capitulo 11

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Rebeca ya estaba dormida cuando llegué a su cuarto y había unamujer de edad mediana, quien resultó
ser la cuidadora que Álvaro había contratado. La mujer me saludó con respeto y me informó quese iba a
encargar de Rebeca bajo las órdenes de Álvaro. Esto significaba que no me tenía que quedar. Salí del
hospital y tomé untaxi para ir a casa. Después de una noche llena de inconvenientes, regresé al chalé y
ya era de madrugada. Me di cuenta de que me la pasaba exhausta; quizás por el embarazo y me fui a la
habitaciónpara tirarme en la cama.
El olor fuerte del cigarro me despertó del sueño profundo. Al abrir los ojos, me quedé asombrada por ver
una gura alta vestida de negro y sentada en la esquina de mi cama. Me tomó un tiempodarme cuenta de
que era Álvaro. No sabía en qué momento habíaregresado, pero la habitación estaba llena de humo. Las
puertas y ventanas estaban cerradas. Había un cigarrillo en sus dedos yparecía haber estado fumando
por mucho tiempo.
—Regresaste. —Me levanté y lo miré. Nunca lo había visto fumar.Algo debió haber pasado para que
estuviera fumando tanto. No dijonada y su mirada se fijó en mí. No podía leer su mente. El humo me
estaba ahogando y me levanté para abrir la ventana. Mientras tanto, Álvaro estaba recostado en el sofá y
cuando pasé a su lado, me jalóhacia sus brazos de forma abrupta. Me dio mucho miedo su fuerza.
—¡Álvaro! —No sabía cuál era la razón detrás de sus acciones, perono podía soportar la peste del humo
e intenté zafarme mientras élpermanecía desconcertado. Al calmarme, lo volteé a ver— ¿Estásborracho?
—No me había dado cuenta antes, pero ahora que estaba en sus brazos, pude oler el alcohol en su aliento.
—¿No me odias? —preguntó de repente. Me quedé confundida y loanalicé con cuidado. Estaba
frunciendo de forma inconforme. Me di cuenta de que había parches de barba en su quijada.
Debió haber estado muy ocupado como para olvidar afeitarse.
—¡Sí! —respondí con sinceridad mientras trataba de quitarme sus manos de encima. Sin embargo, se
negó a soltarme— ¿Qué sucede, Álvaro? —cuestioné. —¿Podrías detenerte? —Me estaba mirando con
ojos perdidos.
—¿Detener qué? —pregunté, confundida y se quedó callado de inmediato. Sus palmas comenzaron a
explorar mi cuerpo y entendí lo que quería. Lo detuve de forma instintiva y fruncí el ceño.
—Álvaro, soy Samara no Rebeca. Mira bien.
No dijo nada y me cargó devorando mis labios de manera codiciosa. Me sentí atacada por su aliento lleno
de alcohol— ¡Álvaro, soy Samara! ¡Mira bien! —Sostuve su rostro por la desesperación para forzarlo a
mirarme. Sus ojos estaban marcados del cansancio mientras me miraba en silencio.
—¡Mmm! —gimió retomando sus acciones. Su traje, que alguna vez estuvo planchado ahora estaba
arrugado. Se quitó el saco y se subió la cama. Cuando noté que nuestra ropa estaba por todo el piso, volví
a la realidad.
«Estoy embarazada. No podemos hacer esto»
Lo hice a un lado y me cubrí con las cobijas.
—Álvaro, estás borracho. —Le dije y salí de la habitación. Luego de cambiarme con ropa más fresca, me
fui. Tenía miedo de no poder quedarme con el bebé si permanecía en esa casa.

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