser
suficiente para mí.Sin embargo, no me volteó a ver ningún segundo y ni siquieraparecía tenerme lastima.
En el pasillo, una gura alta bloqueó mi paso. Volteé hacia arriba y me encontré con la mirada firme de
Gael Ceja. Lo saludé confundida.
—¡Dr. Ceja!
Me miró por un buen tiempo antes de preguntar.
—¿Te duele? —El dolor y amargura me inundaron al escuchar su pregunta. Lágrimas comenzaron a caer
por mis mejillas y cayeron al piso. No pude evitar estremecerme por el viento fresco queatravesaba por
el pasillo, intensificando la tristeza en mi interior.
«Incluso un conocido me pregunta si me duele. ¿Cómo pudoignorarme la persona con quien he estado
casada por dos años comosi fuera un descarado?»
Gael tomó mis manos y encogí mi espalda de manera inconsciente,pero me agarró con fuerza.
—¡Soy doctor! —dijo Gael de manera directa sin dejar espacio paradiscusiones. Era doctor y era su
responsabilidad tratarme. Sabía que no era un entrometido y que solo quería revisar mis heridas porque
soy la esposa de Álvaro. Lo seguí hasta un cuarto, le murmuró algo a una enfermera en guardia y volteó
para decirme—. Ella va a revisar tú herida.
—Gracias. —Asentí. Después de que Gael se fuera, la enfermera limpió la quemadura en mi mano con
cuidado y sus cejas fruncieron cuando vio varias ampollas.
—Esto es muy grave. Puede dejarte cicatrices.
—No importa.
«Es una lección que aprender»
Como había ampollas, la enfermera tuvo que pincharlas para limpiarlas quemaduras de forma minuciosa.
Le preocupaba que no fuera a soportar el dolor y me advirtió:
—Puede que duela. Aguanta un poco.
—¡Mhmm!
«Esto no es nada. El dolor en mi corazón es mucho más insoportable que esto»
Al tratar mis heridas, la enfermera me dio instrucciones antes de dejarme ir. Estaba de regreso al cuarto
de Rebeca cuando escuché a alguien hablar en las escaleras y me detuve por curiosidad.
—Jorge ya falleció. ¿Cuándo te vas a divorciar de ella? —Era la voz de Gael.
—¿Ella? ¿Te re eres a Samara? —preguntó otra voz familiar y de inmediato supe que era Álvaro. Avancé
un poco más cerca y lo vi inclinado en la barandilla con sus manos en los bolsillos. Gael estaba recargado
en la pared con un cigarrillo a medio fumar en la mano y lo observó pulsando su cigarrillo antes de
afirmar: —Sabes bien que es inocente. Te ama.
Álvaro lo miró con ojos fríos.
—No sabía que te preocupaba.
Al escuchar sus palabras, Gael frunció.—No lo pienses demasiado. Solo te lo estaba recordando porqueespero que no te arrepientas de tomar
esa decisión en un futuro. Aunque te ama, puede dejar de hacerlo en cualquier momento.
—¡Ja! —Se burló Álvaro—. Siempre he menospreciado su amor...
No pude seguir escuchando el resto de su oración.
«Es mejor no escuchar algunas cosas. Sería una tonta si sigoescuchando a escondidas»

SIN TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora